lunes, 8 de febrero de 2010

Ciudad Juárez e inundaciones



De nuevo los palos de ciego, la reacción efectista, tardía e insuficiente; el cálculo político para obtener ganancias allí donde la tragedia se enseñorea contra los indefensos y los desposeídos. Todo menos el quehacer político profesional, la capacidad técnica para trabajar y resolver problemas con los más aptos y no sólo con los más amigos.

De la masacre de jóvenes que se divertían en una fiesta en Ciudad Juárez, a las inundaciones que arrasaron con viviendas y vidas en Michoacán, Estado de México y en el oriente de la Ciudad de México. Y en medio de todo la incapacidad gubernamental como un Dios.

El gobernador de Chihuahua, José Reyes Baeza, anuncia que trasladará los poderes estatales (cuáles, preguntarán los malosos) a Ciudad Juárez, en una jugada que se pretende de alto impacto político y que de paso exhibe la ausencia de Felipe Calderón en la entidad. El michoacano, en tanto, anuncia cambios de estrategia en ese estado con programas sociales y económicos integrales para hacer frente a una guerra, contra el narco, que por si no lo sabe ya tiene perdida.

Todo con el telón de fondo de la próxima elección estatal para gobernador, acaso lo que de verdad importa a nuestros próceres, pues con eso en mente, PRI y PAN tratarán de capitalizar en su beneficio electoral la trágica masacre de jóvenes --tempranamente calificados como pandilleros por el mismo Calderón que desde Los Pinos diagnosticó gastritis como la causa de muerte de doña Ernestina Ascencio, la anciana ultrajada en Veracruz por miembros del ejército-- y las decenas de ejecusiones que diariamente ocurren en aquella franja fronteriza.

Los fondos de la "nueva estrategia" para Chihuahua anunciada por el gobierno federal tendrán sin duda un uso electoral: montados en la tragedia, los panistas pretenderán utilizarlos para apuntalar las aspiraciones de su abanderado al gobierno de la entidad, algo como lo que lograron en Sonora tras el incendio en la Guardería ABC donde muerieron quemados 46 bebés.


Calderón inició el año pasado defendiéndose de "gobernar" un Estado fallido. Gustoso de las metáforas que seguramente sólo él encuentra festivas, se le oía ilustrar: "si sale polvo por las ventanas (en referencia a las miles de ejecusiones que ya se contabilizaban en 2009), es porque estamos limpiando la casa", y retaba a viajar a Chihuahua para que, según eso, se corroborara que se tenía el control de la entidad.

Ahora mismo, no se sabe si su ausencia de aquellas tierras en esta hora de tragedia se debe a que teme encontrar el repudio de una sociedad ofendida por sus declaraciones sobre el filo pandilleril de la matanza, u ofendida por la incapacidad del ejército que envió a dar de palos al panal sin un plan estratégico y operativo para, en efecto, arrebatar la plaza y desterrar a las bandas del crimern organizado. O acaso su ausencia se deba simplemente a que sabe que allí no hay ley y su Estado Mayor aún no refuerza convenientemente el ya de por sí enorme aparato de seguridad con el que suele viajar por todo el país.

Otro sitio donde Calderón no se siente cómodo es el Distrito Federal. Quizá porque considere a sus habitantes hostiles al reconocimiento de su pretendida investidura presidencial, el panista se ha negado a apersonarse en los lugares afectados por las inundaciones.

En cambio estuvo en Michoacán y en el Estado de México. Para el Distrito Federal ha preferido enviar a su correligionario y director de la Comisión Nacional del Agua, José Luis Luege a tratar, otra vez, de sacar raja política de la tragedia, declarando que la tal comisión --que dirige sin ningún conocimiento técnico del tema-- había advertido a las autoridades capitalinas sobre el probable incremento del nivel de lluvia en la zona. Antes que ayudar, se trata de sembrar tempestades para eventualmente obtener ganancias electorales. Para eso están en el cargo.

Como se ve, ni aun en la tragedia, nuestra ínclita clase política abandona sus juegos de poder ni deja de ver a los ciudadanos en problemas sólo como potenciales boletas electorales.

¡Hasta la próxima!

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