domingo, 20 de marzo de 2011

Carlos Pascual




El retiro del embajador de Estados Unidos en México, Carlos Pascual, anunciado ayer, es uno de los saldos de las revelaciones de Wikileaks. En ese sentido cabe preguntarse cuántos de nuestros funcionarios, incluido el propio Felipe Calderón, dejarían de ser confiables para la ciudadanía y tendrían que renunciar si la opinión pública conociera los análisis, motivaciones y maneras que utilizan para ejercer el poder y controlar, cuando no para manipular, a la población.

De hecho, las violaciones a la soberanía nacional que ha permitido quien es el primer responsable de defenderla por mandato constitucional –me refiero a Calderón--, así como su postura entreguista y de subordinación ante el gobierno de Estados Unidos, puesta en evidencia por esos mismos cables, harían ya exigible un juicio político y, si fuera el caso, su inmediata defenestración.

Eso sería posible si no viviéramos en una sociedad controlada y adormecida por el poder televisivo –ahora elevado por el secretario Lujambio al rango de verdadera secretaría de educación pública-- conformado y alentado por la corrupción oficial y corporativa, precisamente para brindar esos servicios de conformismo inducido en las masas que así desmovilizadas y desprovistas de liderazgos (cuando surgen son satanizados y desprestigiados por esos mismos medios), son incapaces de reaccionar ante la entrega de su país a los intereses extranjeros.

Aunque Calderón había solicitado al presidente Obama el retiro del embajador Pascual, durante su visita a Washington el 3 de marzo pasado, la dimisión del diplomático de origen cubano no puede considerarse un triunfo de la diplomacia mexicana, como tratarán seguramente de venderlo los corifeos y la prensa asociada al panista.

En realidad, la molestia de Calderón no deriva de su celo por defender a la patria del injerencismo estadounidense –Wikileaks ha mostrado cómo en varias ocasiones el propio Calderón o sus enviados aparecen pidiendo ayuda desesperada a Washington o acatando sus designios, como la sustitución de militares por policías en Ciudad Juárez— sino de su coraje por ver cómo sus esfuerzos eran descalificados y hasta ridiculizados en esos informes a la Casa Blanca.

En efecto, el enojo contra Pascual es porque corrobora lo que aquí siempre se criticó: que la guerra de Calderón contra el narcotráfico carecía de estrategia, que la descoordinación e incluso los pleitos entre Genaro García Luna (SSP) y Eduardo Medina Mora (PGR) impedían el éxito de los operativos; que el ejército no contaba con instrumentos de inteligencia y que incluso sus miembros tenían “aversión al riesgo”; y en fin, que los operativos más espectaculares, como el asesinato de Arturo Beltrán Layva, se debieron a la información proporcionada por la inteligencia estadounidense, más que a las investigaciones de nuestras fuerzas armadas.

En una palabra, lo que Pascual describía era el fracaso total de la guerra calderonista, casi en los mismos términos en que los críticos nacionales lo señalaron desde el inicio de las operaciones bélicas. Por eso se entiende perfectamente aquel “no me ayudes compadre” que le mandó decir Calderón, en la entrevista que ofreció a editores y reporteros de The Washington Post, durante la referida visita de principios de marzo a la Casa Blanca.

En resumen, Pascual había desnudado el fracaso, la confusión, y la debilidad del calderonismo no sólo en la guerra contra el crimen organizado, sino incluso su extravío en otros ámbitos de la política interna.

Recuérdese el cable 09MEXICO3423 fechado el 4 de diciembre de 2009 y publicado por La Jornada el pasado 10 de marzo. Allí Carlos Pascual daba cuenta de lo “abrumado e inseguro” que se encontraba Calderón “acerca de qué ruta seguir para aterrizar sus proyectos políticos”, tras su derrota en las elecciones intermedias de aquel año.

En tales condiciones, el embajador estadounidense calificó como “sueños de opio” el paquete de reformas (fiscal, energética, laboral, educativa, telecomunicaciones y política) que propuso el michoacano para “recuperar la iniciativa”, luego del revés electoral.

La descalificación y la desconfianza que merecen ante los ojos de EUA, los fallidos afanes de su gobierno en casi todos los ámbitos, constituye un duro golpe político para el panista, pues debilitaba aún más su posición interna, al quedar en evidencia la frustración que su ineficacia causa en uno de sus principales aliados.

Imagine el lector el efecto demoledor de estos señalamientos sobre la fortaleza política de Calderón hacia la recta final de su administración, en la que todavía deberá enfrentar los retos de operar la sucesión presidencial y de mantener a su partido en la presidencia.

La dimisión del embajador Carlos Pascual entraña una paradoja: en vez de fortalecer a Calderón merced a un aparente triunfo diplomático, lo dejará expuesto a las represalias encubiertas que Washington adopte vía presiones para conseguir que siga cediendo porciones más amplias de la soberanía.

La factura que le pasará Hillary Clinton por haber tenido que sacrificar a una de sus piezas más apreciadas será, sin duda, muy alta. Veremos.

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