lunes, 5 de septiembre de 2011

Dominación y control social



Todas las voces que colman el espacio público se expresan como si la dominación y el control social no existieran. Una vez que se hace abstracción de esos factores realmente existentes, entonces pareciera como que todos los problemas del país se deben a que los actores políticos y sociales no se ponen de acuerdo y a la falta de consensos.

Al difundir esta imagen, los principales problemas del país --inseguridad, nulo crecimiento económico, violencia, pobreza, desigualdad, exclusión e ignorancia-- aparecen ante nosotros como resultado, en el peor de los casos, de la incapacidad, desinterés o corrupción de la clase dirigente.

No es así. Por lo menos no es la película completa. Muchos de los males del país se explican como producto de las relaciones de poder que una clase dominante ejerce sobre otra dominada, a través del aparato gubernamental, cuya intervención está siempre orientada a conservar las estructuras socio-económicas que hacen posible esa dominación, o adaptarlas a las nuevas necesidades o condiciones sociales.

Así, por ejemplo, en cada época la valorización del capital --lo que le da valor e incrementa la rentabilidad y ganancias del dinero-- ha dependido de diferentes factores. Actualmente esa valorización se basa en la contracción del trabajo asalariado (de allí el llamado desempleo estructural que se extiende por todo el mundo), en la restricción al consumo de las masas, la inversión especulativa que mediante instrumentos como los credit default swaps (CDS) conspira contra la viabilidad económica de los países (vénase los casos de Grecia y Portugal), y la desregulación estatal, entre otros.

Esta nueva forma de darle más valor al capital requiere de nuevas leyes que dén legitimidad a las prácticas sociales, económicas y laborales que deben imponerse. Y para eso está el aparato estatal, cuya función --como ya quedó dicho-- es mantener o adaptar las condiciones que requieran las relaciones de dominación.

Todo el lío que leemos o escuchamos en los medios acerca de la necesidad de llegar a acuerdos para votar las reformas política, laboral y de seguridad nacional, o sea, las llamadas "reformas estructurales" (denominadas así porque según eso modificarán de raíz la estructura política, social y productiva del país para hacerlo más competitivo y próspero), no es otra cosa que el intento por darle al capital un andamiaje jurídico y legal que favorezca la acumulación de mayores ganancias, ya sea recortando derechos económicos de los trabajadores, o reduciendo y eliminando prestaciones sociales.


En ese ánimo de maximizar ganancias, en México muchas prácticas empresariales violan los preceptos constitucionales. Por eso en el actual periodo ordinario de sesiones del Congreso, en la agenda de los partidos PRI y PAN figura la reforma a la Ley Federal del Trabajo, no para poner un dique a esas violaciones, sino para legalizarlas. De nuevo aquí se muestra como las instituciones gubernamentales, incluidos los representantes populares trabajan en favor del capital. 

Pero eso no ocurre sólo en México. Se trata de una ofensiva mundial. En casi todos los países del orbe se han reformado leyes para privatizar las pensiones, desmantelar la seguridad social o eliminar derechos conquistados por los trabajadores.

Las evidencias

La prueba de que el diseño hasta aquí descrito realmente está funcionando lo proporciona la edición 14 del estudio Riqueza mundial, publicado el 22 de junio de 2010 por Merrill Lynch y la empresa Capgemini. Allí se revela que en 2009, en plena recesión económica --mientras usted perdió su empleo o vio reducidos sus ingresos-- los millonarios del mundo (10 millones de personas) aumentaron su capital en 18.9 por ciento respecto del año anterior, con lo que sumó 39 billones de dólares.(En 2011 continuó aumentando la riqueza, como puede verse en el enlace propuesto).

No crea usted que lo hicieron merced al trabajo duro desplegado en largas jornadas produciendo bienes y servicios para el mercado. No. Según el reporte, ese aumento se debió principalmente al incremento en el valor de sus títulos en las bolsas, es decir, fue resultado de inversiones especulativas, como corresponde a la nueva fase del capitalismo neoliberal que basa la generación de ganancias y de rentabilidad del capital, no en la producción de bienes y servicios, ni en el consumo masivo, sino en la especulación financiera, lo que provocó la crisis de 2008 y aun la actual.

El mercado triunfante

La comprensión de este fenómeno está en la base de las protestas sociales ocurridas en los últimos meses en España con el movimiento de los Indignados (M-15 o Spanish Revolution), los disturbios en diversas ciudades y suburbios ingleses, el movimiento de los estudiantes chilenos en demanda de una educación sin fines de lucro, así como las movilizaciones en Grecia, Italia, Portugal e incluso en Israel.

En todos los casos, lo que esas sociedades plantean es superar las actuales relaciones de dominación capitalista que aplican gobiernos de todo signo, incluso los que se reputan como de izquierda. Y lo hacen porque ven claramente que esas condiciones de dominación están cancelando el futuro de miles y miles de ciudadanos, jóvenes, mujeres y niños, así como las condiciones naturales del planeta.

Al efecto, resulta ilustrativa una pancarta mostrada por un español durante las manifestaciones de la semana pasada: "¡Gobierne quien gobierne, el mercado nunca pierde!".

En México, sin embargo, una sociedad mediatizada y desmovilizada, lo que demanda a los políticos (con Televisa --but of course-- a la cabeza) es que se "póngan de acuerdo" y voten las "reformas estructurales" que "el país necesita".

Imagínense: los esclavos urgiendo a quienes los esclavizan a que afinen las cadenas. Así estamos.



1 comentario:

  1. Interesante análisis que pone en claro la situación de la ciudadanía y de los pequeños empresarios que ven reducidos sus márgenes de acción. Me gustaría que expertos en economía nos digan qué se puede hacer para contrarrestar el mal. Algo se puede hacer, supongo. De lo contrario, estamos en la indefensión absoluta.

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