lunes, 7 de diciembre de 2009

Efectos de la liberalización financiera y comercial

El siguiente texto es una colaboración especial para Contadero de César Soto, autor del blog Salvemos México (http://salvemosmexico-casr.blogspot.com), con la cual inauguramos una serie de Columnas invitadas que publicaremos durante el próximo año.


La liberalización financiera le ha dado más poder al capital financiero, a tal grado que son los dueños de estos recursos quienes dictan la política económica de este país junto con los organismos financieros internacionales.

Actualmente la política económica tiene la misión de generar las condiciones más favorables para los capitalistas financieros, es decir, lograr el equilibrio macroeconómico para garantizar altísimas ganancias en esta esfera (financiera-especulativa). con el menor riesgo posible.

El capital financiero exige baja inflación y estabilidad cambiaria, lo cual se ha logrado a cambio de reducir las tasas de crecimiento de la economía y provocando más desempleo y pobreza.

Las ganancias en la esfera financiera-especulativa han hecho una reasignación de recursos en la economía, debido a que las ganancias en dicha esfera son por mucho superiores a las que se dan en la esfera real, por lo cual los capitales fluyen hacia el sector financiero marginando al sector productivo.

En la esfera financiera no se genera riqueza ni empleo ni bienestar social, por eso vemos el boom que hay en la Bolsa Mexicana de Valores y en todo el sector financiero mientras continúa la decadencia de la economía mexicana. La liberalización financiera permite que algunos se enriquezcan de una manera muy sencilla, sin necesidad de producir nada para la sociedad; es una manera fácil de hacer dinero.

La apertura comercial sólo ha servido para generar un déficit comercial que debe ser financiado mediante la entrada de capitales, y entonces tenemos que las autoridades mexicanas no trabajan en favor del crecimiento sino en atraer capitales (divisas/dólares) al país, con todo lo que ello implica.

La liberalización comercial significó entrar en un proceso de desindustrialización y maquilización, además de la pérdida de la soberanía alimentaria al destruir el sector agrícola nacional. Son unas cuantas industrias élite las que se benefician del libre comercio, por ejemplo, la industria exportadora de hortalizas, los monopolios como Cemex, Grupo Modelo, Gruma, entre otros, pero los pequeños empresarios difícilmente pueden competir en la economía globalizada.

Los verdaderos ganadores del libre comercio son los países industrializados y sus grandes transnacionales que encuentran en países como México una fuente abundante de mano de obra barata, privilegios fiscales y ambientales, por citar sólo algunos, que les ayudan a reducir sus costos y a incrementar sus ganancias.

El Tratado de Libre Comercio (TLC) ya no es capaz de dinamizar la economía mexicana y sólo resulta en una transferencia de riqueza de México hacia norteamérica debido a los desfavorables términos de intercambio que se acentúan más debido a la apreciación cambiaria (peso sobrevaluado/caro).

El TLC está agotado. La demagogia que decía que el libre mercado iba a generar el crecimiento económico que necesitaba México ya no puede sostenerse. El volumen de comercio y los flujos de Inversión Extranjera Directa se han estancado y el algunos casos han disminuido por la pérdida de competitividad de México, por lo que no se puede seguir esperando que el libre comercio saque al país del atraso y el subdesarrollo.

La liberalización financiera y comercial nunca cumplió con las expectativas de crecimiento que se prometieron; al contrario, desde que se aplicaron esas políticas la economía crece menos que durante el periodo de Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI).

La economía crece a una tasa promedio que representa la mitad de la que se tuvo durante el ISI. Con estas políticas nuestro país está hoy en día más subdesarrollado de lo que estaba en los años 80 del siglo pasado, por lo que puede afirmarse que este modelo económico (neoliberal) es un enemigo del desarrollo nacional./César Soto. Facultad de Economía-UNAM.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Un futuro para México: ¿Norte o Sur?

La vieja aspiración de los conservadores mexicanos de anexar el país a los Estados Unidos nunca ha sido desterrada por completo. Reaparece cada tanto con nuevos y viejos argumentos, como los que ahora nos endilgan el historiador Héctor Aguilar Camín y el ex canciller foxista Jorge Castañeda, en el texto "Un futuro para México" (Nexos, noviembre 2009), el cual empezamos a comentar en nuestra entrega anterior.

En ese documento --de inocultable tufo salinista, por la biografía, trayectoria y propuestas de los firmantes-- los autores exponen los lineamientos de un programa de gobierno que ofrecen a la consideración de la clase media de este país, para que que lo adopte y lleve a la presidencia en 2012 al candidato que lo enarbole.

Para crecer --dicen Aguilar Camín y Castañeda-- México debe definir el lugar que quiere ocupar en el mundo. Ellos consideran que ese destino casi manifiesto está junto a los Estados Unidos. Piden que de una vez por todas se abandone la retórica nacionalista (se requiere una "nueva épica", dice el historiador) y con ella a América Latina, para mejor aliarnos con el Norte.

Llaman a desterrar consideraciones románticas como el lenguage (la teoría Gloria Stefan, le llaman burlonamente) que nos hacen creer que pertenecemos a América Latina, cuando nuestro aliado natural es Estados Unidos.

La realidad, dicen, así lo indica: somos el primer socio comercial de EUA. Alaban que nuestro comercio exterior (90 por ciento), la inversión extranjera (70 por ciento) y el turismo (90 por ciento) estén anclados y dependan de nuestro vecino.

Además, recuerdan, hay un millón de estadounidenses (jubilados) residentes en México y 12 millones de mexicanos trabajando allá. Esos datos, que para muchos analistas nos colocan más bien como el "patio trasero" y como la causa de nuestro subdesarrollo, son en cambio, para los ensayistas de Nexos, aspectos que refuerzan "los vínculos mexicanos con el Norte, no con el Sur".

Enseguida --con un tono despectivo nada disimulado, lo que indicaría que esta parte del ensayo fue redactada por Jorge Castañeda, cuya aversión hacia Cuba y todo lo que huela a Sudamérica es conocida-- nos ponen a escoger: "A cual queremos pertenecer: al universo de Zelaya y su sombrero, de Chávez y su boina, de Raúl y su senectud, de Brasil que no nos quiere en el vecindario o al de América del Norte".

Y rematan con una frivolidad y un entreguismo pasmosos: debemos escoger entre "buscar un trato especial, pero mejor al que le destinan a otros (se entiende que los estadounidenses), como ser recibidos primero, o ser primer destino de viaje, tener apoyo económico, y figurar en la agenda, o nos quedamos con América Latina por la doctrina Gloria Estefan de las relaciones internacionales: por el idioma; es una u otra", advierten.

Adoradores del salinismo (el de Salinas, dicen, fue "un gobierno audaz e ilustrado, pero --agregan como si fuera un dato menor-- autoritario"), Aguilar Camín y Castañeda reivindican el Tratado de Libre Comercio. Y a falta de argumentos recurren a la frivolidad: "Somos --se enorgullecen-- el único país de América Latina que pertenece a la OCDE gracias al TLC".

Y lo dicen sin rubor alguno, como si esa pertenencia no fuera cosmética, como todo mundo sabe, pues pertenecer a un club de ricos no nos hace como ellos, como lo muestra el hecho reconocido por la propia OCDE de que somos el país con el menor crecimiento económico de esa organización. Brasil, por ejemplo, no es miembro, pero su economía presenta mayores índices de desarrollo y ofrece a sus ciudadanos condiciones de vida superiores a la de los mexicanos.

Esto último ilustra muy bien lo que ofrece la derecha: un país de oropel, con lustrosa apariencia, pero con ejércitos de hombres sin empleo ni oportunidades muriendo en las calles detrás de esa escenografía impoluta construida por las televisoras, a la manera en que levantan sets maravillosos en los parajes más inhóspitos.

Cegados por una arrogancia que no quiere hacerse cargo del desplome de México, insisten en señalar que EUA nos brinda un trato distinto al de las "hermanas repúblicas" (véase la ironía burlesca al entrecomillar esa denominación) de América Latina porque somos distintos.

Los autores del texto acaso confían en la poca ilustración y condición manipulable de la "clase media" a la que se dirigen al abogar por una profundización de nuestra dependencia hacia los Estados Unidos, cuando analistas como Víctor Flores Oléa han sostenido, con razón y a la luz de todas las evidencias disponibles que:
La ausencia de diversificación económica de México (su concentración obtusa, interesada y unilateral en Estados Unidos, ampliamente redituable para unos cuantos) ha sido particularmente catastrófica para México en relación con los otros países latinoamericanos, sobre todo del cono Sur, que han fortalecido sus relaciones comerciales con Asia y Europa. La recuperación de Asia ayuda a América Latina, pero no a México (La Jornada, 23 de noviembre, 2009).
¿Ante qué estamos?

Héctor Aguilar Camín y Jorge Castañeda han pergeñado un texto más ideológico que programático, en tanto que constituye una forma de racionalizar las ambiciones y fines de la derecha en el poder.

No se trata --como celebra la nota principal del periódico Crónica del 26 de noviembre pasado-- "de una ambiciosa agenda para reencauzar al país", sino de un conjunto articulado de ideas y opiniones tendientes a profundizar, internamente, el modelo de dominación económico imperante y, hacia afuera, el modelo de apertura dependiente y subordinado.

En suma, se trata de una estrategia que se sigue en muchos países para apuntalar la maltrecha concepción neoliberal de la economía en el marco del Consenso de Washington y, por esa vía, la política de poder unipolar norteamericano.

La derecha, pues ha dicho su palabra y en buena hora que así sea, pues de ese modo nadie puede llamarse a engaño, si en las próximas presidenciales se vota por alguna de sus versiones: el PRI o el PAN.

¡Hasta la próxima!

lunes, 30 de noviembre de 2009

Aguilar Camín y Castañeda: neoliberalismo "reloaded"

Digámoslo sin ambages: la agenda política con miras al 2012 que proponen Héctor Aguilar Camín y Jorge Castañeda, en el número de noviembre de la revista Nexos, constituye una actualización del compendio neoliberal, que incluye evitar la diversificación comercial para seguir atados a la economía estadounidense, así como una profundización de las mismas recetas fallidas (privatizar lo que queda de la educación, los energéticos y los servicios de salud) que mantienen quebrado al país.

Son, además, una reedición del salinismo al que inocultablemente representan ambos personajes y, en tal sentido, bien pueden interpretarse como una forma de irle midiendo el agua social a los camotes ante el programa que en la próxima contienda presidencial enarbolará la derecha en su versión tricolor (léase Enrique Peña Nieto).

En el texto referido, titulado "Un futuro para México", Aguilar Camín y Castañeda se apuran a aclarar sospechosamente que "no se trata de un programa de gobierno", sino de una "agenda" que "puede resultar aceptable para la heterogénea clase media mexicana que define las elecciones".

Sabedores de que cualquier programa político requiere una base social que lo respalde, ambos escritores tienden el anzuelo a la "creciente clase media, vieja y nueva", pues creen que en ese segmento de la población hay las condiciones políticas para crear una coalición identificada con sus planteamientos.

Aunque no lo dicen abiertamente, a lo que apuestan en realidad es al conservadurismo de esa clase social. Conocedores de los resortes que favorecen el control de los ciudadanos y su inmovilismo, dicen que se trata de un sector que ha gozado de los beneficios de la globalización, pues tiene "acceso al crédito y a bienes y servicios a los cuales no se renuncia fácilmente: vivienda, autos, vacaciones, crédito en tiendas".

Así posicionados, los autores estructuran su ensayo a partir de lo que consideran cuatro decisiones estratégicas que México debe adoptar: 1) Asumir los cambios que requiere la economía para crecer. 2) Decidir el lugar que se quiere ocupar en el mundo. 3) Universalizar derechos y garantías sociales y 4) Hacer producir la democracia con reformas institucionales que garanticen la seguridad de los ciudadanos.

Nada nuevo ni original para un texto que desea convertirse en un "referente del debate nacional" e "inducir definiciones". Y es que estamos, otra vez, ante el viejo neoliberalismo que cree llegada la hora de terminar la obra iniciada en 1982 durante el sexenio de Miguel De la Madrid, y que consiste en desmantelar lo que queda del Estado mexicano ya que, de acuerdo con la lógica del documento, nos ha ido tan mal porque nos quedamos a medias en ese proceso.

Así, estos intelectuales orgánicos sostienen que para crecer es preciso abrir la economía a la inversión y a la competencia global. Afirman que el país no genera riqueza porque, al revés de lo que ocurre en las grandes economías del mundo, aquí esos espacios generadores "están capturados por empresas públicas monopólicas y por la red de intereses asociados (los sindicatos de las empresas públicas)".

A renglón seguido proponen "la deconstrucción (extinción, como en el caso de Luz y Fuerza del Centro, de la que dicen que está muy bien su cancelación, pero que no basta) de los monopolios estatales en todas las esferas" (entiéndase: petróleo, electricidad, educación, salud, telecomunicaciones).

Si bien reconocen de pasadita que es preciso "dominar los poderes fácticos, estatales, privados, económicos, sindicales, mediáticos y políticos" vuelven a la carga al subrayar que "en sentido estricto, los únicos monopolios que existen en la república son los estatales, en particular de energía y por ahí debe empezar la agenda antimonopólica (para) abrir estas empresas a la inversión privada nacional y extranjera". En su curiosa y conveniente lógica los monopolios privados, como el de Televisa, "en sentido estricto" no existen.

Ya encarrerados demandan que además de Luz y Fuerza, también debe terminarse con los "monopolios en salud (IMSS, ISSSTE, SSA) y en educación ("la red del Estado atiende sin evaluación rigurosa ni competencia reguladora al 85 por ciento de alumnos en educación básica").

Asimismo ponen en la mira la extinción de los sindicatos de maestros, electricistas, petroleros, burócratas federales y estatales; los de las universidades públicas y de los trabajadores de la salud.

Se trata, en fin, de una grosera reedición del Consenso de Washington; de una oferta para el crecimiento económico envuelta en el viejo discurso de la derecha antiestatista y apoyada en las mismas premisas que condujeron a la economía del país a su postración actual.

A Héctor Aguilar Camín y a Jorge Castañeda habría que recordarles las palabras del presidente brasileño Luiz Inacio Lula Da Silva, en una reciente cumbre mundial:

"La vieja discusión sobre el papel del Estado concluyó como resultado de la crisis global, cuando los mercados desfondados fueron rescatados por el Estado".


Mañana: Un futuro para México: ¿Norte o Sur?

viernes, 27 de noviembre de 2009

Pobreza y modelo económico

Como a la mayoría de los mexicanos, a Felipe Calderón se le hace que todavía faltan "tres largos años" para el final de su impugnado gobierno (de algún modo hay que llamarle).

Ese deliz declarativo o, si se prefiere recurrir a Freud, ese acto fallido del panista tuvo lugar este miércoles 25, al encabezar el primer Encuentro por un México sin pobreza, donde dijo que "la primera de las prioridades" de su gobierno "para los tres largos años que faltan" será reducir la pobreza extrema.

Abrámos un paréntesis para recordar que en 2006, poco antes de llegar a Los Pinos, y para apaciguar la persistente irritación de un vasto sector del electorado convencido del fraude electoral que se había perpetrado, los amanuenses calderónicos hicieron circular entre algunos columnistas la especie de que el michoacano preparaba un gobierno con el que "rebasaría a AMLO por la izquierda".

Querían significar con ello que aplicaría un programa para arrebatar a López Obrador sus banderas. Al cabo de sólo tres años, en vez de eso el rebasado por los cuatro costados es Calderón, quien además parece reinvindicar al tabasqueño al copiar no sólo sus intenciones sino incluso sus palabras.

Y es que eso de que la "primera prioridad" son los pobres recuerda mucho aquello de "primero los pobres", que enarboló López Obrador durante su campaña y aún antes.

Pero vengamos de nuevo al tema. El llamado de Calderón (¿cree sinceramente estar en aptitud de formular una convocatoria de esa magnitud desde su menguada y maltrecha condición actual?) a políticos y empresarios para que analicen las acciones a seguir en el combate a la pobreza, lo coloca, otra vez, en el terreno de la simulación: dice querer una cosa, pero hace todo lo que conduce a otra.

Así, por ejemplo, sostiene que para combatir la pobreza extrema el programa Oportunidades es la panacea. Si en verdad lo cree estamos ante un hombre sin ideas y con una pobre visión de la realidad. Y si sabe que el problema es el modelo económico y que mientras no haya un viraje sus intensiones no pasarán del discurso, entonces estamos ante un simulador.

 En el mismo foro en el que habló Calderón, el representante del Banco Interamericano de Desarrollo en México, Ellis Juan, dijo lo que todo mundo sabe: que programas sociales como Oportunidades no son suficientes para reducir los índices de pobreza si en el país no hay crecimiento económico mínimo de 5 por ciento anual.

Y para ello, agregamos nosotros, es preciso un nuevo modelo económico, pues en 30 años de administraciones neoliberales México registra en promedio tasas de crecimiento anual de 2.48 por ciento.

Si se desagregan los datos, tenemos que con Miguel de la Madrid el crecimiento promedio anual fue de 0.34 por ciento, con Carlos Salinas de Gortari  la economía alcanzó 3.9 por ciento, con Ernesto Zedillo, 3.5 por ciento, con Vicente Fox, 2.2 por ciento y en tres años de Felipe Calderón, 0.9 por ciento.

De Lázaro Cárdenas a José López Portillo, el país creció a tasas promedio de 6 por ciento, tres veces más que en las cinco últimas administraciones neoliberales.

Así, aunque para Calderón y los mexicanos todavía falten "tres laaargos años" desde ahora puede afirmarse que vamos derechito a un nuevo sexenio perdido.

¡Hasta la próxima!

viernes, 20 de noviembre de 2009

Premios Nobel reprueban a Calderón

Casi no hay día en que los mexicanos no nos enteremos de alguna descalificación internacional a la gestión de Felipe Calderón. El gobierno --que para amplios sectores de la población usurpa el panista-- es reprobado en todos los rubros en que se evalúa.

En todas las mediciones internacionales el país ocupa los últimos lugares o ha perdido posiciones y se mantiene de media tabla para abajo. Lo mismo en derechos humanos que en corrupción, en competitividad, en educación, en economía o en transparencia y rendición de cuentas, la gestión felipista es una auténtica zona de desastre.

Calderón inicio el año defendiéndose de las aseveraciones que lo situaban como líder de un Estado fallido y lo concluye acusado --nada menos que por un premio Nobel de Economía-- de responder mal y tarde a la crisis económica mundial, lo que habría conducido el país a ser uno de los más golpeados y que más tardarán en salir del hoyo económico.

En este y otros espacios de la prensa nacional se ha documentado con suficiencia que, en efecto, el equipo económico del michoacano primero subestimó los efectos de la recesión mundial que se avecinaba (será para nosotros como un "catarrito", vaticinó un despreocupado secretario de Hacienda). Y cuando se sintió la catastrófica magnitud de la emergencia, se reaccionó con medidas tardías y endebles, como las publicitadas medidas anticíclicas que en realidad nunca se concretaron.

Todo eso lo ha venido a confirmar Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía 2001. El investigador de la Universidad de Columbia dijo que el desempeño que el gobierno de México ha tenido para enfrentar la recesión "ha sido uno de los peores en el mundo".

Durante su participación en la ExpoManagement 2009, Stiglitz añadió que los programas anticíclicos aplicados aquí para enfrentar la crisis fueron limitados y se aplicaron tardíamente en comparación con los planes de estímulo de países como Australia y Brasil.

Además deslizó una advertencia a Calderón y su equipo económico: "Algunas personas en México están apostando todo a la recuperación de Estados Unidos, como parte central de una estrategia económica, pero México debe empezar a pensar en una estrategia alternativa porque la actual quizá no sea la mejor".

Balbuceante y endeble --como las políticas que pone en práctica-- ha sido la respuesta gubernamental a los señalamientos del Nobel. Los secretarios de Hacienda, Agustín Carstens, y de Desarrollo Social, Ernesto Cordero, trataron de descalificar a Stiglitz diciendo que no conoce la realidad mexicana.

El primero dijo que el estadounidense desconoce que México fue azotado por dos golpes: la desaceleración económica global y la caída en la producción petrolera en 800 mil barriles diarios.

Cordero lo acuso de no conocer con detalle "las políticas anticíclicas que instrumentó el gobierno mexicano, no conoce la realidad de las finanzas públicas mexicanas. Yo creo que mejor se ponga a leer un poquito más de México".

A juzgar por las prendas intelectuales de uno y otro, acaso resulte mejor que Cordero lea la obra de Stiglitz antes de que éste sepa más sobre nuestro país, pues si así fuera la crítica sería más demoledora.

Como se ve, los funcionarios mexicanos no argumentaron nada sólido. Sólo trataron de desautorizar al visitante, a partir de su supuesta y poco creíble falta de información.

Tres Nobel tres

Y sin embargo no es la primera vez que un premio Nobel reprueba la política económica de Calderón. En los últimos tres meses, tres economistas con ese galardón criticaron esa política.

El 22 de septiembre Robert Engle, premio Nobel de Economía 2003 dijo que el gobierno mexicano incurre en una decisión equivocada al pretender incrementar los impuestos a la población cuando la economía continúa en un periodo recesivo.

Invitado a participar en la Semana de la Ciencia y la Innovación, organizada por el gobierno del Distrito Federal, Engle señaló que otros países que han enfrentado una inestabilidad financiera similar han reaccionado de manera contraria al conservar sus gastos altos, pero con gravámenes bajos.

Dos días después, el 24 de septiembre, Erick Maskin, premio Nobel de Economía 2007 alertó: La pretensión del gobierno de Felipe Calderón de elevar los impuestos para aumentar los ingresos del gobierno provocará (...) un incremento en el número de pobres del país, reducirá la capacidad de consumo de la población y frenará la actividad productiva.

"Es un principio general de la economía no subir impuestos enmedio de una recesión", dijo tras dictar una conferencia en la Universidad Iberoamericana.

Maskin dijo además que la propuesta económica del gobierno implica efectos negativos para toda la sociedad porque desalienta la producción y reduce la posibilidad de ingresos, además de aumentar el número de personas que viven en la pobreza.

No acabó allí el enjuiciamiento crítico a la política recaudatoria que aplicará Calderón a los mexicanos a partir de 2010. El 23 de octubre en Guadalajara, el premio Nobel de Economía 2004, Edward C. Prescott aseveró que "un aumento de impuestos lo que hace es distorsionar a las economías, de manera que las empresas no contratarán nuevos empleados ni capacitarán a sus trabajadores actuales". De pasadita recomendó reducir los niveles de corrupción.

Todo esto se dijo en el marco del debate surgido tras la presentación del paquete fiscal para 2010 que incluyó un aumento de impuestos para toda la población.

La historia posterior la conocemos. Los representantes del binomio PRI-PAN en el Congreso hicieron lo contrario de lo prescrito por los premios Nobel y por el sentido común: aprobaron elevar los impuestos enmedio de la peor crisis en que se encuentra sumergido el país.