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domingo, 15 de marzo de 2009

Forbes, once again


En estos días la política nacional ha tenido su dosis de divertimento. Primero, la revista Forbes asestó un golpe mediático al incluir a Joaquín "El chapo" Guzmán en su ya legendaria lista de los hombres más ricos del mundo.

Enseguida el señor Felipe Calderón y sus adláteres (el secretario de Gobernación y el procurador General de la República) reaccionaron muy enojados y serios, ante el evidente buscapiés, diciendo que era una irresponsabilidad, una apología del delito y hasta un insulto para los otros acaudalados.

Los editores de la publicación debieron estar muy complacidos por el efecto alcanzado. Una lista como la que publican cada año corre el riesgo de perder notoriedad, pues resulta difícil que en sólo 12 meses se produzcan cambios sustanciales en, digamos, el Top 10 de esa relación.

De modo que como buenos editores saben que deben introducir de cuando en cuando algún dato que despunte, que sea noticioso y hasta sorprenda al respetable, como un modo de seguir vigentes. Ese fue el caso este año. Y en Los Pinos tragaron el garlito: respondieron y concedieron notoriedad y resonancia a la famosa lista.

Con un pésimo sentido del humor, esos funcionarios empezaron a cuestionar la metodología empleada por la revista para calcular la fortuna del Chapo, cuando debieron descalificarla con alguna buena frase igualmente humorística o ingeniosa, pero certera. Hasta el propio Calderon, en un foro con empresarios estadounidenses de nuevo se puso a reñir con la publicación.

Ya lo había hecho en enero, cuando en el Foro Económico Mundial realizado en Davos, Suiza, se entrevistó con el director de Forbes para refutar el reportaje publicado en diciembre que hablaba del desmoronamiento mexicano y catalogaba a nuestro país como un Estado fallido.

Lo ocurrido esta semana mostró a un gobierno abrumado y a un Calderón que parece haber perdido la proporción de los asuntos que le conciernen. Un presidente de un país --así se ostenta, pese a las dudas que persisten sobre la legitimidad de su elección-- no puede ponerse a pelear con una revista, para eso hay otros niveles.

Tampoco puede rebajar su jerarquía respondiendo cada vez que los secretarios, representantes, militares y asesores estadounidenses formulan juicios que ponen en duda la capacidad de su gobierno para enfrentar al narcotráfico, como ocurrió esta semana.

Quienes lo conocen dicen de Calderón que es de mecha corta (se enoja muy rápido), pero no es con bravuconerías o pirotecnia verbal como atajará lo que llamó una campaña contra México. Casi todo el año el señor Calderón ha estado contra las cuerdas, a la defensiva, librando una batalla --esa sí fallida-- por convencer a la opinión pública nacional e internacional que no gobierna un Estado fracasado.

Su estrategia de comunicación ha fallado porque no ha podido posicionar en la percepción o en el imaginario colectivo un mensaje de eficacia a partir de resultados medibles y verificables. Por ejemplo, para refutar a quienes afirman que ha perdido el control sobre vastas zonas del territorio nacional, les responde invitándolos a que vengan a visitarlas. "Yo los llevo", les mandó decir.

¿Y cómo haría ese viaje con sus hipotéticos visitantes? ¿rodeado por militares, con helicópteros sobrevolando la zona previamente acordonada 48 horas antes y con francotiradores apostados en los edificos por donde pasen, como acostumbra en sus recorridos? ¿No sería eso la mejor prueba de que, en efecto, las bandas del crimen organizado son una amenaza real que asolan, cuando no controlan de muy diversos modos esos territorios?

Aparte la amenaza real que significa el narcotráfico la actual administración tiene otro problema: está empeñada en obtener la aprobación externa. Esa es su debilidad. Cuando hay elogios de Washington por su actuación, los blande como un timbre de orgullo, cuando hay críticas y presiones se desquicia totalmente. Eso es lo malo de trabajar para la galería: se está siempre en busca del aplauso fácil.

Como aficionado que es a la fiesta brava, Calderón debe saber que el toreo efectista (como su guerra) puede entusiasmar a los villamelones, pero nunca le ganará la estima de los conocedores. Una figura del toreo, en cambio, lo mismo que un estadista, ganan su sitio y respetabilidad cuando basan su actuación en actos que verdaderamente revolucionan el entorno.

Así, no pueden los gobiernos panistas ni de ningún otro signo pretender combatir el crimen organizado sin al mismo tiempo modificar las estructuras institucionales que alientan la otra delincuencia: la de cuello blanco, la que trafica con influencias al amparo del poder público, la que defiende ferozmente privilegios personales y de grupo en desmedro de los de la sociedad, la que está enquistada en las estructuras del poder político, económico, sindical, laboral, educativo, partidista.

Como esto último no va a ocurrir, la actual es una guerra perdida. Piénsese tan sólo en la creciente capacidad del narcotráfico para ofrecer empleos a la masa de desocupados que el sistema no puede absorber por estar diseñado sólo para el beneficio de unos cuantos. Si las actuales estructuras de dominación no cambian, y al ritmo que van las cosas, en unos años el narcotráfico podría convertirse en el mayor generador de empleos privados en México.

El cinismo de nuestros gobernantes es tal que quizá sólo entonces acepten legalizar los enervantes. Algo similar ocurrió ya con el fenómeno de la migración hacia Estados Unidos. Constituía un problema que se trataba de evitar, pero en cuanto se vio el efecto favorable que en las finanzas públicas tenían las elevadas remesas de dólares que enviaban los migrantes, lo que se buscó no fue incrementar las oportunidades de empleo aquí para detener su partida, sino abogar demagógicamente para que mejoraran sus condiciones laborales del otro lado de la frontera.

En tal escenario ésta y todas las guerras que se emprendan en semejantes condiciones serán inútiles. Y para colmo, ni siquiera se responde con humor a las gracejadas del Norte.


Foto: Edificio Forbes en la Quinta Avenida
de Nueva York

viernes, 16 de enero de 2009

Fuego amigo


El embajador de México en Estados Unidos, Arturo Sarukhán, escuchó atónito la pregunta: "Algunos análisis de inteligencia dicen que la violencia desenfrenada y la corrupción gubernamental en México lo han convertido en un Estado fallido. ¿qué opina de eso?"

Esa entrevista, junto con otros materiales dedicados a nuestro país, se incluyeron en la edición de diciembre de la revista Forbes, cuyo artículo de portada reza: El desmoronamiento mexicano.

En algunos círculos de opinión de aquí, ese y otros pronunciamientos recientes del stablishment estadounidense se interpretan como una campaña con miras a propiciar una mayor injerencia en las decisiones que se adoptan de este lado de la frontera, ante lo que se considera el fracaso de la batalla contra el narcotráfico.

A su vez, el stablishment mexicano respondió en voz de uno de sus representantes mejor posicionados. El historiador Enrique Krauze se queja de lo que considera una "falsa e injusta visión" (Reforma 11/I/09), pero lo hace de una manera falaz.

"La defensa de nuestra imagen" que intenta Krauze asombra por su absoluta falta de rigor. Pero importa desmenuzarla porque refleja una visión y acaso un proyecto que no comparten las mayorías empobrecidas de este país, y porque ese desencuentro entre la percepción de las élites domésticas y la de sus gobernados constituye la principal causa de debilidad del país ante el narcotráfico y las ambiciones del vecino del Norte.

Dice Krauze que tenemos el mérito de haber construido en sólo dos décadas una economía abierta, diversificada y parcialmente moderna, pero que --añadamos nosotros-- destruyó cadenas productivas, entregó el control de la banca nacional al agio internacional y arruinó el campo.

Lo de economía diversificada es otro mito, por decirlo con palabras que no ofendan al pudor, pues en el documento Situación y perspectivas para la economía mundial 2009, la ONU señala que México será muy afectado por su liga con Estados Unidos, tanto, que su economía podría decrecer este año 1.2 por ciento.

Eleva Krauze al rango de "hazaña" (¡oh, sí!) el haber logrado una "aterciopelada" transición democrática, como si de ese material sedoso hubieran sido las balas disparadas en las matanzas, aún impunes, de Acteal y Aguas Blancas, amén de las que cegaron la vida de decenas de opositores asesinados durante el salinato.

Basado más en recursos retóricos que en realidades establece que el país de la alquimia electoral creó el IFE, como si no hubiera sido ese instituto y su incondicionalidad al poder el responsable de que se perdiera la concordia nacional de que ahora se lamenta el historiador.

En su alegre recuento señala que el país de la transa y la corrupción introdujo una ley de transparencia, como si con ella hubieran desaparecido mágicamente tales vicios. Pasa por alto el vendedor de las biografías del poder que México sigue mal calificado en los principales índices internacionales de corrupción, como Amnistía Internacional, Global Integrity y el Barómetro de las Américas.

El tierno candor que transpira Krauze recuerda la ciega confianza de los criollos novohispanos en la ley, de la cual hace mofa Jorge Ibarguengoitia en Los pasos de López. Como si para cambiar la realidad bastara con redactar un documento y firmarlo.

El país de la dictadura perfecta, añade el escritor, instauró las más amplias libertades cívicas, como si ignorara los frecuentes ataques a la libertad de expresión (apenas ayer el ayuntamiento panista de Guanajuato anunció que multará con mil quinientos pesos a quienes sean sorprendidos besándose en la vía pública. Y en un tic de hipocrecía apenas disimulado, el presidente nacional del PAN, el mismo que hace poco proclamó la consigna de guanajuatizar a México, no le quedó más que salir a los medios para tratar de desmarcarse de esa iniciativa).

Krauze parece adscribirse a la filosofía del "haiga sido como haiga sido" cuando en su texto trata de matizar los "éxitos" del país de un plumazo: bueno, todo esto se logró no sin "sobresaltos, injusticias, errores y excesos".

Lo que llama, en fin, la atención en el texto del columnista de Reforma es su intento de envolverse en la bandera nacional para emprender la defensa de un gobierno profundamente antinacionalista que aceptó la ayuda estadounidense mediante la estrategia intervencionista denominada Iniciativa Mérida para el combate al narcotráfico y al crimen organizado.

Como se sabe, en octubre de 2007 la administración Bush incluyó esos recursos como un anexo a su propuesta de gastos adicionales para las intervenciones en Irak y Afganistan, con lo que tácitamente se considera que el grado de conflictividad en los tres países es similar. No se protestó por ese hecho entonces. Y ahora se llaman a sorpresa porque en los círculos de poder estadounidense se cataloga al país como un Estado débil y fracasado.

Al referirse al narcotráfico Krauze se queja de que sea, entre otras cosas, una guerra sin ideología. El señalamiento tiene mucho de paradójico. Proviene de alguien que frecuentemente descalifica a los críticos del oficialismo porque atribuye a sus reclamos tintes ideológicos.

La única ideología de los narcotraficantes es el dinero. Están dispuestos a matar y morir por él. Son prácticos, como le gusta a Krauze que sean los opositores. Son, en ese aspecto, un producto del capitalismo. Así que el fenómeno no puede condenarse y a la vez dejar intactos o hacerse de la vista gorda acerca de los fundamentos del sistema que les insufla vida. Sería como tratar de erradicar un virus dejando vivas las cepas que lo producen.

Hoy mismo (viernes), La Jornada publica un reporte del Comando Conjunto de las Fuerzas de Estados Unidos que insiste en colocar a México al lado de Pakistán como dos estados grandes e importantes que estarían ante "la posibilidad de un colapso rápido y repentino".

El informe añade una amenaza nada velada: "Cualquier descenso de México al caos demandará una respuesta estadounidense basada únicamente en las serias implicaciones para la seguridad de la patria (Estados Unidos)".

Nadie puede celebrar que estas situaciones se estén produciendo. Pero Krauze, como historiador, debe saber que cualquier país o movimiento fracasa sin una base social amplia que lo respalde. El señor Calderón carece de ese sustento. Malo para el país que así sea.

Hacia el final de su defensa Krauze considera que la frase bíblica formulada por Lincoln parece destinada a nosotros: "una casa dividida contra sí misma no puede sobrevivir". En efecto, sólo que la unidad debe siempre tener un sustrato de justicia e igualdad no sólo jurídicas, sino reales.

A propósito de sentencias bíblicas, nada mejor que concluir con otra que el señor inaugurador de encuentros clericales familiares y sus adláteres deberían releer: "Quien turba su casa heredará el viento".