viernes, 28 de enero de 2011

Televisa y Wikileaks

Es bien sabida la red de protección informativa que tiende Televisa en favor de quien en México encabeza la pirámide del poder formal: el presidente de la república. Esa protección se traduce en términos prácticos en una operación de desinformación en contra de una vasta porción de televidentes que tienen a ese como el único medio de relación con el mundo.

En televisa se puede criticar a diputados y senadores, gobernadores, partidos políticos, líderes sindicales, pero nunca al Presidente, acaso porque su figura encarna el gran acuerdo de gobernabilidad conformado por todo el entramado de intereses, privilegios, impunidades y corruptelas tejidos alrededor de los poderes fácticos y el grupo hegemónico del que forman parte y que en conjunto se conoce como sistema político.

El tácito acuerdo pactado por quienes mandan en el país de mantener intocada la figura presidencial se cumple diariamente en los noticieros del duopolio televisivo (que incluye a TV Azteca) y notoriamente en el espacio nocturno de Joaquín López Dóriga.

Las revelaciones de Wikileaks de miles de despachos de la diplomacia estadounidense, dadas a conocer el pasado mes de noviembre han incluido algunas notas sobre México. Ninguna de esos contenidos ha sido formalmente desmentido ni por la cancillería de EUA ni por los funcionarios mexicanos involucrados, incluido el propio Felipe Calderón.

Lo que revelan esas filtraciones son datos duros, hechos noticiosos que sin embargo no han sido valorados como tales por Televisa que no los ha dado a conocer en su noticiero estrella.

El auditorio de la televisora no sabrá que Calderón, contraviniendo lo dispuesto por la Constitución, solicitó la intervención extranjera (EUA) para pacificar Ciudad Juárez, Chihuahua. Tampoco sabrá que al asumir como jefa de la diplomacia estadounidense, Hillary Clinton solicitó informes sobre cómo afecta el nivel de estrés las decisiones de Calderón o si éste era un hopmbre de ideas o un simple burócrata.

Tampoco sabrán el modo como Calderón conspira junto con EUA en contra de algunos regímenes de latinoamérica o que su guerra contra el narcotráfico adolece de un aparato de inteligencia confiable, por lo que no su acción es ineficaz y casi siempre tardía.

Nada de eso existe porque la consigna es proteger a Calderón, blindarlo porque esos consorcios saben que al hacerlo se blindan ellos mismos y sus negocios.

martes, 25 de enero de 2011

Clinton en México



La visita de unas horas que realizó ayer a México la secretaria de Estado norteamericana Hillary Clinton fue una visita para la galería, sí, pero también plagada de signos. En el entramado de mensajes cifrados y simbólicos que constituyen la compleja maquinaria con que Estados Unidos ejerce su dominio sobre el mundo importan mucho las formas.

Así, para la jefa de la diplomacia estadounidense era una asignatura pendiente, tras las revelaciones de Wikileaks --aunque primero lo hizo en Asia y Europa a fines del año pasado, como para dejar en claro en donde están sus prioridades-- externar personalmente y de cara a la comunidad internacional un claro apoyo a la guerra contra el narcotráfico que lleva a cabo en México Felipe Calderón.

Lo anterior sobre todo después de los memorandums diplomáticos revelados por WikiLeaks, en los que se exponen duras críticas de EUA a la descoordinación con que el ejército y la marina enfrentan el problema, a la falta de un aparato de inteligencia eficaz y a las claras muestras de debilidad, incapacidad y entreguismo dadas por el propio Calderón al solicitar la intervención de ese país para pacificar Ciudad Juárez.

La intervención pública de Hillary Clinton no podía sino ser un espaldarazo inequívoco a la guerra que Calderón desarrolla aquí, entre otras cosas porque se trata de una guerra ordenada, diseñada y planeada por el propio país del Norte, aunque operada aquí por un ineficaz Calderón.

Se trata, como han señalado entre otros el periodista Carlos Fazio, de una estrategia de doble vía: una guerra para regular el control de las rutas y los mercados de la economía criminal y, a la vez, una guerra de contrainsurgencia y de control político-social militarizado, local, regional y nacional, aderezada con una estrategia encaminada a generar confusión y terror en la población, mientras que por otro lado se avanza en la privatización silenciosa de la electricidad, el petróleo, las telecomunicaciones y otros recursos estratégicos.

Por eso está en el interés de EUA seguir en esa estrategia de consolidación de su dominio sobre el territorio mexicano, de ahí que Clinton se declare fan de Calderón y enzalce su supuesto liderazgo, de ahí también su nada velado anuncio de que sin importar qué partido gobierne en 2012 la estrategia debe continuar, y de ahí, en fin, su cuassi orden de que pese a los costos "no hay otra alternativa".

Así pues, su presencia ayer aquí tuvo un triple propósito, en ese orden: enviar un mensaje a los cárteles que disputan las ganancias, legales e ilegales, de las trasnacionales estadounidenses, acerca de que continuará la guerra por mercados y rutas; reforzar la maltrecha figura de Calderón ante el ciudadano común que cada vez cree menos en el panista; y apaciguar un poco la incomodidad que causaron en Los Pinos las revelaciones de Wikileaks.

sábado, 15 de enero de 2011

La izquierda en América Latina



Ya desde el propio título --Lo que queda de la izquierda (Taurus, 2010)-- el libro escrito y coordinado por Jorge G. Castañeda y Marco A. Morales, resulta una descalificación anticipada a los partidos, movimientos y gobiernos de América Latina que se inscriben en ese flanco del espectro político.

En realidad, el volumen constituye un alegato en favor del capitalismo democrático liberal y de quienes desde la izquierda se avienen a sus dictados y en contra de la izquierda "vociferante" que propugna por un cambio de ese modelo.

En ese contexto hay una permanente predisposición crìtica y hasta denigratoria contra la llamada izquierda vieja, radical y tradicional que busca modificar las relaciones sociales preconizadas por el capitalismo, dentro de la cual se identifica a países como Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua, cuyos proyectos se hacen ver como inviables, casi una locura.

En cambio, se alaba lo que se identifica como izquierda moderna (Brasil, Chile, Uruguay), aquella que para ser viable como gobierno se alinea a los valores neoliberales, la que abdica de su ideología para asimilarse al mundo real; la que se adapta al sistema, acepta sus reglas, entra al juego de intereses y que, por eso mismo ha resultado exitosa.

Tales son las coordenadas en que se inscriben los 11 ensayos del volumen escritos por autores como José Merino, Patricio Navia, David Altman y los propios Castañeda y Morales, entre otros.

Todos los autores se sienten cómodos con las izquierdas reformistas, las que se pliegan al dominio del mercado, las que emprenden modificaciones, pero sin exceder los límites del neoliberalismo. Aquellas que ponen el énfasis en disminuir la desigualdad y la pobreza, las que aplican programas sociales sin pretender modificar el esquema de dominación establecido por la globalizción imperante, que han renunciado a "estridencias" como el nacionalismo y que además se llevan pragmáticamente bien con Estados Unidos (Cfr. p. 215).

Jorge Castañeda lo resume de este modo: "Si la izquierda de la región persevera en el camino de la sensatez y moderación, de la democracia y el mercado, de la inserción en el mundo real y del rechazo a las quimeras tropicales --en obvia referencia a Hugo Chávez, Andrés Manuel López Obrador y a Raúl y Fidel Castro-- puede contribuir enormemente a ese cambio del mundo real" (p.13).

Y sin embargo, la animadversión personal --diríase enfermiza-- del ex secretario mexicano de Relaciones Exteriores contra la izquierda de todo signo lo conduce a la mofa y al escarnio.

Por un lado, se burla de la izquierda que se ha plegado al capitalismo y sus reglas para llegar y mantenerse en el poder.

Escribe: "Ninguna de las izquierdas exitosas en América Latina hoy pretende hacer la revolución, y todas por tanto violan el apotegma castrista: 'El deber de todo revolucionario es hacer la revolución'.

"Si para llegar al poder la izquierda debe abdicar de su obligación de hacer la revolución, ¿qué acaso no abdica al mismo tiempo de su deseo y compromiso de reducir...la desigualdad...?

"...renunciar a la revolución no equivale a aceptar sumisamente el estado permanente de las cosas?" (p. 11)

Al mismo tiempo, desacredita y denosta a la izquierda que no acepta "sumisamente el estado permanente de las cosas" y que se propone desterrar al capitalismo. Esto por no respetar los valores democráticos, lo cual equivale a abandonar el modelo democrático liberal para darle poder directamente al pueblo.

Así, la postura de Castañeda ante la izquierda se parece mucho a aquel silogismo igualmente condenatorio que propugnaba:
Si la Biblioteca de Alejandría guarda entre sus libros al Corán, hay que quemarla por inútil (porque otras bibliotecas también lo tienen). Y si no tiene el Corán, entonces hay que quemarla, por impía.
Derrotado por la evidencia de que más de la mitad de los países de Latinoamérica --dos tercios de la población-- están gobernados por la izquierda, Castañeda no tiene otra opción que reconocer que esa tendencia política, "que muchos creían (entre ellos él mismo, por supuesto) al borde de la extinción al día siguiente de la caída de Berlín (sic), se encuentra, a primera vista, gozando de muy buena salud" (p. 284).

No obstante, se apresura a aclarar que ello no significa que la población que eligió esos gobiernos haya dado un vuelco hacia la izquierda. Antes bien, esgrime una explicación a la vez cínica y tranquilizadora para conciencias como la suya y para el statu quo capitalista, de cuyos intereses es un claro aliado y defensor.

Con el fin de la Guerra Fría --explica-- Estados Unidos ya no tenía motivos para temer el desarrollo del socialismo en la región que desafiara su seguridad nacional. Y por lo tanto tampoco había razones "para impedir que la izquierda se convirtiera en una fuerza política legítima.

"Era natural --prosigue-- que el ejercicio democrático en una región plagada de pobreza e inequidad llevara al poder a partidos con una propensión neta a atender esos problemas" (p. 36).

En todo caso, sostiene que no hay peligro para los intereses capitalistas, pues los gobiernos de izquierda que buscan una transformación de fondo son sólo cuatro (Ecuador, Bolivia, Nicaragua y Venezuela), y en los primeros dos casos --celebra-- "la transformación ha sido modesta".

"Pero incluso si consideramos a Bolivia y Ecuador como naciones donde se haya en marcha una 'revolución', se trata, en tres de los cuatro casos, de naciones muy pequeñas, empobrecidas y de escasa proyección regional".

Aparte de los fantasmas con que parece luchar denodadamente Castañeda, el volumen se completa con estudios de caso en que se revisan las condiciones que han llevado al poder y las políticas seguidas una vez en él por los partidos de izquierda en Brasil, Chile, Uruguay, Venezuela y Perú, y se revisa la evolución de la izquierda en México.

El historiador estadounidense John Womack Jr, escribió en el prefacio de su libro Zapata y la revolución mexicana: "Este es un libro acerca de unos campesinos que no querían cambiar y que, por eso mismo hicieron una revolución".

Parafraseándolo, algo similar podría afirmarse de este trabajo de Jorge G. Castañeda: Esta es la historia acerca de un intelectual mexicano que odiaba y temía a la vez, el avance de la izquierda en el continente y que, para exorcisarlo, escribió este libro.