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miércoles, 8 de mayo de 2013

Adéndum al Pacto: engáñame, pero no me dejes

El ridículo Adéndum al Pacto por México firmado hoy entre el PRI-gobierno y los partidos satélite --la derecha panista y la izquierda colaboracionista del PRD con los chuchos a la cabeza-- para garantizar elecciones limpias, equidad y blindaje contra el uso electoral de los programas sociales, no hace sino repetir lo que ya se consigna como delitos electorales en la legislación vigente.

¿Tenía sentido toda la parafernalia y el gasto erogado para montar un tinglado en el que los concurrentes --delincuentes electorales todos ellos-- se comprometen a evitar conductas ilícitas tipificadas por la ley vigente en vez de simplemente aplicarla?

Se trata de lavarle la cara a un acuerdo cupular sin representación de la sociedad --pues los partidos han perdido legitimidad representativa-- firmado por unos políticos para llevar adelante programas de Ajuste Estructural encaminados a promover los negocios y la prosperidad de unos cuantos, a costa de las riquezas del país.

Asistimos entonces a la simulación de la simulación. Puesta en evidencia la ingenuidad de los opositores al creer que el gobierno y el PRI no utilizarían la llamada cruzada contra el hambre con fines electorales, como desde el principio se advirtió, ahora dizque lo forzaron a sentarse a firmar once compromisos adicionales con los que supuestamente se le atarán las manos para no seguir lucrando políticamente con los programas sociales en temporada de elecciones.

Comicios a los que se presentarán esos partidos indigentes, autollamados de oposición, no se sabe en calidad de qué frente a los electores, pues si ya todos "están a partir un piñón" con el gobierno, y de acuerdo en el mismo proyecto de país, entonces para qué buscar el poder cada uno por su lado.

Partidos "opositores" que se convencieron a sí mismos, ellos solitos, de seguir en un mecanismo de concertación de élites políticas, al que se aferran como una forma de garantizar su presencia pública y  no quedar marginados o arrasados por la maquinaria gubernamental que con ellos o sin ellos podría llevar adelante el designio fondomonetarista de las reformas; adhesión que pretenden cobrar en su momento por migajas de poder habida cuenta de su ya sospechada debacle electoral en los comicios del próximo julio, dado su desdibujamiento ya no digamos ideológico sino como simples opositores en virtud de la magia pactista.

El PRD ha dado ya suficientes muestras de la forma en que se traiciona a sí mismo y de cómo racionaliza o justifica esos retrocesos con tal de seguir siendo parte de la cargada reformista del peñanietismo En ocasión de la recién aprobada reforma que redujo el arraigo de 80 a 40 días, el perredismo se pronunció inicialmente por la desaparición de esa figura que, en efecto, atenta contra los derechos humanos y el debido proceso de los acusados, pero terminó votando en favor sólo de la reducción del periodo.

Hubo de hacer publicar un desplegado para aclarar que aprobó la enmienda porque "se introdujeron elementos  de control y vigilancia para proteger los derechos humanos de los indiciados".

Algo similar a lo ocurrido con la firma del llamado Adendum al Pacto por México: el gobierno se burla de ellos, los trampea, pero terminan plegándose en razón, según ellos, de los sacrosantos "altos intereses de la nación", o del gradualismo al que los obliga su condición subordinada.


Tanto ha tergiversado y envenenado ese Pacto la estructura política del país, que no sólo los partidos  han perdido su perfil para conformar una masa informe, sino que la propia división de poderes parece naufragar ante el corporativismo pactista. Cosa de ver cómo la publicidad del Senado se ha plegado al Ejecutivo al utilizar como rúbrica de sus mensajes el mismo eslogan del gobierno: aquello de hacer leyes para mover a México.Así vamos.

martes, 27 de noviembre de 2012

¿Qué hizo posible a Calderón?


Fiel a su mesianismo o, si se prefiere, a su torcida involución psicológica que lo condujo de más en más a sentirse y verse como un elegido, Felipe Calderón explica su paso por la presidencia de México como un designio divino.

En efecto, la semana pasada formuló en su natal Michoacán la siguiente declaración de fe:

"Yo asumo que a uno le toca vivir el momento que le toca vivir por alguna razón, que Dios sabe por qué pone a determinadas personas frente a determinadas circunstancias".

Ya habrá tiempo de analizar qué tiene el pueblo de México que así ha llevado a la conducción del país en los últimos doce años, primero a un locuaz ignorante, después a un místico de la violencia y la crueldad como forma de redimir culpas históricas de la nacionalidad, y ahora a un iletrado sin más idea que el rollo neoliberal repetido mecánicamente por convenir a los intereses a los que sirve.

¿Qué hizo posible un gobierno como el de Calderón? No desde luego su explicación teológica. Algo más simple: el entramado de instituciones e intereses nacionales y extranjeros que conforman el grupo hegemónico en el poder.

Intereses mediáticos, económicos, financieros, políticos --incluidos los de la presunta izquierda-- y hasta criminales, organizados para ejercer su dominio mediante la exclusión sistemática de los grupos sociales dominados, de modo que éstos encuentren inaccesible e infranqueable la ruta hacia un cambio en las relaciones asimétricas de poder que prevalecen.

Del lado de la sociedad, lo que permitió está que seguramente pasará a los anales como una aberración histórica que viene a confirmar aquello de que el triunfo de la derecha es moralmente imposible, se explica por la existencia de una población poco educada, empobrecida, esencialmente conservadora y tímida; dominada por un sentido fatalista de la historia, que le dicata frases asumidas como verdades inmutables que hacen ociosa cualquier clase de resistencia: "contra el gobierno nada se puede", que recuerda aquella del famoso tango gardeliano: "Contra el destino nadie la talla".

Este conjunto de factores --perfectamente históricos-- ha hecho posible que en el México del siglo XXI se haya producido un "gobierno" como el de Calderón. Lo que sin embargo más llama la atención es la falta de respuesta social, la incapacidad para detener a una administración que bañó de sangre al país, que enlutó a miles de familias sumiéndolas en el más atroz de los sufrimientos por la pérdida, desmembramiento, tortura, levantamiento o asesinato --que todas esas variedades macabras se dieron-- de sus seres queridos.

La pasividad y permisividad de la sociedad ante la muerte o exterminio de sus semejantes es acaso el signo más preocupante de todo este asunto, pues conduce a pensar que si ni ante el peligro extremo se reacciona como forma mínima de autodefensa, no lo haremos ante nada.

Todo el aparato crítico desplegado, a la postre no resultó sino testimonial porque no alcanzó para detener la masacre de miles. Los mecanismos institucionales tampoco resultaron eficaces fundamentalmente por la traición del Partido Revolucionario Institucional (PRI).

En efecto, ya desde 2009, en las elecciones legislativas intermedias la población derrotó en las urnas la malhadada y desorganizada estrategia bélica, al arrebatarle al Partido Acción Nacional (PAN) la mayoría en el Congreso para cedérsela al PRI.

Y sin embargo, este partido traicionó el mandato de las urnas, pues continuó autorizando cada año crecientes partidas presupuestales para una guerra dirigida más al exterminio y control social que al combate al crimen organizado, como puede corroborarse a la luz de los nulos resultados.

Como ha documentado Mayolo Medina, presidente de la Fundación para el Estudio de la Seguridad y la Gobernanza, en los últimos 11 años (2001-2011) el presupuesto de la Secretaría de Seguridad Pública federal aumentó 668.1 por ciento (de 5.2 a 40.5 mil millones de pesos).

De todo ello habrá que extraer las lecciones pertinentes y la más inmediata es encaminar la lucha política por la vía de la organización social al margen de las instituciones formales de representación que hoy se encuentran cooptadas y reguladas por los grupos hegemónicos que las utilizan para llevar a cabo los procesos de legitimación y canalización de sus propios intereses.

Y esto es clave porque sin ello la dominación política no duraría ni un día. De ahí tiene que partir un programa de organización política de la sociedad.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

¿Hay partidocracia en México?

Suele achacarse a los partidos políticos el atorón de nuestra así llamada transición a la democracia. Se los acusa de no legislar "las reformas que el país requiere", de obstaculizar el funcionamiento de las instituciones democráticas, y de servir al interés de sus cúpulas empeñadas en mantenar sus cuotas y cotos de poder en detrimento del avance social.

El hartazgo que esto provoca condujo a movimientos ciudadanos que en las pasadas elecciones intermedias (2009) llamaron incluso a no votar o hacerlo en blanco, como una forma de repudio a esa partidocracia o gobierno abusivo y dictatorial de los partidos.

Es cierto, los políticos y sus partidos resultan impresentables: son mentirosos, marrulleros y en un verdadero Estado de derecho la mayoría estaría en la cárcel y no medrando con el dinero público en los altos puestos que ostentan.

En alguna de sus crónicas, al reseñar la boda de la hija de un político encumbrado, Carlos Monsiváis imaginó la larga cadena que formarían los amparos que cada uno de los asistentes estaría obligado a cargar consigo si la ley se aplicara.

Y sin embargo, no hay tal partidocracia en México. Si nos atenemos al análisis del politólogo alemán Joachim Hirsch, el Estado (la sociedad política) y la economía son manifestaciones empíricas objetivas de la misma forma social. Es decir, que la sociedad política es, en realidad, una de las formas en que se desdobla el capital.

De acuerdo con esta perspectiva, el poder político no es un poder separado del poder económico. Así, las instituciones políticas como el Congreso, los partidos políticos y el Estado son entidades patrocinadas por los poderes fácticos --el capital-- quienes delegan su poder en aquellos.

No se trata, desde luego, de una relación de subordinados. Cada esfera presenta manifestaciones, racionalidades y contenidos peculiares diferentes. De ahi que no sea una relación excenta de tensiones y contradicciones entre dos poderes que parecen separados y distintos.

Ello explica que la lucha por el poder político en México esté centrada en los representantes de la burguesía nacional (PRI y PAN) ligada desde hace décadas al capital trasnacional. Por ello, gobierne quien gobierne en México, se aplica el mismo modelo que mantiene al país en la órbita de dominio del capital estadounidense y alejado ideológicamente del resto de América Latina.

La lucha por el poder político entre los dos partidos de la derecha adscritos a este esquema es real y sin concesiones; regida por el cálculo que evite dar al contrario alguna ventaja explotable electoralmente, lo cual produce acusaciones mutuas y un empantanamienpo legislativo que hacia afuera es lo que ha sido caracterizado por el aparato de comunicación oficialista como partidocracia, es decir, la preeminencia del interés y el cálculo partidista por sobre lo que se supone es el interés ciudadano o de la Nación, cuando en realidad lo que predomina es el interés de la propia olicarquía financiera, cuyos intereses se ven momentáneamente estorbados por la lucha política de sus propios representantes.

Con el término partidocracia lo que se busca, una vez más, es difuminar y mantener en el anonimato el dominio que ejerce el capital sobre las decisiones fundamentales de un país, atribuyendo a la clase política, es decir, a los empleados, los fracasos, iniquidades e injusticias producidos por el sistema económico y el régimen de acumulación dominante.

Como ha quedado de manifiesto en la crisis de la zona euro --específicamente en los casos de Grecia, Italia, España y Portugal-- ha sido el capital financiero, mediante los organismos multilaterales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, quienes, por encima de los gobernantes elegidos mediante el supuesto voto libre y secreto de los ciudadanos, han terminado por imponer y dictar las políticas de ajuste y sacrificio popular que deben aplicarse.

En tales casos ¿dónde quedaron los gobiernos electos libremente por el sufragio popular? ¿En qué momento del que nadie se enteró los ciudadanos de esos países eligieron o cedieron su voluntad a los especuladores para que impongan, como lo hacen, sus políticas restrictivas?

Como se ve, las clases políticas de todo el mundo están en realidad dominadas por el gran capital financiero internacional. Aquí ese dominio denominado báctico porque se ejerce desde las sombras, detrás del trono, adopta el ropaje de una partidocracia. Pero en realidad no existe tal cosa. Los partidos y sus políticos no dominan nada. Son sólo instrumentos, la fachada más bien grotesca que oculta el verdadero poder.

viernes, 1 de julio de 2011

Gatopardismo y biotecnología

La conclusión lampedusiana, "cambiar para que todo siga igual", alude a que toda modificación será cosmética, aparente, mientras no cambie la estructura sobre la que esté construida una determinada forma de vida, pues la estructura es la organización y operación que determina esa forma de vida, por lo cual ésta no puede nunca ser diferente ni distinta ni, por ende, producir resultados diferentes.

Un ejemplo biológico: si usted siembra granos de maíz invariablemente tendrá una planta de esa clase. Los granos pueden ser modificados mediante técnicas de biotecnología introduciendo en su estructura biológica  (aquello que lo hace ser maíz) genes que hagan el cultivo, por ejemplo, más resistentes a plagas, o que aceleren el proceso de maduración o para que las mazorcas resulten más grandes.

Al final del día --o de la cosecha-- estos cambios genéticos no alteran el hecho de que usted obtendrá siempre una planta de maíz y no una de aguacate, a menos que introduzca un cambio,  éste sí radical: que sustituya unas semillas por otras.

En la sociedad ocurre otro tanto. Es lugar común afirmar que México ya transitó a la democracia. Y sin embargo, persisten el autoritarismo gubernamental, la exclusión de los ciudadanos de las desiciones fundamentales, la desigualdad, la injusticia y la corrupción institucional, incluidas las prácticas que desvirtúan  eso que --dicen-- es el acto primigenio de la democracia: el derecho al voto.

Esto es así porque sólo cambiaron los contenidos, pero no la estructura; es decir, no cambió el patrón en el que los contenidos se insertan. Así, el cambio del PAN por el PRI en la presidencia de México, tras 70 años de hegemonía tricolor, fue una modificación de contenido.

El patrón en el que ese nuevo contenido (el gobierno de un partido diferente) se insertó, no varió un ápice. ¿Y cuál es ese patrón o estructura que permaneció intocada? En un sentido general, fue el sistema social mediante el que se organiza en el país el proceso de producción, distribución  y consumo de la riqueza material.

Ese sistema social es la madre que se desdobla en superestrcucturas conocidas, como el corporativismo y charrismo sindical, el caciquismo regenteado por los poderes locales (gobernadores), los acuerdos entre las élites políticas y las cúpulas empresariales, las políticas económicas y las estructuras simbólicas (imágenes, textos, palabras, relaciones de poder) que sirven para establecer y mantener las relaciones de dominación en la sociedad.

Mientras no se modifique esa estructura, digamos biológica, que hace que nuestra forma de vida y nuestra sociedad sean lo que son y no otra cosa, la alternancia de los partidos políticos en el gobierno, la "ciudadanización" de los organismos electorales --federales y estatales-- así como todo el entramado legal que no alcanza para impartir justicia, serán como los genes introducidos en nuestra planta de maíz.

Tendremos una nueva presentación, un nuevo contenido, pero el cuento seguirá siendo el mismo: pobreza, desempleo desigualdad, injusticia, depredación ambiental, pues nuestras estructuras no pueden generar sino eso, porque su esencia es el intercambio mercantil de la fuerza de trabajo, como condición de posibilidad de la apropiación del trabajo no pagado.

El otro camino es aquel acto sencillo, pero radical: sustituir nuestro maíz al que sólo le hacemos mejoras, por una semilla distinta, aquella que luego de ponernos de acuerdo en lo que queremos cosechar, nos conduzca efectivamente a ello.

Mientras no lo hagamos, continuaremos cosechando la misma planta, con nuevo envoltorio y presentación mejorada, pero igualmente deforme y decrépita.

jueves, 8 de julio de 2010

Elecciones: ¿Y la sociedad?

Con argumentos varios, la clase política y todo el conglomerado de medios de comunicación, han dedicado los últimos días a elaboraciones respecto de ganadores y perdedores de las elecciones del pasado 4 de julio en 14 estados del país, en 12 de los cuales se eligió nuevo gobernador.

En un ejercicio que parece reconocer claramente que las elecciones se han convertido, de más en más, en una forma de participación social meramente testimonial, y que a eso --votar-- se limita el concurso de los ciudadanos, ninguno de esos cálculos atiende a cuestiones como los proyectos de gobierno que se aplicarán en cada estado para superar las condiciones de pobreza, desempleo e inseguridad que prevalecen.

Acaso porque los procesos electorales se han convertido sólo en un trámite para repartir el poder y posicionarse de cara a nuevos comicios, nadie parece interesarse en esas cuestiones.

Véanse los recuentos que se formulan:

*Funcionaron las alianzas
*Ganaron Calderón, Nava y Ortega
*El PRI perdió tres importantes reservorios de votos (Oaxaca, Puebla y Sinaloa)
*Ganaron los pragmáticos del poder por el poder
*Ahora, PAN-PRD por el Edomex
*Perdió Peña Nieto; ganó Beltrones. Ahora iniciará la verdadera lucha interna por la candidatura del 2012
*Peña Nieto, tocable
*El PRI tendrá que volver a negociar con Calderón
*El PRI no es invencible en 2012; se le puede competir y ganarle
*El PVEM, aliado y todo, pero gobernará en 8 estados

En ese territorio del poder, en el que los ciudadanos sólo son requeridos para legitimar el reparto, el papel de los medios de comunicación se reduce a lo evidente: interpretar quien gana o pierde posiciones en cada coyuntura.

México ya no es la desigualdad, ni la pobreza, ni la zona de desastre que es la educación, ni la falta de crecimiento económico, menos el extravío de algo parecido a un proyecto de nación. México es el cálculo político. Es Manuel Camacho declarando, con una lógica apabullante, que ganaron por las alianzas, pero que en el 2012 "no vamos a necesitar del PAN".

De aquí al 2012 México asistirá embelezado al performance político del juego de posiciones y del pragmatismo aliancista avalado por los ciudadanos. Si ya este 4 de julio los votantes demostraron que el hartazgo mata ideología y diferencias partidistas, cualquier cosa que se presente unida en las presidenciales tendrá su parte en el paraíso del poder, por encima de quienes se empeñen en problematizar la realidad.

lunes, 5 de julio de 2010

PRI-PAN: el gran acuerdo

Más allá de los resultados electorales de la jornada de ayer, y de las escaramuzas poselectorales que vendrán, lo que estas elecciones mostraron fue la degradación de la legalidad --también en este ámbito-- y el acuerdo básico que existe entre el binomio PRI-PAN, a una década de iniciada lo que los voceros gubernamentales y sus propagandistas (columnistas, editorialistas e intelectuales orgánicos) llamaron la "transición a la democracia" o la vuelta a la normalidad democrática.

Ello porque --sostenían-- por fin los votos se contaban y eran éstos los que decidían quien debía gobernar.

Lo malo es que las elecciones en México siguen siendo una apariencia que los ciudadanos vemos a través de lo que reflejan los medios, algo así como los presos de Platón (véase la alegoría de la caverna), los cuales permanecían desde su nacimiento encadenados sin poder moverse ni voltear hacia atrás donde una hoguera proyectaba hacia el muro que podían ver, sólo las sombras de los objetos reales que pasaban a sus espaldas.

Estos hombres encadenados se habían acostumbrado a tomar como verdad las sombras de los objetos proyectadas sobre las rocas, pero no podían conocer todo lo que ocurría a sus espaldas, ni cómo eran en realidad esos objetos.

Una década después de la llamada transición a la democracia, y luego de las evidencias disponibles, puede afirmarse que la tal transición sólo fue un eslogan propagandístico con el que el grupo hegemónico en el poder disfrazó la sustitución de un grupo gobernante por otro: El PAN en lugar del PRI.

Ambos partidos mantienen una alianza histórica que, como recuerda Jaime Avilés (La jornada, 3 de julio/2010)se remonta a 1988 con la convalidación panista del fraude electoral que impuso a Carlos Salinas de Gortari en la presidencia, y cuyo principal instrumento fue el hoy secuestrado Diego Fernández de Cevallos.

El acuerdo volvió a funcionar en 2006. Relegado a un lejano tercer lugar en las preferencias electorales de ese año, el PRI convalidó el fraude electoral operado para imponer a Calderón en Los Pinos, a sabiendas de que ese resultado no representaba ningún riesgo de cambio en las estructuras políticas y de gobierno edificadas sobre las bases de la corrupción y la impunidad, durante más de 70 años de priismo.

Si se observa con atención, se comprobará como esos dos partidos escenifican escaramuzas en torno a temas difíciles que aparentemente los contraponen, pero al fin de cuentas terminan apoyándose uno a otro, parapetados en el cuento de que lo hacen en nombre del interés nacional y del mantenimiento de una institucionalidad que defienden porque se traduce en lucrativos negocios.

Los aumentos de impuestos a la población, la privatización de empresas públicas en favor de intereses nacionales y trasnacionales, la política laboral inclinada a los intereses patronales, la ofensiva contra sindicatos independientes y con tradición de lucha como el Mexicano de Electricistas, o los mineros de Cananea. En todos esos temas el PRI ha criticado el proceder del gobierno federal panista, pero cuando se trata de traducir esas críticas en votos, desaparece la oposición y se avala cualquier medida antipopular.

El reclamo que la presidenta nacional del PRI, Beatriz Paredes, enderezó el martes pasado contra Calderón, en ocasión del asesinato del candidato priista al gobierno de Tamaulipas, puede leerse como el reclamo de un socio a su contraparte que ha incumplido con las cláusulas no escritas de un pacto esencial: disputémonos el poder entre nosotros, repartámonos el control y la explotación de los recursos de este país, pero sin necesidad de guerras sucias y, sobre todo, sin alianzas que puedan constituir una fractura en la rotación del poder.

El tema de las alianzas escoece al PRI de manera notable. Acuciado por un panorama que se preveía catastrófico para las elecciones de ayer en 14 estados, el PAN decidió incluir en ese acuerdo fundamental, sin notificación previa, a un PRD encabezado por una dirigencia débil y ya cooptada, vía los buenos oficios de Manuel Camacho con Calderón, con el fin de no retrasarse demasiado en la disputa por la presidencia del 2012.

No se piense que el tácito acuerdo PRI-PAN incluye la rotación mecánica del poder. El bipartidismo de facto que proponen, incluye que cada uno buscará ganar y usufructuar ese poder. De ahí el empleo de todo el arsenal de tácticas fraudulentas de que hemos sido testigos en estos meses de campañas electorales en los estados.

La autoridad electoral (el IFE) y las instancias aledañas como la Fiscalía Especial contra Delitos Electorales (Fepade) o el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) son, en este esquema, organismos cooptados y sin fuerza convertidos en componentes de ese juego de apariencias que los ciudadanos vemos proyectado como sombras en los medios de comunicación, cuyos intereses comerciales y políticos quedan bien servidos dentro del gran Acuerdo.

Un dato revelador de la existencia cosmética o aparente de la autoridad electoral: El IFE dictó el viernes medidas cautelares para que ningún funcionario público, incluido el presidente de la República, divulgara, entre viernes y lunes, logros que pudieran considerarse promoción para algún partido o candidato.

La medida, natural y adecuadamente tardía, era un mero formalismo, pues ya Calderón había concluido su ilegal campaña de tres semanas difundiendo "buenas noticias" con la clara intensión de atenuar la derrota electoral que ya se preveía para su partido.

Este y otros comportamientos dan cuenta del gran acuerdo y su correlato: impedir a toda costa que un tercero, llámese Andrés Manuel López obrador u otro con similares intenciones, se cuele al ejercicio del poder e intente cambiar las reglas. Cerrar el paso a todo lo que amenace la continuidad del gran negocio expresado en el modelo económico neoliberal. Esa es la gran matriz que debe preservarse.

¡Hasta la próxima!

viernes, 12 de marzo de 2010

Calderón y Mr. Hyde



Como si se tratara de una malísima versión mexicana de El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde --la novela de Stevenson que ilustra la psicopatología correspondiente a un desdoblamiento de personalidad-- Felipe Calderón llamó este jueves a los políticos a no denigrar su actividad, y "se declaró preocupado por los niveles de recriminación, descalificación y ofensa alcanzados...", (La Jornada, 12 de marzo, p.5).

Abundó: "La descalificación irracional a nada conduce. La denostación, la ofensa, simple y sencillamente empobrece (sic) la vida pública de México y aleja, con toda razón, a los ciudadanos de la vida pública, porque va agrandando el descrédito de la política".

Esa declaración la pudo haber hecho cualquier ciudadano y tendría razón. En boca del michoacano, sin embargo, es un tramposo intento por distanciarse y desmarcarse de un episodio del que él mismo es protagonista principalísimo, pues fue él quien urdió el pacto PRI-PAN que trataba de evitarle dolores de cabeza aliancistas al gobernador mexiquense, Enrique Peña Nieto, a cambio de aumentar los impuestos a los ciudadanos.

La impericia y la desaseada práctica política con que condujo posteriormente el asunto desembocó en la quema de dos de sus principales operadores (Fernando Gómez Mont y César Nava), aunque ellos mismos cooperaron con su dósis de ineptitud, y en los zafarranchos verbales ocurridos esta semana en San Lázaro, de los que ahora dice lamentarse, como si se tratara de una persona ajena por completo a la escaramuza, una especie de Dr. Jekyll que regresara a su condición "honorable" tras haber actuado alevosamente mientras estaba transformado en Mr. Hyde.


Operador tras bambalinas de ese acuerdo, primero negado, vuelto a negar y finalmente reconocido vergonzosamente, Calderón pretende ahora hacer creer al respetable que él y su investidura se mantienen ajenos al lodazal que ahora condena para enseguida formular llamados a la racionalidad y el buen comportamiento, situado él desde un hipotético e inmaculado Olimpo.

Y ya entrado en gastos, aprovecha el viaje para decir que por esos malos políticos revoltosos que denostan y ofenden --recuérdese que los priistas le recordaron que gracias a ellos se sentó en la silla, dada su condición de espurio-- es preciso aprobar su iniciativa de reforma política para que los ciudadanos los controlen y no sigan denigrando la política.

Si Vicente Fox era un bipolar, como nos lo vino a confirmar --tardíamente--el propio Vaticano; ahora Calderón se revela como alguien con una personalidad desdoblada. Ah! las patologías del panismo.

¡Hasta la próxima!

miércoles, 22 de abril de 2009

Miente el IFE

Arrastrando un desprestigio que ha minado el principal atributo que debiera preservar una institución de su tipo --la credibilidad-- el Instituto Federal Electoral (IFE) ha emprendido una campaña para promover el voto ciudadano en las elecciones intermedias del próximo 5 de julio.

Aunque hay quienes aseguran que las pifias en que han incurrido los consejeros y quien los encabeza, Leonardo Valdés Zurita, son premeditadas para desalentar la participación ciudadana en la referida elección, parece más bien que los tumbos del Instituto débense a la incapacidad política y falta de independencia de sus miembros.

Es cierto que a nuestra clase política conviene que la ciudadanía se mantenga ajena y lo más alejada y desinteresada de la política. Entre más lo esté, las ganancias económicas seguirán siendo para unos cuantos. Pero se necesita a los electores en las urnas para legitimar los procesos de elección y mantener así la ilusión y la apariencia de la democracia.

Por ello importa al IFE hacer que los ciudadanos voten. Pero su campaña es mentirosa y con un concepto baratísimo. Busca dramatizar el llamado mediante un recurso muy visto: el contraste negativo. Consiste en pedir que no se realice la acción solicitada (considerada positiva) si se quiere mantener una situación catalogada como socialmente anómala.

En el anuncio se pregunta a la gente: "¿Quieres que la justicia siga siendo para unos cuantos? No votes. ¿Quieres hacer como que no pasa nada? No votes" y termina diciendo: "Ellos (los diputados) deciden en qué se gastan nuestros impuestos y deben hacerlo en lo que nos hace falta".

Por asociación de ideas el mensaje induce a pensar que la sola acción del voto hará que desaparezca la injusticia, o hará que los diputados voten los presupuestos de acuerdo con las necesidades inmediatas de la gente y al revés, si no hay votos, entonces seguirán los problemas.

Esa forma de manipulación mediática no debería ser ejercida por una entidad que tiene como uno de sus principios rectores la veracidad, la certidumbre y el apego a los hechos y, entre cuyos fines figura contribuir al desarrollo de la cultura democrática.

El IFE viola ambos preceptos, pues no es veraz ni apegado a los hechos que el voto obre esas transformaciones mágicas. México tiene una larga tradición en la organización de elecciones y, sin embargo, como el propio Instituto reconoce, aquí la justicia sigue siendo sólo para unos cuantos.

Tampoco los diputados, una vez electos, escucharán a sus representados para definir el sentido de sus votos. Ese es uno de los mitos o malentendidos más difundidos de las democracias liberales.

Como afirma el pensador alemán Joachim Hirsch, la democracia política en la sociedad capitalista no puede ser "democracia de base" o gobierno directo del pueblo, sino que se reduce a la coparticipación de éste en formas sumamente restringidas --como el ir a votar, agregamos nosotros-- y sujeta a reglas de procedimiento extremadamente estrictas.

Se entiende que los partidos políticos y el IFE, hermanados por la crisis de credibilidad que padecen --aquellos tienen sólo un raquítico 4 por ciento de confianza de la gente y el Instituto el 31 por ciento, según la IV Encuesta Nacional sobre Cultura Política y Prácticas Ciudadanas divulgada la semana pasada-- pretendan hacer lo que sea por llevar gente a las urnas para justificar su existencia y legitimar al sistema, pero son precisamente esas maniobras las que consiguen el efecto contrario.

Por lo demás, ese tipo de campañas muestran el perfil antidemocrático y falaz de un instituto creado para garantizar la certeza en las elecciones, pero que de más en más se ha convertido en un costoso lastre para la democracia que pretende salvaguardar.

¡Hasta la próxima!