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viernes, 23 de mayo de 2014

"Democracia Cadáver"

El filósofo clásico y ensayista Luciano Canfora resume, certero, la realidad del mundo actual, en una entrevista publicada en "Babelia", el muy recomendable suplemento sabatino del diario El País (26.04.14):

Un sistema político en el que mandan, porque son la mayoría, los ricos no es una democracia, es una oligarquía...para mí la democracia no es el hecho de que gobierne la mayoría después de hacer el recuento de votos, es el Estado social, el hecho de que quienes no poseen la riqueza cuenten en la vida política y tengan el modo de hacerlo.

P. Teniendo esto en cuenta, ¿entonces ahora en qué sistema vivimos?
Estamos asistiendo a un cambio importantísimo. El andamiaje es igual y sigue en pie --el Parlamento, las elecciones--, pero la realidad es que se ha desarrollado y consolidado un fortísimo poder supranacional no electivo, de carácter tecnocrático y financiero...Uno podría decir, por tanto, que la democracia ha muerto, que sólo permanece el cadáver que camina --se hacen elecciones, leyes--, porque quien decide lo hace sin contar con un parlamento.

P. ¿Quien decide entonces?
Una oligarquía fundada en los intereses de grandes grupos financieros, que son el verdadero poder. Los grandes grupos financieros que tienen un poder mundial e ilimitado pueden decidir el destino de todos. El parlamento europeo que elegiremos en mayo es un seminario universitario, no tiene ningún poder real, sólo aquel de crear una clase de parásitos muy bien pagados, preciosísimos para el sistema, porque sirven para hacer ver que existe un parlamento y que Europa no es completamente antidemocrática. Por eso les pagan tanto.

P- Si este retrato descarnado es cierto, ¿cuál es la salida?
Diré algo que igual parece anacrónico, pero en la situación actual de las cosas el único lugar en el que se puede explicar el mecanismo democrático es el Estado nacional. Porque tiene la medida en la que las clases contrapuestas pueden contar.
...
Hasta ahora no se ha conseguido detener a los poderes financieros (y) los partidos socialistas no han sido capaces de plegar a la utilidad social al capital financiero. No era tampoco una empresa fácil. Pero no creo que haya alternativa más que el intento de volver a traer al movimiento socialista a los fines para los que nació.

miércoles, 8 de mayo de 2013

Adéndum al Pacto: engáñame, pero no me dejes

El ridículo Adéndum al Pacto por México firmado hoy entre el PRI-gobierno y los partidos satélite --la derecha panista y la izquierda colaboracionista del PRD con los chuchos a la cabeza-- para garantizar elecciones limpias, equidad y blindaje contra el uso electoral de los programas sociales, no hace sino repetir lo que ya se consigna como delitos electorales en la legislación vigente.

¿Tenía sentido toda la parafernalia y el gasto erogado para montar un tinglado en el que los concurrentes --delincuentes electorales todos ellos-- se comprometen a evitar conductas ilícitas tipificadas por la ley vigente en vez de simplemente aplicarla?

Se trata de lavarle la cara a un acuerdo cupular sin representación de la sociedad --pues los partidos han perdido legitimidad representativa-- firmado por unos políticos para llevar adelante programas de Ajuste Estructural encaminados a promover los negocios y la prosperidad de unos cuantos, a costa de las riquezas del país.

Asistimos entonces a la simulación de la simulación. Puesta en evidencia la ingenuidad de los opositores al creer que el gobierno y el PRI no utilizarían la llamada cruzada contra el hambre con fines electorales, como desde el principio se advirtió, ahora dizque lo forzaron a sentarse a firmar once compromisos adicionales con los que supuestamente se le atarán las manos para no seguir lucrando políticamente con los programas sociales en temporada de elecciones.

Comicios a los que se presentarán esos partidos indigentes, autollamados de oposición, no se sabe en calidad de qué frente a los electores, pues si ya todos "están a partir un piñón" con el gobierno, y de acuerdo en el mismo proyecto de país, entonces para qué buscar el poder cada uno por su lado.

Partidos "opositores" que se convencieron a sí mismos, ellos solitos, de seguir en un mecanismo de concertación de élites políticas, al que se aferran como una forma de garantizar su presencia pública y  no quedar marginados o arrasados por la maquinaria gubernamental que con ellos o sin ellos podría llevar adelante el designio fondomonetarista de las reformas; adhesión que pretenden cobrar en su momento por migajas de poder habida cuenta de su ya sospechada debacle electoral en los comicios del próximo julio, dado su desdibujamiento ya no digamos ideológico sino como simples opositores en virtud de la magia pactista.

El PRD ha dado ya suficientes muestras de la forma en que se traiciona a sí mismo y de cómo racionaliza o justifica esos retrocesos con tal de seguir siendo parte de la cargada reformista del peñanietismo En ocasión de la recién aprobada reforma que redujo el arraigo de 80 a 40 días, el perredismo se pronunció inicialmente por la desaparición de esa figura que, en efecto, atenta contra los derechos humanos y el debido proceso de los acusados, pero terminó votando en favor sólo de la reducción del periodo.

Hubo de hacer publicar un desplegado para aclarar que aprobó la enmienda porque "se introdujeron elementos  de control y vigilancia para proteger los derechos humanos de los indiciados".

Algo similar a lo ocurrido con la firma del llamado Adendum al Pacto por México: el gobierno se burla de ellos, los trampea, pero terminan plegándose en razón, según ellos, de los sacrosantos "altos intereses de la nación", o del gradualismo al que los obliga su condición subordinada.


Tanto ha tergiversado y envenenado ese Pacto la estructura política del país, que no sólo los partidos  han perdido su perfil para conformar una masa informe, sino que la propia división de poderes parece naufragar ante el corporativismo pactista. Cosa de ver cómo la publicidad del Senado se ha plegado al Ejecutivo al utilizar como rúbrica de sus mensajes el mismo eslogan del gobierno: aquello de hacer leyes para mover a México.Así vamos.

martes, 27 de noviembre de 2012

¿Qué hizo posible a Calderón?


Fiel a su mesianismo o, si se prefiere, a su torcida involución psicológica que lo condujo de más en más a sentirse y verse como un elegido, Felipe Calderón explica su paso por la presidencia de México como un designio divino.

En efecto, la semana pasada formuló en su natal Michoacán la siguiente declaración de fe:

"Yo asumo que a uno le toca vivir el momento que le toca vivir por alguna razón, que Dios sabe por qué pone a determinadas personas frente a determinadas circunstancias".

Ya habrá tiempo de analizar qué tiene el pueblo de México que así ha llevado a la conducción del país en los últimos doce años, primero a un locuaz ignorante, después a un místico de la violencia y la crueldad como forma de redimir culpas históricas de la nacionalidad, y ahora a un iletrado sin más idea que el rollo neoliberal repetido mecánicamente por convenir a los intereses a los que sirve.

¿Qué hizo posible un gobierno como el de Calderón? No desde luego su explicación teológica. Algo más simple: el entramado de instituciones e intereses nacionales y extranjeros que conforman el grupo hegemónico en el poder.

Intereses mediáticos, económicos, financieros, políticos --incluidos los de la presunta izquierda-- y hasta criminales, organizados para ejercer su dominio mediante la exclusión sistemática de los grupos sociales dominados, de modo que éstos encuentren inaccesible e infranqueable la ruta hacia un cambio en las relaciones asimétricas de poder que prevalecen.

Del lado de la sociedad, lo que permitió está que seguramente pasará a los anales como una aberración histórica que viene a confirmar aquello de que el triunfo de la derecha es moralmente imposible, se explica por la existencia de una población poco educada, empobrecida, esencialmente conservadora y tímida; dominada por un sentido fatalista de la historia, que le dicata frases asumidas como verdades inmutables que hacen ociosa cualquier clase de resistencia: "contra el gobierno nada se puede", que recuerda aquella del famoso tango gardeliano: "Contra el destino nadie la talla".

Este conjunto de factores --perfectamente históricos-- ha hecho posible que en el México del siglo XXI se haya producido un "gobierno" como el de Calderón. Lo que sin embargo más llama la atención es la falta de respuesta social, la incapacidad para detener a una administración que bañó de sangre al país, que enlutó a miles de familias sumiéndolas en el más atroz de los sufrimientos por la pérdida, desmembramiento, tortura, levantamiento o asesinato --que todas esas variedades macabras se dieron-- de sus seres queridos.

La pasividad y permisividad de la sociedad ante la muerte o exterminio de sus semejantes es acaso el signo más preocupante de todo este asunto, pues conduce a pensar que si ni ante el peligro extremo se reacciona como forma mínima de autodefensa, no lo haremos ante nada.

Todo el aparato crítico desplegado, a la postre no resultó sino testimonial porque no alcanzó para detener la masacre de miles. Los mecanismos institucionales tampoco resultaron eficaces fundamentalmente por la traición del Partido Revolucionario Institucional (PRI).

En efecto, ya desde 2009, en las elecciones legislativas intermedias la población derrotó en las urnas la malhadada y desorganizada estrategia bélica, al arrebatarle al Partido Acción Nacional (PAN) la mayoría en el Congreso para cedérsela al PRI.

Y sin embargo, este partido traicionó el mandato de las urnas, pues continuó autorizando cada año crecientes partidas presupuestales para una guerra dirigida más al exterminio y control social que al combate al crimen organizado, como puede corroborarse a la luz de los nulos resultados.

Como ha documentado Mayolo Medina, presidente de la Fundación para el Estudio de la Seguridad y la Gobernanza, en los últimos 11 años (2001-2011) el presupuesto de la Secretaría de Seguridad Pública federal aumentó 668.1 por ciento (de 5.2 a 40.5 mil millones de pesos).

De todo ello habrá que extraer las lecciones pertinentes y la más inmediata es encaminar la lucha política por la vía de la organización social al margen de las instituciones formales de representación que hoy se encuentran cooptadas y reguladas por los grupos hegemónicos que las utilizan para llevar a cabo los procesos de legitimación y canalización de sus propios intereses.

Y esto es clave porque sin ello la dominación política no duraría ni un día. De ahí tiene que partir un programa de organización política de la sociedad.

martes, 11 de septiembre de 2012

El gesticulador hoy



Es difícil encontrar una metáfora más a propósito para la hora actual que la pieza teatral El gesticulador, escrita por Rodolfo Usigli en 1937 y estrenada en Bellas Artes 10 años después, el 17 de mayo de 1947.

La anécdota es conocida:

César Rubio –un maestro universitario poco valorado, a pesar de su profundo conocimiento de la revolución mexicana-- se muda con su familia al norte de México.

Desde el principio asistimos al drama de una familia que rumia su pobreza y culpa al padre de sus propios fracasos, pues Miguel (el hijo) es un estudiante mediocre que nunca consiguió nada en la universidad y Julia (la hija), una joven que se considera fea e incapaz por ello de retener el amor de su vida.

Se trata de una familia enfrentada, inconforme consigo misma, en la que el juicio de los hijos sobre el padre es lapidario, pero incapaces ellos mismos de superar su propia mediocridad.

La vida de todos da un vuelco con la súbita presencia de un investigador estadounidense apasionado por la historia de México, quien busca datos que lo conduzcan a resolver la incógnita de la repentina y misteriosa desaparición del más importante precursor de la revolución mexicana, ocurrida en 1914, y de quien nunca más se supo nada: el gran revolucionario César Rubio.

La homonimia y el puntual conocimiento que tiene de esos episodios, hacen concebir al maestro César Rubio la idea de hacerse pasar por el héroe revolucionario desaparecido. Tentado por la idea y por los miles de dólares que la empresa le reportaría, hace creer al investigador universitario que él es el personaje que busca y que le cederá las pruebas necesarias a condición de que nunca revele el hallazgo.

El investigador no resiste la tentación, rompe el pacto y publica la historia. En México la revelación de la existencia del famoso revolucionario que pasó cerca de 24 años oculto bajo la fachada de un insignificante profesor universitario, provoca una conmoción política.

Por orden presidencial el líder del Partido Revolucionario de la Nación, el presidente municipal y los diputados federales visitan a César Rubio y tras pedirle pruebas de su identidad, le ofrecen competir por la candidatura a gobernador del estado, pues el actual precandidato sólo favorece a un grupo reducido de políticos y excluye al resto de los beneficios de ser gobierno.

La esposa, que está al tanto de la mentira, se opone y pide a César que decline el ofrecimiento, pero éste permite que la farsa continúe y acepta competir por la candidatura. Navarro, el otro precandidato del Partido, enfrenta a César Rubio, le hace saber que conoce la mentira porque él mismo se encargó de asesinar al verdadero revolucionario.

Le exige que se retire de la contienda o quedará exhibido. Rubio se niega y lo amenaza a su vez con denunciar su crimen.

Rubio acude al plebiscito del que, debido a su popularidad, todos suponen que saldrá ungido como el candidato oficial al gobierno de la entidad. Sin embargo, un sicario contratado por Navarro lo asesina al llegar al lugar de la elección. El victimario es, a su vez, muerto por los hombres de Navarro y presentado como un “fanático católico” por los crucifijos y escapularios que le habían hecho colgarse sus contratantes.

Al enterarse, la familia queda destrozada y, aunque todos saben que Navarro es quien ordenó el homicidio, se convierte en el candidato sustituto que de inmediato se gana el apoyo del pueblo, mediante el hipócrita expediente de honrar la memoria del político que mandó asesinar.

Si bien el conflicto de valores humanos está presente en toda la trama, lo que aparece como telón de fondo determinando y empujando esa transgresión ética es el naciente sistema político mexicano que hacia la tercera década del siglo XX había ya tergiversado los ideales revolucionarios.

No es casual que la acción se escenifique en un estado del norte del país. Recuérdese que finalmente la revolución fue ganada por el grupo Sonora, a la cabeza del cual figuraban los generales Plutarco Elías Calles y Álvaro Obregón. De hecho, el asesinato de César Rubio, atribuido a la acción de un “fanático católico”, recuerda el asesinato de Obregón en el restaurante La bombilla, en San Ángel.

En este caso, José León Toral, catalogado de inmediato como fanático religioso, también fue ultimado en el lugar de su magnicidio, el cual, por cierto, impidió que se consumara la primera traición de los sonorenses al espíritu de la revolución y a la letra de la Constitución que impedía la reelección presidencial que se hubiera consumado si Obregón no muere en ese atentado.

Pero más allá de esa alusión histórica, lo que El gesticulador pone de manifiesto es la forma como los ideales revolucionarios (en la pieza teatral representados por el revolucionario César Rubio) fueron posteriormente encarnados y adulterados por impostores (el maestro César Rubio), quizá en ocasiones involuntarios, pero dispuestos a medrar con los anhelos populares en cuanto se presentara la oportunidad.

Y ello merced a un complejo, pero sutil mecanismo político que aseguraba impunidad y hasta honores a cambio de complicidades silenciosas. En un país en el que la cultura no paga –el maestro César Rubio cobraba cuatro pesos por sus clases en la universidad—el camino más rápido de ascenso en la pirámide social es la política.

Y ésta se encuentra ya tan corrompida que el sendero hacia la prosperidad económica encuentra los atajos del chantaje. De ahí que el profesor Rubio piense utilizar lo que sabe de los políticos locales para hacerse de algún hueso en el gobierno.

La posterior suplantación del héroe revolucionario le parece a César Rubio casi un acto de justicia inmanente: total, razona, “todo el mundo vive aquí de apariencias, de gestos…Y ellos sí hacen daño y viven de su mentira. Yo soy mejor que muchos de ellos. ¿Por qué no…?”.

Esa postura tomará carta de naturalización mediante la justificación instantánea de riquezas inexplicables con cargo al eufemismo aquel de “hacerle a uno justicia la Revolución” y que más tarde daría paso al cinismo conceptual que encriptaba la corrupción en la frase “vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”.

Usigli es un perspicaz observador de los resortes que mueven la política de la época en la que escribe y la vigencia de su obra, se debe a que esos mecanismos persistirán afinados y renovados a lo largo de las siguientes décadas, a saber:

a)      El atropello y la adecuación de la ley a las necesidades no del país sino de las ambiciones políticas personales y las necesidades coyunturales del grupo gobernante:

En este sentido, César Rubio hace notar a los políticos que insisten en postularlo que existe un impedimento legal: la constitución prescribe que el elegido deberá acreditar una residencia de por lo menos un año en el estado y él acaba de llegar.

Lo que sigue es la más pura manifestación de la picarezca política del sistema:

--Estrella (presidente del Partido): Los gobiernos no pueden regirse por leyes de carácter general sin excepción…Deje usted al partido encargarse de legalizar la situación.

Además --dice el personaje, en lo que constituye una perla del contorsionismo político-- no se trata de transgredir la ley sino de "legalizar una situación".
 
b)      Nadie puede ir a contracorriente de las creencias populares. Fijada una idea en el manipulable imaginario colectivo, sin importar lo falsa que sea, adquiere rango de verdad incontrovertible (Confróntese con el caso actual de las encuestas).

Cuando Navarro amenaza con desenmascararlo ante la gente, César Rubio le grita:

“¡Imbécil! No puedes luchar contra una creencia general. Para todo el Norte soy César Rubio…Anda y denúnciame. Anda y cuéntale al indio que la virgen de Guadalupe es una invención de la política española. Verás qué te dice. Soy el único César Rubio porque la gente lo quiere, lo cree así”.

c)      La simulación que convierte a quienes traicionan los anhelos populares y a los criminales en héroes nacionales.

Navarro, por ejemplo, fue hecho coronel por haber asesinado al revolucionario César Rubio, como sale a relucir en la discusión que sostiene con el maestro que ha tomado el lugar de aquél. Para rematar, éste le dice:

“¿Quién es cada uno en México? Dondequiera encuentras impostores, simuladores; asesinos disfrazados de héroes, burgueses disfrazados de líderes; ladrones disfrazados de diputados, caciques disfrazados de demócratas, charlatanes disfrazados de licenciados, demagogos disfrazados de hombres. ¿Quién les pide cuentas? Todos son unos gesticuladores hipócritas”.

Al final lo que queda claro es, en efecto, la impostura de todos: el sistema mandó asesinar al verdadero César Rubio; cuando reaparece, intenta incorporarlo de inmediato a la esfera del poder; el maestro –justificado a sí mismo porque todos son impostores, se acoge al simulacro; cuando es asesinado por los sicarios de Navarro, éste asume la candidatura y gana el reconocimiento popular al honrar la memoria del héroe caído.

La historia así, recomienza una y otra vez: los traicionados y repudiados de ayer, serán los héroes de mañana, entronizados, en una cruel paradoja, por quienes los asesinaron, pero a quienes sirven hoy como fetiches, pues, como dice Navarro al joven Miguel: “México necesita de sus héroes para vivir”.

Sin importar que en ese panteón de próceres haya de todo: impostores, simuladores, gesticuladores.

El diálogo entre Navarro y Miguel con que concluye la obra es la rúbrica que muestra como en este país nadie podrá probar nunca un crimen político, un acto de corrupción, una traición al pueblo...un fraude electoral, porque todos, tarde o temprano, se convierten en cómplices y, por tanto, en rehenes del sistema.

Eso es lo que Usigli describe con maestría en su obra. De ahí su vigencia.


  









viernes, 28 de octubre de 2011

¿Qué hacer con Salinas de Gortari?

El ex presidente de México, Carlos Salinas de Gortari es, quizá, una de las expresiones más acabadas de la mediocridad y la falta de ideas de la clase política mexicana. Se trata de un hombre que ascendió en la estructura del poder favorecido por el impulso paterno, tras sus estudios en el extranjero, como fue la norma entre los hijos de funcionarios públicos mexicanos de los años 60 y 70 del siglo pasado.

Él y otros como él, hicieron realidad el proyecto de un consejero estadounidense quien sugirió no invadir México. Mejor --habría dicho-- eduquemos en nuestras universidades a sus futuros políticos y una vez imbuidos del espíritu norteamericano, ellos mismos se encargarán de arraigar nuestros valores en aquella sociedad.

Salinas de Gortari y los tecnócratas que con él llegaron al poder cumplieron cabalmente ese proyecto. Con un discurso modernizador, inició aquí la aplicación indiscriminada del nuevo modelo de acumulación capitalista encaminado a incrementar la rentabilidad del capital, mediante la liberalización del comercio mundial y la consecuente destrucción de las de las cadenas productivas, del mercado interno y de las instituciones creadas por el llamado Estado de bienestar o modelo fordista.

Ese fue el gran proyecto "modernizador" del salinato, cuyas consecuencias aún padecemos, porque ha seguido aplicándose en las administraciones panistas de Vicente Fox y Felipe Calderón. Los constantes llamados de Calderón y de su ex secretario de Hacienda y hoy gobernador del Banco de México, Agustín Carstens, para que se aprueben las llamadas reformas estructurales no son otra cosa que pasar a otra etapa dentro del mismo proyecto para concluir con el desmantelamiento del Estado.

Refundido en la ignominia y el rechazo público, Salinas ha dedicado los años recientes a promover su reinserción en la vida política del país, mediante dos vías: amparado en la cortedad de la memoria histórica de la sociedad mexicana, y mediante la escritura de libros pergueñados al amparo de la jugosa pensión de que goza como ex presidente.

Se trata de textos en los que, primero, intentó lavar su inagen y, según él, conseguido el propósito, los siguientes volúmenes que hemos padecido los mexicanos tratan temas del debate político contemporáneo.

Aunque en rigor nunca ha dejado de hacer política, Salinas pretende que ahora sólo está dedicado a "la batalla de las ideas", como lo ha dicho en entrevistas concedidas a propósito de la publicación de su librito --en más de un sentido-- ¿Qué hacer? La alternativa ciudadana.

Intenta así no ser identificado como activo partícipe en el proyecto del Partido Revolucionario Institucional (PRI) que pretende llevar a Enrique Peña Nieto a la presidencia de la República en 2012. En cambio, busca ser considerado como ideólogo, como si ese hecho no lo situara en la lucha política electoral que se avecina, pues un ideólogo lo que busca es difundir ideas que se conviertan en las concepciones dominantes. Y eso, aquí y donde sea, se llama hacer política. Como se ve, la mentira y el engaño parecen acompañar a Salinas, casi como algo consustancial.

Aun concediéndole el rango que pretende, al señor Salinas le falta, sin embargo, lo principal: las ideas. Lo que nos ofrece, en cambio, es un refrito de las consideraciones que estaban detrás de su programa social estrella: Solidaridad.

Lo que el innombrable llama la alternativa ciudadana, no significa entregar el poder al pueblo, mediante el desmantelamiento de las estructuras de dominio. La participación de la sociedad "en su propio progreso", como rezaban los promocionales de Solidaridad, sólo consiste, como en aquel programa, en que la gente en realidad asuma las responsabilidades gubernamentales en las obras de su comunidad y así vivir la apariencia de que participa, cuando en realidad lo único que hace es seguir manipulada, sin cambio en las condiciones estructurales que causan su pobreza.

Recuérdese cómo Salinas ofrecía material para la reconstrucción de guarniciones y banquetas o pintura, para escuelas, pero obligaba a que los miembros de la comunidad realizaran las obras con lo que el gobierno se ahorraba ese gasto y la comunidad era feliz "participando". 

"En la democracia republicana --dice el paladín de la participación ciudadana-- los individuos se convierten en ciudadanos al participar organizados y hacer por sí mismos lo que sólo ellos pueden por su comunidad. Con esto se evita que el Estado tome en sus manos responsabilidades que sólo corresponden a los ciudadanos"

Sí, como mantener limpios y pintados sus barrios, pero alejados de los verdaderos círculos del poder donde se adoptan las decisiones que afectan a esos ciudadanos movilizados sólo en torno de las labores de mano de obra.

Como se ve, el nuevo ideólogo de la República no sólo carece de ideas que merezcan ese nombre, sino que intenta volver a engañar con el mismo truco que aplicó hace más de 25 años. Y todo para que, en realidad, nada cambie.



viernes, 1 de julio de 2011

Gatopardismo y biotecnología

La conclusión lampedusiana, "cambiar para que todo siga igual", alude a que toda modificación será cosmética, aparente, mientras no cambie la estructura sobre la que esté construida una determinada forma de vida, pues la estructura es la organización y operación que determina esa forma de vida, por lo cual ésta no puede nunca ser diferente ni distinta ni, por ende, producir resultados diferentes.

Un ejemplo biológico: si usted siembra granos de maíz invariablemente tendrá una planta de esa clase. Los granos pueden ser modificados mediante técnicas de biotecnología introduciendo en su estructura biológica  (aquello que lo hace ser maíz) genes que hagan el cultivo, por ejemplo, más resistentes a plagas, o que aceleren el proceso de maduración o para que las mazorcas resulten más grandes.

Al final del día --o de la cosecha-- estos cambios genéticos no alteran el hecho de que usted obtendrá siempre una planta de maíz y no una de aguacate, a menos que introduzca un cambio,  éste sí radical: que sustituya unas semillas por otras.

En la sociedad ocurre otro tanto. Es lugar común afirmar que México ya transitó a la democracia. Y sin embargo, persisten el autoritarismo gubernamental, la exclusión de los ciudadanos de las desiciones fundamentales, la desigualdad, la injusticia y la corrupción institucional, incluidas las prácticas que desvirtúan  eso que --dicen-- es el acto primigenio de la democracia: el derecho al voto.

Esto es así porque sólo cambiaron los contenidos, pero no la estructura; es decir, no cambió el patrón en el que los contenidos se insertan. Así, el cambio del PAN por el PRI en la presidencia de México, tras 70 años de hegemonía tricolor, fue una modificación de contenido.

El patrón en el que ese nuevo contenido (el gobierno de un partido diferente) se insertó, no varió un ápice. ¿Y cuál es ese patrón o estructura que permaneció intocada? En un sentido general, fue el sistema social mediante el que se organiza en el país el proceso de producción, distribución  y consumo de la riqueza material.

Ese sistema social es la madre que se desdobla en superestrcucturas conocidas, como el corporativismo y charrismo sindical, el caciquismo regenteado por los poderes locales (gobernadores), los acuerdos entre las élites políticas y las cúpulas empresariales, las políticas económicas y las estructuras simbólicas (imágenes, textos, palabras, relaciones de poder) que sirven para establecer y mantener las relaciones de dominación en la sociedad.

Mientras no se modifique esa estructura, digamos biológica, que hace que nuestra forma de vida y nuestra sociedad sean lo que son y no otra cosa, la alternancia de los partidos políticos en el gobierno, la "ciudadanización" de los organismos electorales --federales y estatales-- así como todo el entramado legal que no alcanza para impartir justicia, serán como los genes introducidos en nuestra planta de maíz.

Tendremos una nueva presentación, un nuevo contenido, pero el cuento seguirá siendo el mismo: pobreza, desempleo desigualdad, injusticia, depredación ambiental, pues nuestras estructuras no pueden generar sino eso, porque su esencia es el intercambio mercantil de la fuerza de trabajo, como condición de posibilidad de la apropiación del trabajo no pagado.

El otro camino es aquel acto sencillo, pero radical: sustituir nuestro maíz al que sólo le hacemos mejoras, por una semilla distinta, aquella que luego de ponernos de acuerdo en lo que queremos cosechar, nos conduzca efectivamente a ello.

Mientras no lo hagamos, continuaremos cosechando la misma planta, con nuevo envoltorio y presentación mejorada, pero igualmente deforme y decrépita.

miércoles, 9 de marzo de 2011

La política del absurdo

Los mexicanos nos relacionamos con la política como espectadores en una sala de cine o en un espectáculo teatral. Sabemos que en la pantalla o sobre el escenario discurre una ficción. Pero establecemos lo que los semiólogos llaman un contrato de verosimilitud: para vivirlo, para emocionarnos y hasta para disfrutarlo tenemos que hacer como si lo que se nos ofrece fuera real y novedoso.

En estos días, por ejemplo, asistimos ya con mayor fuerza que en los meses pasados al espectáculo puntual de cada seis años: la danza de partidos y sus seguros o presuntos candidatos para disputarse la presidencia del país.

El espectáculo --aunque tiene su atractivo porque en el juego de estrategias lo que cuenta son las señales, los signos-- es en general bastante chafa por previsible. La sociedad, ausente de todo proyecto y obligada a jugar el papel de espectadora, se entretiene en observar y tratar de descifrar los movimientos, los dichos, las insinuaciones de los protagonistas.

Los medios de comunicación recuperan el papel que, en realidad, siempre han tenido: no el de adalides de la libertad de expresión y el derecho a la información, sino el de correas de transmisión de la élite política. Es decir, el espacio privilegiado a través del cual esa clase política, los grupos de poder intercambia mensajes crípticos que los observadores, columnistas, editorialistas se encargarán de descifrar para el consumo popular. Es otro más de los valores entendidos de nuestra democracia.

El espectáculo, como digo, empieza a intensificarse y los signos se multiplican aunque, como también dije, es bastante corriente. Por el lado del PRD, Marcelo Ebrard y Andrés Manuel López Obrador se disputan la nominación.

Resulta obvio que están distanciados, que es falso aquello de que será candidato aquel que se encuentre mejor posicionado en las encuestas al momento de la decisión. Pero recurren al contrato de verosimilitud para que el respetable les crea, acaso porque en los cálculos políticos, de ellos o de sus estrategas, no conviene que ya desde ahora se aprecie la ruptura, la colisión que ya se produjo.

Los signos son inequívocos: ante los embates del tabasqueño contra las alianzas que respalda Ebrard, éste endurece su discurso y declara a un periódico que en este momento superaría a AMLO en una encuesta de popularidad. Y fue más allá al contrastar el estilo de liderazgo que cada uno representa: el suyo, dijo, es moderno y escucha a la gente. Ya no se detuvo en calificar el estilo de AMLO, pero el contraste estaba hecho.

Otra señal de su rompimiento: interrogado en Univisión por el periodista Jorge Ramos respecto si hubo fraude en 2006, Ebrard evadió diciendo: hubo múltiples irregularidades, después elogió la decisión de Calderón de enfrentar al crimen organizado.

De modo que la ruptura ya es pública y notoria, pero ellos, pésimos histriones, actúan como si no fuera así y pretenden que se les compre esa apariencia, confiados en que el público sabe agradecer siempre tales esfuerzos, pues, como recordaba Arreola: "paga por ver una pulga vestida; y no tanto por la belleza del traje, sino por el trabajo que ha costado ponérselo".

En el PAN un día Calderón declara que el candidato del partido podría ser algún no militante. De inmediato las conjeturas: se refirió a Juan Ramón de la Fuente. Otros, más sagaces, interpretaron que aludió al secretario de Desarrollo Social, Heriberto Félix Guerra, quien no pertenece al partido.

Los panistas reaccionan contra el dicho presidencial. Después, para que ese choque de posiciones no se lea como lo que es, una división, introducen un matiz. Sabedores de que en política jamás hay que parecer ni derrotado ni dividido, aunque así sea, por voz del diputado Javier Corral arguyen que el partido siempre ha estado abierto a la ciudadanía y que el ciudadano presidente se refería a esa situación.

Los presidenciables blanquiazules toman el salvavidas y, dado que no pueden discrepar abiertamente de la opinión de su jefe Calderón, ni aceptar sus dichos porque equivaldría a reconocer que no tienen "patas para gallo", empiezan el control de daños mediante una reinterpretación a modo de lo afirmado por Calderón: "sus palabras responden a la historia de apertura del PAN a los ciudadanos"; otros niegan lo evidente: "no hay contraposición entre el presidente y el partido, pues somos un partido de ciudadanos, que siempre ha estado abierto a las candidaturas externas".

Calderón fue muy claro, pero los panistas no se dan por aludidos y empiezan a reinterpretar el sentido de las palabras originales de modo que no parezcan sobajados. Un verdadero teatro del absurdo.

Notoriamente, a partir de la declaración de Calderón, tanto Josefina Vázquez Mota, coordinadora de los diputados panistas en el Congreso, como Alonso Lujambio, secretario de Educación Pública, aceptan abiertamente --antes evitaron reconocerlo-- que buscarán la nominación de su partido para las presidenciales. No tuvieron más remedio. No vaya a ser que Calderón también se vaya con la finta de que nadie en el PAN aspira y tenga, como ya advirtió, que voltear hacia afuera.

Como se ve, la política mexicana sigue siendo una impostura, una gesticulación, un espectáculo en el que todos sabemos la verdad, pero los políticos actúan, y dejamos que lo hagan, como si nadie la supiera; nos proponen un imposible contrato de verosimilitud porque viola una condición esencial: el espectador nunca debe intuir el desenlace.

Así, nuestro teatro político resulta un espectáculo deplorable. Lo malo es que nos creemos espectadores de una farsa, cuando en realidad, somos protagonistas de una tragedia.

¡Que no se nos olvide!

martes, 1 de febrero de 2011

¿En qué creen los mexicanos?

La Encuesta Mundial de Valores (WVS, por sus siglas en inglés) de 2005-2007 mostró algunos hallazgos interesantes acerca de los valores y creencias básicas de los mexicanos, las cuales es preciso revisar por sus implicaciones políticas de cara a los próximos comicios presidenciales y en el contexto de la estrategia de shock aplicada por Felipe Calderón con el pretexto de su guerra contra el narcotráfico.

Con los resultados de la WVS, Ronald Inglehart --profesor de Ciencia Política en la Universidad de Michigan y coordinador mundial de la Encuesta-- y Christian Wenzel trazaron un mapa cultural del mundo (Modernization, Cultural Change and Democracy. New York, Cambridge University Press, 2005: p.64 based on the World Values Survey).

 Se trata de un cuadrante construido a partir de dos ejes: en el vertical se ordenan los valores tradicionales (religión, respeto a la autoridad, familia y nacionalismo) y los valores seculares-racionales.

El eje horizontal se divide en valores de supervivencia (escasez, bajo sentido de bienestar subjetivo, seguridad física y fisiológica) y valores de autoexpresión (calidad de vida, libertad, autonomía, derechos de las personas). La siguiente gráfica ilustra cómo se distribuyen los países en ese mapa de acuerdo con sus valores.

Los países ubicados arriba a la derecha son las democracias avanzadas, en las que predominan los valores secular-racionales y de autoexpresión. Los países más pobres se ubican abajo a la izquierda; son sociedades tradicionales en las que predomina la cultura de la escasez (valores de sobrevivencia).

Para mayor abundamiento, la división entre valores tradicionales y valores seculares-racionales refleja el contraste entre sociedades en las cuales la religión es muy importante y aquellas en las cuales no lo es. Un amplio rango de otras orientaciones se relacionan con esta dimensión de valores.

Por ejemplo, las sociedades más cercanas al cuadrante de los valores tradicionales enfatizan la importancia de la relación padres-hijos, la deferencia hacia la autoridad, la familia tradicional y rechazan el divorcio, el aborto, la eutanasia y el suicidio. Estas sociedades tienen altos niveles de orgullo nacional y de nacionalismo. En cambio, las sociedades con valores seculares-racionales tienen preferencias opuestas en todos estos renglones.

Inglehart encontró evidencia de que la orientación cambió de valores tradicionales a secular-racionales en casi todas las sociedades industrializadas.

Por otra parte, las sociedades con valores de autoexpresión dan alta prioridad a la protección ambiental, toleran la diversidad y plantean demandas como la participación en la toma de decisiones en la vida política y económica. Estos valores también reflejan una gran tolerancia hacia grupos marginales como los migrantes, gays, lesbianas y respecto por la equidad de género.

Todo lo anterior va acompañado de un elevado sentido de bienestar subjetivo que conduce a una atmósfera de tolerancia, confianza y moderación política. Esto, a su vez, produce una cultura en la que la gente aprecia la libertad individual y la autoexpresión, que son precisamente los atributos que la literatura sobre cultura política define como cruciales para la democracia.

En el mapa cultural del mundo, México se ubica como una sociedad tradicional, aunque más orientada a los valores de autoexpresión, casi al mismo nivel que otros países sudamericanos y en el mismo cuadrante que Estados Unidos, aunque éste menos tradicional y más autoexpresivo.

El investigador Alejandro Moreno, del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM), elaboró un mapa cultural específico de México, a partir de la referida Encuesta Mundial de Valores y de la encuesta de valores Banamex 2003 (Véase "El cambio en los valores y las creencias de los mexicanos: proyectando la trayectoria futura" en México 2010. Hipotecando el futuro, Érika Ruiz Sandoval, editora, Taurus, México, 2010).

En ese mapa, Moreno encuentra que entre 1981 y 1990 los valores de los mexicanos dieron un vuelco: se alejaron de los valores tradicionales hacia los valores propios de la modernidad, pero de 1990 a 2005, y señaladamente a partir de 1996, la orientación cambió nuevamente hacia los valores tradicionales.

El autor explica que este movimiento refleja un aumento principalmente en tres indicadores: los mexicanos dan más importancia a Dios en su vida personal, crece el nacionalismo y se manifiesta mayor deferencia hacia la autoridad.

Si se revisan los hechos de ese periodo se verá que son los años de crisis política y económica; los años en que los valores de la globalización trastocaron todos los referentes del ciudadano común. En efecto, en 1994 ocurrieron en México dos magnicidios (los asesinatos del candidato del PRI a la presidencia de la república, Luis Donaldo Colosio, y de quien se perfilaba como el líder de la mayoría priista en el Congreso, José Francisco Ruiz Massieu).

Antes, en el primer minuto de ese año se registró el levantamiento armado del EZLN en Chiapas, lo cual azoró a una sociedad que creyó superada la etapa de los movimientos armados. Todavía más: al inicio de 1995 y como producto del llamado "error de diciembre" el país vivió una de sus más crudas crisis económicas de su historia. Cientos de trabajadores perdieron su empleo y otros tantos vieron desaparecer en minutos un patrimonio forjado en años.

Acusiada por todos estos hechos, algunos de ellos inéditos, la sociedad mexicana experimentó una regresión hacia los valores tradicionales. ¿Cómo se explica este fenómeno? Por el hecho de que en momentos de crisis y desajustes, en vez de tratar de modificar el estado de cosas para superar las causas de los problemas, la gente tiende a rechazar los cambios. Se torna más conservadora.

Al no encontrar salidas o soluciones a sus problemas cotidianos se aferra a su fe religiosa y, paralelamente, se vuelve más respetuosa de la autoridad establecida. El fenómeno ha sido corroborado a escala continental.

En Lo que queda de la izquierda (Taurus, 2010), libro que escribió y coordinó con Jorge G. Castañeda, Marco A. Morales se sorprende de que en los años 90 del siglo pasado, los latinoamericanos se reorientaran ideológicamente hacia la derecha, en una década en que vivieron la crisis del peso en México (1994-95), la crisis asiática (1997), la rusa (1998) y sus catastróficos efectos en la región.

Como ha hecho notar el psicólogo social John Jost, citado por el propio Morales, investigaciones recientes han encontrado un fuerte respaldo a la noción de que los individuos tienden a volverse más conservadores y a identificarse con la derecha cuando enfrentan amenazas extremas o se encuentran en situaciones de crisis.

Este es el resultado de la necesidad psicológica de los individuos para enfrentar la incertidumbre y la amenaza. Si este es el caso, apunta Morales, los latinoamericanos debieron ser menos conservadores una vez que estas condiciones de crisis política, económica y social fueran aminorando.

Coincidentemente, añade, eso es justamente lo que se observó durante la primera mitad de esta década. De ahí que los latinoamericanos hayan optado por gobiernos de izquierda. Es decir, superada la emergencia y con otra perspectiva pudieron optar por gobiernos menos conservadores.

Aunque en cuestiones sociales es difícil acogerse a determinismos, bien podría conjeturarse --a la luz de la evidencia disponible-- que el estado de shock en que se encuentra actualmente la sociedad mexicana, a causa de la crisis económica, así como la confusión y el terror inducidos por la guerra de Calderón contra el narcotráfico y el crimen organizado, con sus secuelas de sangre, muerte, violencia y atropello a los derechos humanos, bienm podría estar acentuando la regresión de la sociedad hacia posturas políticas e ideológicas más conservadoras.

Y acaso ese sea uno de los "efectos colaterales" buscados por el establishment en México: que el miedo inhiba los cambios, como no sean los cambios cosméticos (el PRI en vez del PAN, por ejemplo).

Desde esa perspectiva, opciones electorales reformistas, como la que encarna el movimiento ciudadano de Andrés Manuel López Obrador (considerada como vociferante y radical) no tendría oportunidad de triunfo en 2012, pues millones de electores --indigentes ideológicos y materiales, además de amedrentados por la inseguridad-- optarían por acogerse a lo que juzgan como seguro: el viejo PRI, la otra cara de la derecha en el poder, o por una izquierda light, que resulte de una eventual alianza entre el PAN y el PRD.

En ese sentido puede afirmarse que si la campaña sucia y de miedo que se enderezó contra AMLO en 2006 fue de unas semanas, ahora se ha extendido todo un sexenio con el ejército en las calles.

En un contexto como el descrito, la estrategia electoral y el discurso de la izquierda en 2012 deberá tener en cuenta el factor de los valores (para entonces ya estarán disponibles los resultados de la Encuenta Mundial de Valores 2010) y la subjetividad de los mexicanos. Si se abandonara o descuidara este aspecto de la contienda podrían lamentarlo.

La derecha y los poderes fácticos que la acompañan están muy al tanto de estos factores. No en balde, entre los proyectos de Televisa para este año --según adelantó Emilio Azcárraga Jean el pasado 24 de enero en el noticiario de Joaquín López Dóriga-- figura la difusión de una serie de cápsulas en las que se pondrán de relieve "nuestras tradiciones", empezando por la fiesta de la Candelaria en Tlacotalpan, Veracruz.

Véase el cóctel de ingredientes: tradición y religiosidad por un lado; confusión y miedo por otro: la pinza perfecta con la que el conservadurismo intentará imponerse en 2012.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Hipotecando el futuro



He aquí un libro para el debate.

En esta hora de conmemoraciones centenarias y bicentenarias, cuando lo que está a faltar es una auténtica discusión sobre el país que podemos o queremos ser, México 2010. Hipotecando el futuro (Taurus) es un texto que traza algunas de las coordenadas en que puede inscribirse esa urgente reflexión.

Además de aportar ideas para lo que podría denominarse un proyecto de país, aventura algunos atisbos de lo que ocurriría en el lapso de poco más de una generación (25 años), ya sea que se actúe en un sentido (liberar al país de los intereses privados de toda laya que lo sujetan) o en otro (favorecer la subordinación a esos mismos intereses).

Cada uno de los siete ensayos que conforman el libro --escritos por Nicolás Alvarado, Gerardo Esquivel, Silvia E. Giorguli, Fausto Hernández Trillo, Alejandro Moreno, Érika Ruiz Sandoval (editora), Pedro Salazar Ugarte y Jesús Silva Herzog-Márquez-- puede ser leído como la pieza de un rompecabezas que, armado, muestra a un país que requiere ser rescatado.

El empleo aquí del término "rescate" es menos una licencia retórica que una necesidad real. Transcurrida la primera década del siglo XXI México se presenta a los ojos del observador como un país secuestrado por un entramado de intereses que representan a grupos de poder empresarial, financiero, mediático y hasta delictivo.

Ya desde el anterior libro de la serie, México 2010. El juicio del siglo, María Amparo Casar hacía notar que
El espacio público en Mëxico sigue cercado por el poder de grupos que sin ninguna investidura, representación o delegación democrática tienen el poder para imponer o modificar decisiones que afectan el interés público. Muchos de esos poderes "transitaron la transición" intocados e intocables (p. 55).
En Hipotecando el futuro, Jesús Silva Herzog-Márquez  atribuye a esa circunstancia el hecho de que vivamos lo que llama una democracia capturada.
Las estructuras corporativas --dice-- son imponentes para bloquear cualquier cambio que vulnere sus intereses; los grandes conglomerados empresariales imponen condiciones a la clase política; los poderes mediáticos ejercen un soberbio reinado de intimidación (p. 35).
 Lo que se describe en esas citas es la respuesta a las inquietudes ciudadanas básicas: ¿por qué si ya somos democráticos no mejora nuestra economía? ¿por qué nuestros representantes populares en el Congreso o nuestro presidente no responden ni gobiernan conforme a los intereses de las mayorías?

De nuevo Herzog-Márquez apunta la respuesta a ese desencuentro:
Partidos, dirigentes, asambleas legislativas, organizaciones civiles rebasadas cotidianamente por poderosos intereses económicos que logran imponer su fuerza sin encontrar resistencia. La clase política aparece de esta manera como brazo ejecutor de un manojo de intereses económicos...Tras la mantilla democrática vivimos un secuestro (pp. 36-37).
 La constatación de este fenómeno se convierte en el hilo conductor de Hipotecando el futuro, con su respectivo correlato: la falta de un proyecto de nación, de una agenda compartida, necesaria y urgente para salvar la joven democracia mexicana.

Así, en "El rompecabezas y el modelo:claves para una segunda transición mexicana", Pedro Salazar Ugarte se queja de que su idea de pugnar por una sociedad de derecho, una democracia constitucional sea un "proyecto sin promotores". Y cómo habría de tenerlos en un estado de cosas como el imperante, en el que más que una segunda transición lo que se requiere es una segunda Independencia.

Al respecto Silva Herzog adelanta una intuición: ¿Y si Carlos Marx tenía razón? ¿Y si la democracia liberal es, en realidad, la pantalla de otro imperio: el señorío de los intereses económicos? (p. 36).

Así planteada, la cuestión nos coloca de tajo en la gran falacia de la democracia mexicana: que si bien respondió a necesidades internas, el verdadero catalizador fue la ofensiva neoliberal contra el llamado Estado benefactor tras el fin de la Guerra Fría.

Ofensiva que, como bien observa Érika Ruiz Sandoval ("México y sus relaciones internacionales: ¿está desnudo el emperador?") México fue uno de los primeros en acatar mediante un seguimiento vertiginoso y sin reservas del modelo económico después conocido como Consenso de Washington.

La transición mexicana a la democracia fue una impostura. Llegamos a ella --en realidad sólo a la alternancia-- porque el anterior régimen de partido único no favorecía las nuevas condiciones requeridas para la reproducción del capital.

A ese capitalismo que requería de fronteras abiertas (la narrativa de la globalización) no le eran funcionales regímenes autoritarios o autocráticos. Véase al efecto la coincidencia histórica de las reformas orientadas al mercado con la ola democrática que se extendió por todo el mundo.

Salazar Ugarte, en el ensayo citado parece confirmar la cuestión: "El solo hecho de que nuestra democracia se haya edificado de la mano del modelo económico neoliberal es, en sí mismo, una falla de origen que obstaculiza atender la agenda pendiente de seguridad y justicia" (P. 120).

En efecto, porque se trataba sólo de ensanchar las posibilidades de reproducción del capital y de los negocios consustanciales al mismo y no tanto de desmantelar el diseño institucional que permite en México hacer negocios rentabilísimos en favor de los intereses extranjeros y sus representantes locales, pero en detrimento del país.

Un diseño institucional que funciona mediante monopolios tolerados, privilegios, concesiones ventajosas, tarifas preferenciales, control de los trabajadores, el cabildeo, subsidios y exenciones fiscales y mediante la captura de organismos reguladores (IFE, CFC, Cofetel), todo lo cual fue caracterizado por el premio nobel en ciencias económicas 2000, James J. Heckman, como un "capitalismo de amigos", en el que dominan los grupos de interés.

Lo que los autores de México 2010. Hipotecando el futuro no parecen advertir es que la captura de la democracia mexicana incluye la captura de instituciones como la presidencia de la República. Es decir, no es que poderes como la delincuencia organizada, el narcotráfico, las empresas trasnacionales o los medios de comunicación desafíen la capacidad del gobierno para asegurar los derechos de los ciudadanos.

Es muchas veces desde ese gobierno secuestrado desde donde se conculcan esos derechos. De ahí que la vía para recomponer el país pase por el rescate de sus instituciones.

Sólo así será viable reactivar la competitividad de la economía a partir de una reforma radical del sistema de impartición de justicia, como proponen Gerardo Esquivel y Fausto Hernández Trillo. O encaminarnos a una segunda transición hacia una democracia constitucional, en la que se combatan los rezagos sociales mediante la seguridad y la justicia, como quiere Pedro Salazar Ugarte; o emprender la transformación del sistema educativo que propugna Nicolás Alvarado; o, en fin, insertarnos productivamente en la nueva configuración geopolítica del mundo que está en marcha, como lo muestra Érika Ruiz Sandoval.

Así, la búsqueda del ansiado proyecto de país y su nueva narrativa no será viable mientras no se lo libere, primero, de la sujeción a los intereses privados. Mientras no se emprenda esa tarea ninguno de los escenarios hacia los que podría avanzar el país planteados por los autores será posible.

Ese es el tamaño del reto para no vivir Hipotecando el futuro.

Ficha Técnica

Colección: Historia
Género:      Ensayo
Formato:   15 x 24
Encuadernación: Rústica
Páginas:     241
Precio:       279.00