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martes, 1 de febrero de 2011

¿En qué creen los mexicanos?

La Encuesta Mundial de Valores (WVS, por sus siglas en inglés) de 2005-2007 mostró algunos hallazgos interesantes acerca de los valores y creencias básicas de los mexicanos, las cuales es preciso revisar por sus implicaciones políticas de cara a los próximos comicios presidenciales y en el contexto de la estrategia de shock aplicada por Felipe Calderón con el pretexto de su guerra contra el narcotráfico.

Con los resultados de la WVS, Ronald Inglehart --profesor de Ciencia Política en la Universidad de Michigan y coordinador mundial de la Encuesta-- y Christian Wenzel trazaron un mapa cultural del mundo (Modernization, Cultural Change and Democracy. New York, Cambridge University Press, 2005: p.64 based on the World Values Survey).

 Se trata de un cuadrante construido a partir de dos ejes: en el vertical se ordenan los valores tradicionales (religión, respeto a la autoridad, familia y nacionalismo) y los valores seculares-racionales.

El eje horizontal se divide en valores de supervivencia (escasez, bajo sentido de bienestar subjetivo, seguridad física y fisiológica) y valores de autoexpresión (calidad de vida, libertad, autonomía, derechos de las personas). La siguiente gráfica ilustra cómo se distribuyen los países en ese mapa de acuerdo con sus valores.

Los países ubicados arriba a la derecha son las democracias avanzadas, en las que predominan los valores secular-racionales y de autoexpresión. Los países más pobres se ubican abajo a la izquierda; son sociedades tradicionales en las que predomina la cultura de la escasez (valores de sobrevivencia).

Para mayor abundamiento, la división entre valores tradicionales y valores seculares-racionales refleja el contraste entre sociedades en las cuales la religión es muy importante y aquellas en las cuales no lo es. Un amplio rango de otras orientaciones se relacionan con esta dimensión de valores.

Por ejemplo, las sociedades más cercanas al cuadrante de los valores tradicionales enfatizan la importancia de la relación padres-hijos, la deferencia hacia la autoridad, la familia tradicional y rechazan el divorcio, el aborto, la eutanasia y el suicidio. Estas sociedades tienen altos niveles de orgullo nacional y de nacionalismo. En cambio, las sociedades con valores seculares-racionales tienen preferencias opuestas en todos estos renglones.

Inglehart encontró evidencia de que la orientación cambió de valores tradicionales a secular-racionales en casi todas las sociedades industrializadas.

Por otra parte, las sociedades con valores de autoexpresión dan alta prioridad a la protección ambiental, toleran la diversidad y plantean demandas como la participación en la toma de decisiones en la vida política y económica. Estos valores también reflejan una gran tolerancia hacia grupos marginales como los migrantes, gays, lesbianas y respecto por la equidad de género.

Todo lo anterior va acompañado de un elevado sentido de bienestar subjetivo que conduce a una atmósfera de tolerancia, confianza y moderación política. Esto, a su vez, produce una cultura en la que la gente aprecia la libertad individual y la autoexpresión, que son precisamente los atributos que la literatura sobre cultura política define como cruciales para la democracia.

En el mapa cultural del mundo, México se ubica como una sociedad tradicional, aunque más orientada a los valores de autoexpresión, casi al mismo nivel que otros países sudamericanos y en el mismo cuadrante que Estados Unidos, aunque éste menos tradicional y más autoexpresivo.

El investigador Alejandro Moreno, del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM), elaboró un mapa cultural específico de México, a partir de la referida Encuesta Mundial de Valores y de la encuesta de valores Banamex 2003 (Véase "El cambio en los valores y las creencias de los mexicanos: proyectando la trayectoria futura" en México 2010. Hipotecando el futuro, Érika Ruiz Sandoval, editora, Taurus, México, 2010).

En ese mapa, Moreno encuentra que entre 1981 y 1990 los valores de los mexicanos dieron un vuelco: se alejaron de los valores tradicionales hacia los valores propios de la modernidad, pero de 1990 a 2005, y señaladamente a partir de 1996, la orientación cambió nuevamente hacia los valores tradicionales.

El autor explica que este movimiento refleja un aumento principalmente en tres indicadores: los mexicanos dan más importancia a Dios en su vida personal, crece el nacionalismo y se manifiesta mayor deferencia hacia la autoridad.

Si se revisan los hechos de ese periodo se verá que son los años de crisis política y económica; los años en que los valores de la globalización trastocaron todos los referentes del ciudadano común. En efecto, en 1994 ocurrieron en México dos magnicidios (los asesinatos del candidato del PRI a la presidencia de la república, Luis Donaldo Colosio, y de quien se perfilaba como el líder de la mayoría priista en el Congreso, José Francisco Ruiz Massieu).

Antes, en el primer minuto de ese año se registró el levantamiento armado del EZLN en Chiapas, lo cual azoró a una sociedad que creyó superada la etapa de los movimientos armados. Todavía más: al inicio de 1995 y como producto del llamado "error de diciembre" el país vivió una de sus más crudas crisis económicas de su historia. Cientos de trabajadores perdieron su empleo y otros tantos vieron desaparecer en minutos un patrimonio forjado en años.

Acusiada por todos estos hechos, algunos de ellos inéditos, la sociedad mexicana experimentó una regresión hacia los valores tradicionales. ¿Cómo se explica este fenómeno? Por el hecho de que en momentos de crisis y desajustes, en vez de tratar de modificar el estado de cosas para superar las causas de los problemas, la gente tiende a rechazar los cambios. Se torna más conservadora.

Al no encontrar salidas o soluciones a sus problemas cotidianos se aferra a su fe religiosa y, paralelamente, se vuelve más respetuosa de la autoridad establecida. El fenómeno ha sido corroborado a escala continental.

En Lo que queda de la izquierda (Taurus, 2010), libro que escribió y coordinó con Jorge G. Castañeda, Marco A. Morales se sorprende de que en los años 90 del siglo pasado, los latinoamericanos se reorientaran ideológicamente hacia la derecha, en una década en que vivieron la crisis del peso en México (1994-95), la crisis asiática (1997), la rusa (1998) y sus catastróficos efectos en la región.

Como ha hecho notar el psicólogo social John Jost, citado por el propio Morales, investigaciones recientes han encontrado un fuerte respaldo a la noción de que los individuos tienden a volverse más conservadores y a identificarse con la derecha cuando enfrentan amenazas extremas o se encuentran en situaciones de crisis.

Este es el resultado de la necesidad psicológica de los individuos para enfrentar la incertidumbre y la amenaza. Si este es el caso, apunta Morales, los latinoamericanos debieron ser menos conservadores una vez que estas condiciones de crisis política, económica y social fueran aminorando.

Coincidentemente, añade, eso es justamente lo que se observó durante la primera mitad de esta década. De ahí que los latinoamericanos hayan optado por gobiernos de izquierda. Es decir, superada la emergencia y con otra perspectiva pudieron optar por gobiernos menos conservadores.

Aunque en cuestiones sociales es difícil acogerse a determinismos, bien podría conjeturarse --a la luz de la evidencia disponible-- que el estado de shock en que se encuentra actualmente la sociedad mexicana, a causa de la crisis económica, así como la confusión y el terror inducidos por la guerra de Calderón contra el narcotráfico y el crimen organizado, con sus secuelas de sangre, muerte, violencia y atropello a los derechos humanos, bienm podría estar acentuando la regresión de la sociedad hacia posturas políticas e ideológicas más conservadoras.

Y acaso ese sea uno de los "efectos colaterales" buscados por el establishment en México: que el miedo inhiba los cambios, como no sean los cambios cosméticos (el PRI en vez del PAN, por ejemplo).

Desde esa perspectiva, opciones electorales reformistas, como la que encarna el movimiento ciudadano de Andrés Manuel López Obrador (considerada como vociferante y radical) no tendría oportunidad de triunfo en 2012, pues millones de electores --indigentes ideológicos y materiales, además de amedrentados por la inseguridad-- optarían por acogerse a lo que juzgan como seguro: el viejo PRI, la otra cara de la derecha en el poder, o por una izquierda light, que resulte de una eventual alianza entre el PAN y el PRD.

En ese sentido puede afirmarse que si la campaña sucia y de miedo que se enderezó contra AMLO en 2006 fue de unas semanas, ahora se ha extendido todo un sexenio con el ejército en las calles.

En un contexto como el descrito, la estrategia electoral y el discurso de la izquierda en 2012 deberá tener en cuenta el factor de los valores (para entonces ya estarán disponibles los resultados de la Encuenta Mundial de Valores 2010) y la subjetividad de los mexicanos. Si se abandonara o descuidara este aspecto de la contienda podrían lamentarlo.

La derecha y los poderes fácticos que la acompañan están muy al tanto de estos factores. No en balde, entre los proyectos de Televisa para este año --según adelantó Emilio Azcárraga Jean el pasado 24 de enero en el noticiario de Joaquín López Dóriga-- figura la difusión de una serie de cápsulas en las que se pondrán de relieve "nuestras tradiciones", empezando por la fiesta de la Candelaria en Tlacotalpan, Veracruz.

Véase el cóctel de ingredientes: tradición y religiosidad por un lado; confusión y miedo por otro: la pinza perfecta con la que el conservadurismo intentará imponerse en 2012.