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martes, 13 de enero de 2009

Secretos

Si un pueblo está en condiciones de comprender el significado de la persecusión, el dolor de ser refugiado perpetuo y la humillación del desprecio, ese es el pueblo judío. Y sin embargo, Ahora somete a similares horrores al pueblo palestino.

¿Qué juega en favor de ese comportamiento? Hace dos décadas el periodista estadounidense Ralph Schoenman publicó La historia oculta del sionismo (Veritas press, 1988), un libro en el que, mediante documentos personales y oficiales de los protagonistas, revela lo que ha sido el sionismo y su insospechado papel como aliado del holocausto nazi.

El sionismo, como ideología que reclama para sí el derecho a un hogar nacional judío en Palestina y que aún hoy guía al gobierno de Tel Aviv, surgió en 1897 con la fundación de la Organización Sionista Mundial en Basilea, Suiza. No se trataba de un típico movimiento de colonización, sino de exterminio del pueblo palestino, basado --qué paradoja-- en el racismo y la pureza de sangre.

De acuerdo Israel Shanak, presidente de la Liga Israelí de Derechos Humanos y Cívicos, citado por el autor, antes de 1948 había 475 pueblos árabes en Palestina y para 1988 había sólo 90. Los israelíes habían exterminado a trescientos ochenta y cinco.

En una reunión con estudiantes del Instituto Tecnológico de Israel, Moshé Dayán, ministro de Defensa y posteriormente de Asuntos Internacionales, se ufanaba del hecho: "En lugar de pueblos árabes hemos levantado pueblos judíos. Ni siquiera sabéis los nombres de esos pueblos y no os lo reprocho porque esos libros de geografía ya no existen. Ni los libros ni los pueblos existen tampoco".

Acaso la mayor sorpresa del libro es la conexión que revela entre sionismo y nazismo. Afirma que los ideólogos del sionismo se han envuelto en el sudario de los seis millones de judíos que cayeron víctimas del asesinato masivo nazi.

Sin embargo, afirma que la cruel y amarga ironía estriba en que el movimiento sionista haya colaborado con el más acérrimo enemigo que jamás tuvieron los judíos. Y todo por una profunda afinidad ideológica entre ambos movimientos y que tiene su raíz en el extremado chovinismo que comparten.

Schoenman explica que la colaboración del sionismo con los alemanes durante los años 30 obedeció a la obsesión del movimiento por poblar Palestina y arrebatársela a los árabes.

Feivel Polkes, un agente de la milicia sionista informó en 1937 a Adolf Eichmann, responsable del transporte de deportados a los campos de concentración alemanes: "Los círculos nacionalistas judíos estuvieron muy complacidos por la política radical alemana, puesto que con ella la fuerza de la población judía en Palestina crecería de modo que en un futuro previsible los judíos lleguen a tener superioridad númerica sobre los árabes".

Cuando Estados Unidos y países de Europa Occidental intentaron cambiar sus leyes de inmigración para asilar a los judíos perseguidos, los propios sionistas sabotearon esos esfuerzos. Calculaban que si los judíos de Europa se salvaban, querrían ir a cualquier parte y eso no ayudaba a su objetivo de conquistar Palestina.

El sionismo buscaba cuerpos con los que colonizar y prefería millones de cadáveres judíos a cualquier rescate que pudiese llevarlos y asentarlos en otra parte.

Así los judíos sionistas abandonaron a su suerte agonizante a los judíos que no pertenecían a ese movimiento.

El autor sostiene que los sionistas necesitaban la persecusión de los judíos para convencerlos de que se convirtieran en colonizadores de Palestina y necesitaban a los perseguidores para patrocinar la empresa.

Pero la judería europea nunca mostró interés en colonizar Palestina. El sionismo fue siempre un movimiento marginal entre los judíos que aspiraban a vivir en los países donde nacieran libres de discriminación o a escapar de la persecusión emigrando a las democracias occidentales percibidas como más tolerantes.

La matanza de judíos dio al sionismo una gran autoridad moral "para considerar con calma el éxodo de los árabes...(puesto que) herr Hitler ha reforzado la popularidad de los traslados de población", escribió Vladimir Jabotinsky, ideólogo del sionismo, en su obra El frente de guerra judío, citado por Schoemann.

El 11 de enero de 1941 Isaac Shamir, quien fuera primer ministro israelí en los años 80, propuso un pacto entre la Organización Militar Nacional (sionista) y el Tercer Reich nazi, conocido como Documento de Ankara por haber sido descubierto tras la guerra en los archivos de la embajada alemana en Turquía.

Proponía que "la evacuación de las masas judías de Europa sólo puede ser posible y completa mediante el asentamiento de esas masas en el hogar del pueblo judío, Palestina..."

El pacto sugería que el establecimiento "de un estado judío sobre bases nacionales y totalitarias, atado por una alianza al Reich alemán, podría ser de interés...para una futura posición alemana de poder en Oriente Próximo". A cambio, ofrecía "participar activamente en la guerra al lado de Alemania".

Véase cómo buscaron una alianza con los asesinos de su propia raza, no sólo porque el Tercer Reich parecía lo bastante fuerte como para ayudar a imponer una colonia judía en Palestina, sino porque las prácticas nazis concordaban con los presupuestos sionistas, como se puede ver en el Documento de Ankara que habla de establecer un estado en Palestina sobre una base "totalitaria", señala Schoemann.

A la luz de los datos que ofrece la obra aquí comentada puede entenderse mejor el nuevo genocidio que el estado sionista de Israel sigue cometiendo contra el pueblo palestino. En realidad está actuando como siempre lo hizo. El discurso del antisemitismo, disparado contra todo aquel que critique el proceder israelí, no es más que, según el autor, una ironía salvaje que permite a los sionistas cubrirse con el manto colectivo del holocausto.

martes, 6 de enero de 2009

Israel y los estados canalla


La ofensiva emprendida por Israel sobre el territorio palestino de Gaza pone de nuevo en entredicho la eficacia del derecho, las convenciones internacionales, como la de Ginebra, y en particular de la Organización de Naciones Unidas para detener el inhumano ataque contra la población de esa región.

De poco sirve contar con instrumentos jurídicos ante estados forajidos o canallas, como los llamó Noam Chomsky, que no respetan el orden internacional amparados en su fuerza y, en el caso de Israel, cuando son apoyados por la mayor potencia del orbe, Estados Unidos, el primer país en violar el derecho internacional cuando considera que sus intereses no son bien servidos.

El conflicto en el Cercano Oriente se remonta al año 71 de nuestra era cuando los israelitas fueron arrojados de Palestina, su tierra, por lo romanos. Tras la primera guerra mundial gran cantidad de israelíes diseminados por Europa regresaron gradualmente a Palestina, a la sazón posesión británica, con la esperanza de crear un hogar nacional judío. Como era natural los árabes instalados allí reaccionaron con hostilidad ante la idea de crear un Estado judío en el territorio que consideraban su patria.

La segunda guerra mundial intensificó el problema. Miles de judíos fugitivos de Hitler arribaron a Palestina dispuestos a luchar por su hogar nacional tras el exterminio sufrido por su raza a manos de los nazis.

Luego de varias guerras el Estado de Israel se proclamó el 15 de mayo de 1948. El conflicto quedó delineado desde entonces y era previsible: El nuevo Estado se fundó sobre un territorio ocupado por hombres de otra lengua, otra cultura y distinta filiación religiosa, los cuales fueron expulsados masivamente del lugar.

Los árabes palestinos quedaron en minoría y reducidos a la condición de refugiados en la margen occidental y en la franja de Gaza, pero dispuestos a luchar, a su vez, por recuperar su patria.

Desde luego que la creación del Estado de Israel pudo ser posible merced al apoyo de potencias europeas, como Inglaterra, cuyas vías de comunicación comercial tenían como centro el dominio del Canal de Suez.

La colonización judía de Palestina le procuraba una barrera física contra la posible amenaza del Canal por parte de Turquía. Tras la segunda guerra mundial los ingleses perdieron importancia en la región. Estados Unidos los sustituyó como potencia protectora.

Los intereses occidentales por el control del petróleo y vías de comunicación en la región han tenido su parte en el conflicto. De ahí el apoyo que Israel recibe en muchas de sus incursiones militares contra los palestinos.

A la luz de lo anterior, cualquier mortal puede concluir que la solución del conflicto pasa por el reconocimiento de una comunidad binacional judeo-israelí y árabe-palestina, puesto que en Palestina viven esos dos pueblos.

También es preciso el abandono israelí del programa sionista, es decir, de las estructuras coloniales en las zonas ocupadas por los palestinos desde 1967, y del cual derivan la discriminación y represión de que son objeto.

Esto es capital porque allanaría el camino del reconocimiento árabe a un estado israelí no sionista que los sojuszga actualmente y, del lado judío, contribuiría a superar el miedo traumático a un nuevo exterminio, el cual ha sido utilizado por los políticos israelíes como motor del sionismo y para mantener el deseo de excluir a los árabes.

En tanto eso no ocurra, continuará la política israelí de exterminio de palestinos que se manifiesta en recurrentes y cruentas ofensivas, como la iniciada el pasado 27 de diciembre. Lo peor es que el mundo carece de los medios para impedirla. Ante los estados canalla, entre los que Israel parece sentirse cómodo, no hay nada que hacer, salvo discursos, pero éstos no evitan la muerte de la población indefensa.

La comunidad de naciones debe ya buscar un nuevo arreglo institucional para suplir a la cada vez más decorativa ONU. Es necesario un alguacil eficaz ante los forajidos que asolan el condado mundial.