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sábado, 4 de julio de 2009

Y sin embargo...votar

Este domingo no anularé mi voto.

Coincido plenamente con las razones expuestas durante las últimas semanas por quienes se han integrado al movimiento anulacionista. Celebro incluso que eso haya ocurrido, porque ese debate dio vida a un proceso que de otro modo estaba condenado a una mayor grisura.

Y sin embargo votaré por algún partido. Mi argumento es simple: en este país estamos hartos y decepcionados de que nuestros gobernantes sean corruptos, ineptos, ambiciosos, incultos, peleoneros. Y así es, en efecto. Pero esa no es la razón por la que no nos cumplen. No lo hacen porque son nuestros enemigos.

Y cuándo ha visto usted que su enemigo, aquel que no comparte sus mismos intereses, vaya alguna vez a hacer algo por usted. Nunca. Lo paradógico es que siempre hemos votado por ellos. Quienes han organizado el mundo (los dueños del capital financiero nacional y trasnacional) constituyen la clase verdaderamente dirigente y delegan el ejercicio del poder a la clase política de cada país. Son los llamados poderes fácticos (poderes de hecho), a los que nadie elige mediante el cuento del sufragio universal. Pero son quienes en realidad mandan.

La misión de los políticos es mantener las reglas por las que funciona el mundo. Y esas reglas no lo benefician ni a usted ni a mi. Si acaso recibimos pequeñas recompensas: adquirimos una casa, un automóvil, tenemos
vacaciones de tanto en tanto. En fin, lo necesario para que la vayamos pasando y para que veamos que la cosa funciona.

A cambio de eso los políticos se enriquecen, se corrompen y luego de eso, para mantenerse en el poder, incurren en un sinfín de trapacerías que son las que llegado un punto nos hartan y entonces decidimos anular nuestro voto. Creemos que los deslegitimamos, pero siguen gobernando (ya Jorge Alcocer ha documentado como el voto nulo daría al Partido Revolucionario Institucional la cláusula de gobernabilidad en la Cámara de Diputados al obtener 251 --la mitad más uno-- de los representantes populares).

De cuando en cuando aparece en el horizonte un movimiento que postula la renovación de algunas estructuras políticas y económicas. Los poderes fácticos no corren riesgos. Se aseguran entonces de corromper a los líderes para luego exhibirlos públicamente: "Mírenlos, son iguales que lo que dicen combatir", nos dicen a través de sus medios de comunicación. Y nos convencen. Nos decepcionamos. "Todos son iguales", convenimos.

Los que no se corrompen son acusados de violentos; se les presenta como desadaptados, mesiánicos, enfermos de poder, intolerantes y antidemocráticos. ¿Hago el retrato hablado de Andrés Manuel López Obrador? Así es. No digo que sea un paladín de la democracia, ni siquiera que cambiará el actual modelo de dominación.

Su lema, "Primero los pobres", ha sido tergiversado como un llamado a la rebelión, como un cambio en el mando, cuando en realidad es sólo una alerta contra una hipotética revuelta de los desposeídos. "Atendámoslos para que no se rebelen", parece un sentido más exacto para esa proclama, lo cual está muy lejos de ser revolucionario.

No va a cambiar el modelo. Acaso sólo aspire a que el país no sea una pura economía de enclave, cuya riqueza sea enviada completita a los grandes centros de poder. Y que algo de eso beneficie a los nativos. Pero quienes mandan no corren riesgos.Y viene la orden: AMLO, no.

Y con ese no vienen los fraudes y las campañas mediáticas de desprestigio y/o de odio, las guerras sucias. Y entonces los sectores medios de la población quedan inoculados y se ponen en su contra. Resulta curioso que, sin conocerlo, mucha gente que lo denosta lo haga repitiendo los calificativos que le ha servido la televisión.

Marx tenía razón: la clave de la dominación radica en que los dominados piensen lo mismo que sus dominadores, aunque sus intereses sean distintos.

¿Cómo se consigue esta amalgama de contrarios? Mediante algo que Gaetano Mosca definió como la fórmula política. Es decir, mediante principios abstractos que hacen parecer que entre gobernados y gobernantes hay una coincidencia de sentimientos y valores que nadie cuestiona y que son tenidos como verdades sagradas.

La iglesia, los medios de comunicación, la familia, la costumbre, son utilizados en la fabricación artificial de tal comunidad de intereses. De ahí que cuando votamos lo hacemos condicionados, no por las campañas electorales de la temporada, sino por la campaña de valores contrarios al cambio con que se nos bombardea cotidianamente.

Así condicionados, sin percatarnos de ello terminamos votando por nuestros enemigos, por quienes nunca nos cumplirán porque representan a quienes no tienen nuestros mismos intereses.

¿Y cuál es la agenda ciudadana, las prioridades de la gente común para los próximos años? No desde luego el que se derogue el artículo 41 de la Constitución como pidieron a los partidos los personeros del duopolio televisivo, entre quienes figura Alejandro Martí).

El interés ciudadano está puesto en superar la crisis, en iniciar el desarrollo económico que luego se traduzca en empleos remunerados, en seguridad social, en salud, educación, alimentación. Algunos comunicadores y organizaciones civiles comprometieron a los candidatos a no votar iniciativas para aumentarse el sueldo, a promover leyes para reducir el número de legisladores y el monto de financiamiento a los partidos.

Pues bien, votaré por quienes creo que no autorizarán el IVA a medicinas y alimentos, por quienes están más cerca de instaurar mecanismos como la revocación del mandato, por quienes no aprobarán una reforma laboral que profundice las prácticas de la flexibilidad laboral y la cancelación de derechos de los trabajadores, por quienes seguirán garantizando una educación laica y gratuita, por los que rechazarán que se siga gravando a los contribuyentes cautivos mientras que las grandes empresas pagan sólo 74 pesos de impuestos.

Por quienes defenderán el derecho de la mujer a decidir sobre su maternidad cuando ésta haya sido resultado de la violencia, por quienes no legislarán para seguir privatizando sectores estratégicos para el desarrollo del país.

Hablo de hombres que no son ciertamente ángeles y a ello me atengo, pero los veo más dispuestos a lo anterior que los demás y creo que, con todas sus imperfecciones, están más cerca de los intereses colectivos que el resto y, por lo menos, no son nuestros enemigos. 

miércoles, 22 de abril de 2009

Miente el IFE

Arrastrando un desprestigio que ha minado el principal atributo que debiera preservar una institución de su tipo --la credibilidad-- el Instituto Federal Electoral (IFE) ha emprendido una campaña para promover el voto ciudadano en las elecciones intermedias del próximo 5 de julio.

Aunque hay quienes aseguran que las pifias en que han incurrido los consejeros y quien los encabeza, Leonardo Valdés Zurita, son premeditadas para desalentar la participación ciudadana en la referida elección, parece más bien que los tumbos del Instituto débense a la incapacidad política y falta de independencia de sus miembros.

Es cierto que a nuestra clase política conviene que la ciudadanía se mantenga ajena y lo más alejada y desinteresada de la política. Entre más lo esté, las ganancias económicas seguirán siendo para unos cuantos. Pero se necesita a los electores en las urnas para legitimar los procesos de elección y mantener así la ilusión y la apariencia de la democracia.

Por ello importa al IFE hacer que los ciudadanos voten. Pero su campaña es mentirosa y con un concepto baratísimo. Busca dramatizar el llamado mediante un recurso muy visto: el contraste negativo. Consiste en pedir que no se realice la acción solicitada (considerada positiva) si se quiere mantener una situación catalogada como socialmente anómala.

En el anuncio se pregunta a la gente: "¿Quieres que la justicia siga siendo para unos cuantos? No votes. ¿Quieres hacer como que no pasa nada? No votes" y termina diciendo: "Ellos (los diputados) deciden en qué se gastan nuestros impuestos y deben hacerlo en lo que nos hace falta".

Por asociación de ideas el mensaje induce a pensar que la sola acción del voto hará que desaparezca la injusticia, o hará que los diputados voten los presupuestos de acuerdo con las necesidades inmediatas de la gente y al revés, si no hay votos, entonces seguirán los problemas.

Esa forma de manipulación mediática no debería ser ejercida por una entidad que tiene como uno de sus principios rectores la veracidad, la certidumbre y el apego a los hechos y, entre cuyos fines figura contribuir al desarrollo de la cultura democrática.

El IFE viola ambos preceptos, pues no es veraz ni apegado a los hechos que el voto obre esas transformaciones mágicas. México tiene una larga tradición en la organización de elecciones y, sin embargo, como el propio Instituto reconoce, aquí la justicia sigue siendo sólo para unos cuantos.

Tampoco los diputados, una vez electos, escucharán a sus representados para definir el sentido de sus votos. Ese es uno de los mitos o malentendidos más difundidos de las democracias liberales.

Como afirma el pensador alemán Joachim Hirsch, la democracia política en la sociedad capitalista no puede ser "democracia de base" o gobierno directo del pueblo, sino que se reduce a la coparticipación de éste en formas sumamente restringidas --como el ir a votar, agregamos nosotros-- y sujeta a reglas de procedimiento extremadamente estrictas.

Se entiende que los partidos políticos y el IFE, hermanados por la crisis de credibilidad que padecen --aquellos tienen sólo un raquítico 4 por ciento de confianza de la gente y el Instituto el 31 por ciento, según la IV Encuesta Nacional sobre Cultura Política y Prácticas Ciudadanas divulgada la semana pasada-- pretendan hacer lo que sea por llevar gente a las urnas para justificar su existencia y legitimar al sistema, pero son precisamente esas maniobras las que consiguen el efecto contrario.

Por lo demás, ese tipo de campañas muestran el perfil antidemocrático y falaz de un instituto creado para garantizar la certeza en las elecciones, pero que de más en más se ha convertido en un costoso lastre para la democracia que pretende salvaguardar.

¡Hasta la próxima!