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sábado, 14 de noviembre de 2009

Honduras en la encrucijada

La crisis hondureña entró en una zona de penumbra para la democracia latinoamericana.

La postura de Washington de aceptar el resultado de las elecciones del 29 de noviembre que organiza el golpista Roberto Micheletti constituye una tácita convalidación del golpe militar perpetrado en junio pasado.

Eso fue lo que siempre argumentaron los golpistas: que llegaban al poder para organizar las elecciones y que se irían tras corregir las presuntas violaciones constitucionales del presidente Manuel Zelaya.

La semana pasada una misión estadounidense encabezada por el subsecretario de Estado Thomas Shannon consiguió un nuevo acuerdo: el Congreso hondureño decidiría la restitución del presidente legítimo. Se conformaría, además un gobierno de "unidad nacional".

¿Cabe suponer mayor ingenuidad? Quienes votarán o no el regreso de Zelaya son los diputados que aprobaron su defenestración hace cinco meses. Como era previsible el presidente depuesto perdió la votación. Respecto del nuevo gabinete de "Unidad", éste excluyó a los zelayistas.

El derrocado mandatario reprochó a la secretaria de Estado estadounidense Hillary Clinton que pretendan reconocer las elecciones "sin revertir el golpe de Estado ni resolver la profunda crisis en que se encuentra nuestro país".

Las representaciones de Brasil, Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua ante la OEA advirtieron que no reconocerían las elecciones si el presidente no es restituido.

Este viernes 13 Zelaya criticó a Barack Obama por cambiar su postura, en tanto que Micheletti se mostró esperanzado en que Washington reconozca el resultado de las elecciones. Sobre todo tras la visita que realizó a Honduras el martes y miércoles últimos el subsecretario adjunto de Estado para América Latina, Craig Kelly.

Al final de su visita de dos días Kelly confirmó el viraje de Washington al declarar que para el gobierno del presidente Obama las elecciones en Honduras son "parte de la solución" a la crisis.

La retracción estadounidense no puede leerse como el fin de su intervencionismo en la región, como aseguró Obama en agosto pasado durante su estancia en México al reprochar a quienes desde entonces le exigían una postura más dura ante los golpistas hondureños.

Más bien es la confirmación de que se encuentra atado por la burocracia reaccionaria y conservadora que controla la Agencia Central de Inteligencia, el Pentágono y al Departamento de Estado.

Al respecto la periodista Amy Goodman (Democracy Now!) ha recordado que ese entramado de intereses nunca vio con buenos ojos el vuelco de Zelaya hacia políticas más populares, como la determinación de que Honduras forme parte del bloque comercial Alternativa Bolivariana para las Américas, conformado por naciones como Venezuela y Bolivia para contrarrestar el dominio económico estadounidense.

Especialistas como Carlos Fazio han documentado que el golpe militar obedeció a la pretensión de Zelaya de no renovar el contrato para la permanencia de Estados Unidos en la base militar que esa nación mantiene en Soto Cano, la cual sería convertida por Honduras en un aeropuerto comercial. Algo como lo que hizo el presidente de Ecuador Rafael Cordera, quien tampoco renovó el acuerdo para la permanencia de EU en Manta, sobre el Pacífico ecuatoriano.

La pérdida de ambas bases, según Fazio, debilitaría una red del Pentágono denominada Centros Operativos de Avanzada (FOL, por sus siglas en inglés) encargada de la guerra de contrainsurgencia que Estados Unidos desarrolla en la región.

Tales las coordenadas en que se mueve el conflicto. Es claro que con la renuncia de los zelayistas y los candidatos independientes a participar en unas elecciones organizadas por los golpistas, quienes resulten ganadores no serán sino los aliados de Micheletti, quien así podrá retirarse alegando que devuelve el país a la democracia, pero dejándolo, en realidad, en manos de sus incondicionales.

La asonada militar adquirirá así una fachada de legitimidad electoral, pero ello no significará más que la prolongación de la crisis, aunque los intereses del Departamento de Estado y de la derecha estadounidense que liderea Hillary quedarán bien servidos.

Veremos.

jueves, 6 de agosto de 2009

Zelaya en la casa del ahorcado

Mentar uno la zoga en la casa del ahorcado suele tenerse por gran desconsideración. Eso fue lo que le pasó ayer al depuesto, vía un golpe de Estado, presidente de Honduras, Manuel Zelaya Rosales, quien concluyó su visita oficial a nuestro país.

Reunido en el Teatro de la Ciudad con simpatizantes de izquierda, quienes le ofrecieron apoyo en su lucha por volver a la presidencia de su país tras la defenestración que le impuso la oligarquía y los militares hondureños, a Zelaya se le ocurrió decir que en este continente "Es mejor sentirse presidente que serlo, y se lo digo a López Obrador que me escucha en muchos lados".

La aseveración fue un guiño al movimiento que encabeza el tabasqueño, pero no solo. De inmediato ha sido utilizada por un sector de la prensa, señaladamente el periódico Milenio, un seguidor encubierto del señor Felipe Calderón, a través de su alianza con Televisa, para "amarrar navajas", como dice la Rayuela del diario La Jornada, en su edición de hoy.

El presidente hondureño incurrió ciertamente en una virtual descalificación a un gobierno al que se acercó en busca de apoyo, pero al que --con la frase que dedicó a AMLO-- golpeó en lo que más le duele: su cuestionada fuente de legitimidad.

Hablar en México de legitimidad, de ser o sentirse Presidente, es ciertamente, algo así como mentar la soga en la casa del ahorcado. El grupo en el poder acusó el efecto de inmediato y la prensa gubernamental le ha dado el cariz de una afrenta personal.

En el ámbito latinoamericano se sabe ciertamente de qué lado juegan los gobiernos de cada país. En esa geopolítica, México es identificado por su proclividad al conservadurismo militarista de Estados Unidos.

En esa lógica, su papel en la actual crisis hondureña ha sido más formal que eficaz. Se ha limitado a condenar el golpe de Estado, como algo políticamente incorrecto, pero hasta ahí. Su papel en los foros multilaterales latinoamericanos se parece más al de una comparsa de Washington, como lo muestra el acrítico apoyo al Acuerdo de San José, un mecanismo que no constituye una verdadera salida al golpe militar.

En su afán por hacer que los apoyos se traduzcan en algo más que simples condenas diplomáticas, Zelaya vino a México a sabiendas que no conseguiría más de lo mismo, como en realidad ocurrió.

En en fondo, su desliz declarativo es aprovechado para cobrarle que haya programado reuniones con agrupaciones de izquierda que impugnan la legitimidad de Calderón. Quienes eso hacen insisten en exacerbar la polarización de la sociedad mexicana que tanto dicen lamentar.

miércoles, 5 de agosto de 2009

Zelaya en México: las manos vacías

El depuesto presidente constitucional de Honduras, Manuel Zelaya Rosales, emprendió un periplo latinoamericano que inició ayer en México y que continuará en Brasil, con miras a impulsar acciones que revitalicen la presión continental sobre la asonada oligárquico-militar que lo derrocó y que impuso en el gobierno de su país a Roberto Micheletti.

El presidente Zelaya fue recibido ayer en Los Pinos por el señor Felipe Calderón y este miércoles estará en el Senado de la república y con el jefe de gobierno de la Ciudad de México, Marcelo Ebrard.

Más allá de las formas y la corrección diplomáticas y de los discursos protocolarios, Zelaya se irá de México con las manos vacías.

En su discurso de ayer, Calderón insistió en que todo el asunto debe resolverse con base en el Acuerdo de San José para la Reconciliación Nacional y el Fortalecimiento de la Democracia en Honduras, propuesto por el presidente de Costa Rica, Oscar Arias, en su calidad de mediador oficial en el conflicto.

Si se considera que ese Acuerdo ha sido desestimado por diversos analistas y por el propio presidente Zelaya, quienes lo consideran ambiguo y complaciente con los golpistas, y si se añade a lo anterior que la actuación de Arias ha empezado a ser vista con recelo por lo que ya se considera una traición y defección de los principios democráticos que inspiraron su misión, entonces tenemos que el pronunciamiento de Calderón equivale a nada.

En vez de pronunciarse por una rectificación del llamado Acuerdo de San José --el cual ofrece a los golpistas ventajas y concesiones, como su participación en un gobierno de unidad nacional y la suspensión de la consulta que el manadatario hondureño pretendía organizar sobre la reelección-- el gobierno de México se adscribe a la formalidad de un documento que, se sabe, no será eficaz, por inaceptable para una de las partes, para que Honduras retorne a la normalidad democrática.

En lugar de asumir una clara e inequívoca postura encaminada a la resolución del conflicto, la diplomacia mexicana se adscribe al bando de quienes tienen secuestrada la negociación: Washington, a través de su parapeto Oscar Arias.

No en balde el presidente Zelaya ha dicho que si hubiera voluntad política, la presión estadounidense --retirar de Honduras a su embajador y suspender todos los programas de asistencia-- podría acabar con el problema en unas horas.

Pero la secretaria de Estado Hillary Clinton y el ala dura del aparato institucional de ese país parecen ver en este episodio golpista una oportunidad de intervención contra los procesos de integración latinoamericana.

Acaso por ello, en una declaración que excede sus atribuciones y revela su inclinación hacia el stablishment estadounidense, el supuesto mediador neutral, Oscar Arias, criticó la adscripción de Honduras a la Alternativa Bolivariana para las Américas (Alba).

Así, en Honduras asistimos a una simulación internacional que condena el golpe de Estado en abstracto --como algo políticamente incorrecto en un mundo global al que la democracia le es más funcional-- pero que en el fondo se tolera por haberse dado en un país --Honduras-- al que se ve más cerca de mecanismos de integración latinoamericana, como el Alba y más lejos del polo conservador del Plan Puebla-Panamá/Iniciativa Mérida, al cual está adscrito el derechista gobierno mexicano.

Por eso, la visita a México no podía tener para Zelaya efectos políticos concretos para el pueblo hondureño que lucha en su país contra la imposición, como quedó acreditado en el discurso de Calderón. Veremos cómo le va en Brasil.