martes, 6 de enero de 2009

Israel y los estados canalla


La ofensiva emprendida por Israel sobre el territorio palestino de Gaza pone de nuevo en entredicho la eficacia del derecho, las convenciones internacionales, como la de Ginebra, y en particular de la Organización de Naciones Unidas para detener el inhumano ataque contra la población de esa región.

De poco sirve contar con instrumentos jurídicos ante estados forajidos o canallas, como los llamó Noam Chomsky, que no respetan el orden internacional amparados en su fuerza y, en el caso de Israel, cuando son apoyados por la mayor potencia del orbe, Estados Unidos, el primer país en violar el derecho internacional cuando considera que sus intereses no son bien servidos.

El conflicto en el Cercano Oriente se remonta al año 71 de nuestra era cuando los israelitas fueron arrojados de Palestina, su tierra, por lo romanos. Tras la primera guerra mundial gran cantidad de israelíes diseminados por Europa regresaron gradualmente a Palestina, a la sazón posesión británica, con la esperanza de crear un hogar nacional judío. Como era natural los árabes instalados allí reaccionaron con hostilidad ante la idea de crear un Estado judío en el territorio que consideraban su patria.

La segunda guerra mundial intensificó el problema. Miles de judíos fugitivos de Hitler arribaron a Palestina dispuestos a luchar por su hogar nacional tras el exterminio sufrido por su raza a manos de los nazis.

Luego de varias guerras el Estado de Israel se proclamó el 15 de mayo de 1948. El conflicto quedó delineado desde entonces y era previsible: El nuevo Estado se fundó sobre un territorio ocupado por hombres de otra lengua, otra cultura y distinta filiación religiosa, los cuales fueron expulsados masivamente del lugar.

Los árabes palestinos quedaron en minoría y reducidos a la condición de refugiados en la margen occidental y en la franja de Gaza, pero dispuestos a luchar, a su vez, por recuperar su patria.

Desde luego que la creación del Estado de Israel pudo ser posible merced al apoyo de potencias europeas, como Inglaterra, cuyas vías de comunicación comercial tenían como centro el dominio del Canal de Suez.

La colonización judía de Palestina le procuraba una barrera física contra la posible amenaza del Canal por parte de Turquía. Tras la segunda guerra mundial los ingleses perdieron importancia en la región. Estados Unidos los sustituyó como potencia protectora.

Los intereses occidentales por el control del petróleo y vías de comunicación en la región han tenido su parte en el conflicto. De ahí el apoyo que Israel recibe en muchas de sus incursiones militares contra los palestinos.

A la luz de lo anterior, cualquier mortal puede concluir que la solución del conflicto pasa por el reconocimiento de una comunidad binacional judeo-israelí y árabe-palestina, puesto que en Palestina viven esos dos pueblos.

También es preciso el abandono israelí del programa sionista, es decir, de las estructuras coloniales en las zonas ocupadas por los palestinos desde 1967, y del cual derivan la discriminación y represión de que son objeto.

Esto es capital porque allanaría el camino del reconocimiento árabe a un estado israelí no sionista que los sojuszga actualmente y, del lado judío, contribuiría a superar el miedo traumático a un nuevo exterminio, el cual ha sido utilizado por los políticos israelíes como motor del sionismo y para mantener el deseo de excluir a los árabes.

En tanto eso no ocurra, continuará la política israelí de exterminio de palestinos que se manifiesta en recurrentes y cruentas ofensivas, como la iniciada el pasado 27 de diciembre. Lo peor es que el mundo carece de los medios para impedirla. Ante los estados canalla, entre los que Israel parece sentirse cómodo, no hay nada que hacer, salvo discursos, pero éstos no evitan la muerte de la población indefensa.

La comunidad de naciones debe ya buscar un nuevo arreglo institucional para suplir a la cada vez más decorativa ONU. Es necesario un alguacil eficaz ante los forajidos que asolan el condado mundial.

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