En esta hora del país salta más a la vista la irresponsabilidad histórica en que ha incurrido la izquierda partidista: ha sido incapaz de construir una alternativa electoral viable, a partir de organizar a la población y hacerla partícipe en las decisiones políticas que definen el proyecto y rumbo del país.
En vez de eso, la izquierda partidista, con el Partido de la Revolución Democrática (PRD) a la cabeza, se ha mimetizado con los usos de una cultura política caracterizada por el uso patrimonialista de los cargos públicos y de los puestos de representación popular, por la corrupción, favoritismo, arribismo, clientelismo, corporativismo y fraudes en elecciones internas.
Con todo ello, la izquierda ha sido involuntaria, pero eficaz aliada de la derecha en eso de excluir a la población de la política y convertir los asuntos públicos en un tema de cúpulas, cuando no de facciones o tribus interesadas sólo en los presupuestos repartibles.
Las derrotas de la izquierda en los comicios federales de julio y las del pasado fin de semana en Coahuila y Tabasco, no son más que el corolario lógico que resulta del extravío y la indigencia ideológica que mantienen postrada a esta franja del espectro político.
El ascenso de la derecha en su versión Partido Revolucionario Institucional (PRI), no es sino resultado de la incapacidad de la izquierda para organizar a la población, para diferenciarse allí donde ha sido gobierno y de sus divisiones y sectarismo que serían justificables si fueran resultado de confrontaciones ideológicas. Pero no; se trata de algo más pueril: la ambición por alcanzar el poder sin contar con un proyecto ni con una base social de ciudadanos organizados.
Una clara muestra de lo anterior, es el feroz pragmatismo que ha conducido, por ejemplo a Andrés Manuel López Obrador a apoyar a candidatos como Ceferino Torreblanca (Guerrero) y Juan Sabines (Chiapas), que llegados al gobierno apoyados por el PRD han gobernado sin el menor apego a esas siglas, cuando algo representaban.
Ese pragmatismo --deponer principios en aras de aparentes triunfos electorales y ficticias posiciones de gobierno-- es el mismo que mantiene en el PRD al principal líder del movimiento ciudadano, cuando quienes lo siguen saben que ya no caben en ese partido convertido por sus líderes formales en un remedo de oposición.
Ahora se anuncia (martes 20 de octubre) la reactivación --con miras a la elección presidencial de 2010-- de un frente unificado de partidos de izquierda (PRD, PT y Convergencia) similar, pero con otra denominación aun por definir, al Frente Amplio Progresista (FAP) que postuló a Lopéz Obrador a la presidencia en 2006.
No se sabe si lo que armarán esos líderes convocantes será un Frankenstein (por las contrahechuras que resulten) o un caballo de Troya que incube traiciones, cuyas crónicas pueden prepararse desde ahora, dada la inclusión en ese intento de la autodenominada "izquierda moderna" (en realidad colaboracionista) del PRD "chuchista".
El capital histórico y político ha sido dilapidado por la izquierda mexicana de nuestros días, y lo peor es que no se distinguen maneras inteligentes de enfrentar la ofensiva derechista, más allá de las recetas de siempre: agruparse, crear frentes que se disgregan apenas pasadas las elecciones y vuelta al ostracismo.
En tanto, la derecha de los Peña Nieto, Beltrones y Salinas avanza sin aparente "novedad en el frente" lista para mantener el poder en manos de una oligarquía financiera y trasnacional, como quedó de manifiesto en la recién aprobada cascada de aumentos a los impuestos y servicios que deberá pagar la población, a partir del próximo año. En ese episodio, como en los que seguramente vendrán, la izquierda no apareció sino como convidado de piedra, como tímido testimonio de una porción de la sociedad que merecería estar mejor representada.
¡Hasta la próxima!
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