Con un discurso que de seguro no entusiasmó ni a sus patrocinadores televisivos, se consumó lo que una amplia franja de la población considera la imposición de Enrique Peña Nieto como presidente de México.
En efecto, su discurso en Palacio Nacional fue un texto insustancial, con una retórica plagada de lugares comunes ("alentaré la unidad en la pluralidad") y un programa de 13 puntos de claro perfil gatopardista y, en algunos casos, hasta populista.
La estrategia del discurso recurrió claramente a viejas recetas priistas para conseguir dos efectos que sin embargo resultaron fallidos: primero, tratar de cambiar el ánimo social mediante llamados a la transformación del país por la vía --otra vez-- de la superación del atraso y la pobreza; y segundo: enumerando una serie de "decisiones" inmediatas para dar la impresión de que ya está al mando y de que no llega con las manos vacías.
Así, hizo saber que los cinco ejes de su gobierno serán: 1) un México en paz; 2) una nación incluyente que cierre la brecha de la desigualdad, que pase a ser una sociedad de clase media con igualdad de oportunidades, equidad y cohesión: 3) educación de calidad; 4) un México próspero con crecimiento económico y mayor competitividad en todos los ámbitos, y 5) Responsabilidad global con una diplomacia moderna e innovadora.
Nada que no hubieran ofrecido antes Luis Echeverría, José López Portillo, Miguel de la Madrid, Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Vicente Fox o Felipe Calderón. Casi medio siglo (42 años) de los mismos propósitos incumplidos ahora vueltos a renovar.
¿Puede alguien creer que habrá un país incluyente, sin desigualdad y crecimiento cuando el modelo económico que se aplica y que permanecerá intocado es el que precisamente produce exclusión, desigualdad y estancamiento?
Y esto porque se trata de un modelo económico que depende de la inversión extranjera con la que se financia el gobierno (la promesa de cero déficit presupuestal está basada en este supuesto), y que a cambio exige tener a su disposición mano de obra barata, el pago de pocas prestaciones sociales y bajo costo por despidos, condiciones que garantiza la recién aprobada reforma laboral.
Se trata de un modelo que en esas condiciones produce escaso crecimiento económico, poco empleo y precario, mucha informalidad y, desde luego, mayor desigualdad. De ahí que los cinco ejes del programa peñanietista estén condenados al fracaso. O en todo caso serán la cortina de humo con la que se tratará de distraer al respetable del verdadero proyecto de saqueo nacional que se pondrá en marcha con las reformas estructurales que faltan y que en el discurso de hoy se mencionaron apenas de soslayo. Por algo será.
Por otra parte, las 13 "decisiones" de gobierno anunciadas como iniciales constituyen el ejemplo más acabado de gatopardismo: la cruzada nacional contra el hambre, el programa de seguro de vida para jefas de familia y la pensión para mayores de 65 años confirman el enfoque asistencialista y demagógico que seguirá teniendo la llamada política social, porque no atiende las causas estructurales de los problemas que se dice querer combatir.
La reforma al artículo tercero constitucional para crear las bases del Servicio Profesional de Carrera Docente, de nuevo hace recaer sólo en los profesores la responsabilidad del desastre educativo, como si éste no consistiera en realidad en el control corporativo del sindicato a manos de Elba Esther Gordillo, en los ineficaces modelos educativos y en los propios contenidos light que se imparten.
Estará por verse el alcance del decreto anunciado con medidas de austeridad en el gasto público, la unificación de los códigos penales, la licitación de dos nuevas cadenas de televisión abierta y la propuesta de Ley de Responsabilidad Hacendaria para poner en orden la deuda de los gobiernos de los estados que, en principio, parece violar el régimen federalista y la autonomía de las entidades.
La privatización de Pemex (reforma energética), el aumento del IVA y su aplicación en alimentos y medicinas (reforma fiscal) y la de seguridad social se anunciarán después. Y sin embargo, se trata de las llamadas reformas estructurales que delinean el verdadero proyecto entreguista del priismo restaurado.
El no referirse a ellos con amplitud en la toma de posesión seguramente obedece a la necesidad de no levantar temprana oposición y rechazo y empañar lo que los antiguos priistas solían llamar la "luna de miel" del nuevo gobernante con sus gobernados. Sólo que esta vez ni eso tendrá.
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