En su notabilísima Introducción al Quijote, E.C. Riley alude a lo que parece ser una de las claves para la creación de personajes trascendentes en la literatura.
Al analizar la cuestión de las fuentes de la novela de Cervantes, ubica como posible precedente a "una distinguida pareja de cómicos italianos popular de 1574 en adelante. Éstos eran Bottarga (un hombre corpulento, de donde deriva la denominación de esos disfrases enormes utilizados en teatro y más recientemente en publicidad) y Ganassa (un hombre delgado).
"Es bastante improbable que Cervantes no los conociera, por lo menos de oídas, y es en cambio probable que, de manera consciente o inconsciente, su creación del personaje Don Quijote deba algo a Ganassa".
Riley asienta lo evidente respecto de Don Quijote y Sancho Panza: que no hay pareja de personajes en la literatura occidental que sea reconocible de una manera más inmediata y universal, incluso para la gente que no ha leído el libro.
Y añade que "este efecto no se debe únicamente a las dotes de Cervantes para la descripción breve y encendida, sino también a su identificación con un cierto elemento arquetípico".
Esta última afirmación coincide con una opinión de Jorge Luis Borges. En un texto sobre Nabokov, incluido en Apariciones, una antología de ensayos de Juan García Ponce, éste recuerda que en un escrito sobre Quevedo, Borges destacó que el autor español es, probablemente, palabra por palabra, el escritor perfecto, y sin embargo no ha alcanzado la popularidad que merece porque en su obra no existe un sólo prototipo, una figura ideal que cautive la imaginación como lo sería, evidentemente, Don Quijote, por ejemplo.
El propio Nabokov logró esa trascendencia con su novela Lolita, en la que se cumplió de nuevo el postulado de Riley y Borges: crear un arquetipo, en este caso Lolita: la ninfeta como símbolo sexual.
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