miércoles, 24 de noviembre de 2010

Hipotecando el futuro



He aquí un libro para el debate.

En esta hora de conmemoraciones centenarias y bicentenarias, cuando lo que está a faltar es una auténtica discusión sobre el país que podemos o queremos ser, México 2010. Hipotecando el futuro (Taurus) es un texto que traza algunas de las coordenadas en que puede inscribirse esa urgente reflexión.

Además de aportar ideas para lo que podría denominarse un proyecto de país, aventura algunos atisbos de lo que ocurriría en el lapso de poco más de una generación (25 años), ya sea que se actúe en un sentido (liberar al país de los intereses privados de toda laya que lo sujetan) o en otro (favorecer la subordinación a esos mismos intereses).

Cada uno de los siete ensayos que conforman el libro --escritos por Nicolás Alvarado, Gerardo Esquivel, Silvia E. Giorguli, Fausto Hernández Trillo, Alejandro Moreno, Érika Ruiz Sandoval (editora), Pedro Salazar Ugarte y Jesús Silva Herzog-Márquez-- puede ser leído como la pieza de un rompecabezas que, armado, muestra a un país que requiere ser rescatado.

El empleo aquí del término "rescate" es menos una licencia retórica que una necesidad real. Transcurrida la primera década del siglo XXI México se presenta a los ojos del observador como un país secuestrado por un entramado de intereses que representan a grupos de poder empresarial, financiero, mediático y hasta delictivo.

Ya desde el anterior libro de la serie, México 2010. El juicio del siglo, María Amparo Casar hacía notar que
El espacio público en Mëxico sigue cercado por el poder de grupos que sin ninguna investidura, representación o delegación democrática tienen el poder para imponer o modificar decisiones que afectan el interés público. Muchos de esos poderes "transitaron la transición" intocados e intocables (p. 55).
En Hipotecando el futuro, Jesús Silva Herzog-Márquez  atribuye a esa circunstancia el hecho de que vivamos lo que llama una democracia capturada.
Las estructuras corporativas --dice-- son imponentes para bloquear cualquier cambio que vulnere sus intereses; los grandes conglomerados empresariales imponen condiciones a la clase política; los poderes mediáticos ejercen un soberbio reinado de intimidación (p. 35).
 Lo que se describe en esas citas es la respuesta a las inquietudes ciudadanas básicas: ¿por qué si ya somos democráticos no mejora nuestra economía? ¿por qué nuestros representantes populares en el Congreso o nuestro presidente no responden ni gobiernan conforme a los intereses de las mayorías?

De nuevo Herzog-Márquez apunta la respuesta a ese desencuentro:
Partidos, dirigentes, asambleas legislativas, organizaciones civiles rebasadas cotidianamente por poderosos intereses económicos que logran imponer su fuerza sin encontrar resistencia. La clase política aparece de esta manera como brazo ejecutor de un manojo de intereses económicos...Tras la mantilla democrática vivimos un secuestro (pp. 36-37).
 La constatación de este fenómeno se convierte en el hilo conductor de Hipotecando el futuro, con su respectivo correlato: la falta de un proyecto de nación, de una agenda compartida, necesaria y urgente para salvar la joven democracia mexicana.

Así, en "El rompecabezas y el modelo:claves para una segunda transición mexicana", Pedro Salazar Ugarte se queja de que su idea de pugnar por una sociedad de derecho, una democracia constitucional sea un "proyecto sin promotores". Y cómo habría de tenerlos en un estado de cosas como el imperante, en el que más que una segunda transición lo que se requiere es una segunda Independencia.

Al respecto Silva Herzog adelanta una intuición: ¿Y si Carlos Marx tenía razón? ¿Y si la democracia liberal es, en realidad, la pantalla de otro imperio: el señorío de los intereses económicos? (p. 36).

Así planteada, la cuestión nos coloca de tajo en la gran falacia de la democracia mexicana: que si bien respondió a necesidades internas, el verdadero catalizador fue la ofensiva neoliberal contra el llamado Estado benefactor tras el fin de la Guerra Fría.

Ofensiva que, como bien observa Érika Ruiz Sandoval ("México y sus relaciones internacionales: ¿está desnudo el emperador?") México fue uno de los primeros en acatar mediante un seguimiento vertiginoso y sin reservas del modelo económico después conocido como Consenso de Washington.

La transición mexicana a la democracia fue una impostura. Llegamos a ella --en realidad sólo a la alternancia-- porque el anterior régimen de partido único no favorecía las nuevas condiciones requeridas para la reproducción del capital.

A ese capitalismo que requería de fronteras abiertas (la narrativa de la globalización) no le eran funcionales regímenes autoritarios o autocráticos. Véase al efecto la coincidencia histórica de las reformas orientadas al mercado con la ola democrática que se extendió por todo el mundo.

Salazar Ugarte, en el ensayo citado parece confirmar la cuestión: "El solo hecho de que nuestra democracia se haya edificado de la mano del modelo económico neoliberal es, en sí mismo, una falla de origen que obstaculiza atender la agenda pendiente de seguridad y justicia" (P. 120).

En efecto, porque se trataba sólo de ensanchar las posibilidades de reproducción del capital y de los negocios consustanciales al mismo y no tanto de desmantelar el diseño institucional que permite en México hacer negocios rentabilísimos en favor de los intereses extranjeros y sus representantes locales, pero en detrimento del país.

Un diseño institucional que funciona mediante monopolios tolerados, privilegios, concesiones ventajosas, tarifas preferenciales, control de los trabajadores, el cabildeo, subsidios y exenciones fiscales y mediante la captura de organismos reguladores (IFE, CFC, Cofetel), todo lo cual fue caracterizado por el premio nobel en ciencias económicas 2000, James J. Heckman, como un "capitalismo de amigos", en el que dominan los grupos de interés.

Lo que los autores de México 2010. Hipotecando el futuro no parecen advertir es que la captura de la democracia mexicana incluye la captura de instituciones como la presidencia de la República. Es decir, no es que poderes como la delincuencia organizada, el narcotráfico, las empresas trasnacionales o los medios de comunicación desafíen la capacidad del gobierno para asegurar los derechos de los ciudadanos.

Es muchas veces desde ese gobierno secuestrado desde donde se conculcan esos derechos. De ahí que la vía para recomponer el país pase por el rescate de sus instituciones.

Sólo así será viable reactivar la competitividad de la economía a partir de una reforma radical del sistema de impartición de justicia, como proponen Gerardo Esquivel y Fausto Hernández Trillo. O encaminarnos a una segunda transición hacia una democracia constitucional, en la que se combatan los rezagos sociales mediante la seguridad y la justicia, como quiere Pedro Salazar Ugarte; o emprender la transformación del sistema educativo que propugna Nicolás Alvarado; o, en fin, insertarnos productivamente en la nueva configuración geopolítica del mundo que está en marcha, como lo muestra Érika Ruiz Sandoval.

Así, la búsqueda del ansiado proyecto de país y su nueva narrativa no será viable mientras no se lo libere, primero, de la sujeción a los intereses privados. Mientras no se emprenda esa tarea ninguno de los escenarios hacia los que podría avanzar el país planteados por los autores será posible.

Ese es el tamaño del reto para no vivir Hipotecando el futuro.

Ficha Técnica

Colección: Historia
Género:      Ensayo
Formato:   15 x 24
Encuadernación: Rústica
Páginas:     241
Precio:       279.00

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