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sábado, 15 de enero de 2011

La izquierda en América Latina



Ya desde el propio título --Lo que queda de la izquierda (Taurus, 2010)-- el libro escrito y coordinado por Jorge G. Castañeda y Marco A. Morales, resulta una descalificación anticipada a los partidos, movimientos y gobiernos de América Latina que se inscriben en ese flanco del espectro político.

En realidad, el volumen constituye un alegato en favor del capitalismo democrático liberal y de quienes desde la izquierda se avienen a sus dictados y en contra de la izquierda "vociferante" que propugna por un cambio de ese modelo.

En ese contexto hay una permanente predisposición crìtica y hasta denigratoria contra la llamada izquierda vieja, radical y tradicional que busca modificar las relaciones sociales preconizadas por el capitalismo, dentro de la cual se identifica a países como Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua, cuyos proyectos se hacen ver como inviables, casi una locura.

En cambio, se alaba lo que se identifica como izquierda moderna (Brasil, Chile, Uruguay), aquella que para ser viable como gobierno se alinea a los valores neoliberales, la que abdica de su ideología para asimilarse al mundo real; la que se adapta al sistema, acepta sus reglas, entra al juego de intereses y que, por eso mismo ha resultado exitosa.

Tales son las coordenadas en que se inscriben los 11 ensayos del volumen escritos por autores como José Merino, Patricio Navia, David Altman y los propios Castañeda y Morales, entre otros.

Todos los autores se sienten cómodos con las izquierdas reformistas, las que se pliegan al dominio del mercado, las que emprenden modificaciones, pero sin exceder los límites del neoliberalismo. Aquellas que ponen el énfasis en disminuir la desigualdad y la pobreza, las que aplican programas sociales sin pretender modificar el esquema de dominación establecido por la globalizción imperante, que han renunciado a "estridencias" como el nacionalismo y que además se llevan pragmáticamente bien con Estados Unidos (Cfr. p. 215).

Jorge Castañeda lo resume de este modo: "Si la izquierda de la región persevera en el camino de la sensatez y moderación, de la democracia y el mercado, de la inserción en el mundo real y del rechazo a las quimeras tropicales --en obvia referencia a Hugo Chávez, Andrés Manuel López Obrador y a Raúl y Fidel Castro-- puede contribuir enormemente a ese cambio del mundo real" (p.13).

Y sin embargo, la animadversión personal --diríase enfermiza-- del ex secretario mexicano de Relaciones Exteriores contra la izquierda de todo signo lo conduce a la mofa y al escarnio.

Por un lado, se burla de la izquierda que se ha plegado al capitalismo y sus reglas para llegar y mantenerse en el poder.

Escribe: "Ninguna de las izquierdas exitosas en América Latina hoy pretende hacer la revolución, y todas por tanto violan el apotegma castrista: 'El deber de todo revolucionario es hacer la revolución'.

"Si para llegar al poder la izquierda debe abdicar de su obligación de hacer la revolución, ¿qué acaso no abdica al mismo tiempo de su deseo y compromiso de reducir...la desigualdad...?

"...renunciar a la revolución no equivale a aceptar sumisamente el estado permanente de las cosas?" (p. 11)

Al mismo tiempo, desacredita y denosta a la izquierda que no acepta "sumisamente el estado permanente de las cosas" y que se propone desterrar al capitalismo. Esto por no respetar los valores democráticos, lo cual equivale a abandonar el modelo democrático liberal para darle poder directamente al pueblo.

Así, la postura de Castañeda ante la izquierda se parece mucho a aquel silogismo igualmente condenatorio que propugnaba:
Si la Biblioteca de Alejandría guarda entre sus libros al Corán, hay que quemarla por inútil (porque otras bibliotecas también lo tienen). Y si no tiene el Corán, entonces hay que quemarla, por impía.
Derrotado por la evidencia de que más de la mitad de los países de Latinoamérica --dos tercios de la población-- están gobernados por la izquierda, Castañeda no tiene otra opción que reconocer que esa tendencia política, "que muchos creían (entre ellos él mismo, por supuesto) al borde de la extinción al día siguiente de la caída de Berlín (sic), se encuentra, a primera vista, gozando de muy buena salud" (p. 284).

No obstante, se apresura a aclarar que ello no significa que la población que eligió esos gobiernos haya dado un vuelco hacia la izquierda. Antes bien, esgrime una explicación a la vez cínica y tranquilizadora para conciencias como la suya y para el statu quo capitalista, de cuyos intereses es un claro aliado y defensor.

Con el fin de la Guerra Fría --explica-- Estados Unidos ya no tenía motivos para temer el desarrollo del socialismo en la región que desafiara su seguridad nacional. Y por lo tanto tampoco había razones "para impedir que la izquierda se convirtiera en una fuerza política legítima.

"Era natural --prosigue-- que el ejercicio democrático en una región plagada de pobreza e inequidad llevara al poder a partidos con una propensión neta a atender esos problemas" (p. 36).

En todo caso, sostiene que no hay peligro para los intereses capitalistas, pues los gobiernos de izquierda que buscan una transformación de fondo son sólo cuatro (Ecuador, Bolivia, Nicaragua y Venezuela), y en los primeros dos casos --celebra-- "la transformación ha sido modesta".

"Pero incluso si consideramos a Bolivia y Ecuador como naciones donde se haya en marcha una 'revolución', se trata, en tres de los cuatro casos, de naciones muy pequeñas, empobrecidas y de escasa proyección regional".

Aparte de los fantasmas con que parece luchar denodadamente Castañeda, el volumen se completa con estudios de caso en que se revisan las condiciones que han llevado al poder y las políticas seguidas una vez en él por los partidos de izquierda en Brasil, Chile, Uruguay, Venezuela y Perú, y se revisa la evolución de la izquierda en México.

El historiador estadounidense John Womack Jr, escribió en el prefacio de su libro Zapata y la revolución mexicana: "Este es un libro acerca de unos campesinos que no querían cambiar y que, por eso mismo hicieron una revolución".

Parafraseándolo, algo similar podría afirmarse de este trabajo de Jorge G. Castañeda: Esta es la historia acerca de un intelectual mexicano que odiaba y temía a la vez, el avance de la izquierda en el continente y que, para exorcisarlo, escribió este libro.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Hipotecando el futuro



He aquí un libro para el debate.

En esta hora de conmemoraciones centenarias y bicentenarias, cuando lo que está a faltar es una auténtica discusión sobre el país que podemos o queremos ser, México 2010. Hipotecando el futuro (Taurus) es un texto que traza algunas de las coordenadas en que puede inscribirse esa urgente reflexión.

Además de aportar ideas para lo que podría denominarse un proyecto de país, aventura algunos atisbos de lo que ocurriría en el lapso de poco más de una generación (25 años), ya sea que se actúe en un sentido (liberar al país de los intereses privados de toda laya que lo sujetan) o en otro (favorecer la subordinación a esos mismos intereses).

Cada uno de los siete ensayos que conforman el libro --escritos por Nicolás Alvarado, Gerardo Esquivel, Silvia E. Giorguli, Fausto Hernández Trillo, Alejandro Moreno, Érika Ruiz Sandoval (editora), Pedro Salazar Ugarte y Jesús Silva Herzog-Márquez-- puede ser leído como la pieza de un rompecabezas que, armado, muestra a un país que requiere ser rescatado.

El empleo aquí del término "rescate" es menos una licencia retórica que una necesidad real. Transcurrida la primera década del siglo XXI México se presenta a los ojos del observador como un país secuestrado por un entramado de intereses que representan a grupos de poder empresarial, financiero, mediático y hasta delictivo.

Ya desde el anterior libro de la serie, México 2010. El juicio del siglo, María Amparo Casar hacía notar que
El espacio público en Mëxico sigue cercado por el poder de grupos que sin ninguna investidura, representación o delegación democrática tienen el poder para imponer o modificar decisiones que afectan el interés público. Muchos de esos poderes "transitaron la transición" intocados e intocables (p. 55).
En Hipotecando el futuro, Jesús Silva Herzog-Márquez  atribuye a esa circunstancia el hecho de que vivamos lo que llama una democracia capturada.
Las estructuras corporativas --dice-- son imponentes para bloquear cualquier cambio que vulnere sus intereses; los grandes conglomerados empresariales imponen condiciones a la clase política; los poderes mediáticos ejercen un soberbio reinado de intimidación (p. 35).
 Lo que se describe en esas citas es la respuesta a las inquietudes ciudadanas básicas: ¿por qué si ya somos democráticos no mejora nuestra economía? ¿por qué nuestros representantes populares en el Congreso o nuestro presidente no responden ni gobiernan conforme a los intereses de las mayorías?

De nuevo Herzog-Márquez apunta la respuesta a ese desencuentro:
Partidos, dirigentes, asambleas legislativas, organizaciones civiles rebasadas cotidianamente por poderosos intereses económicos que logran imponer su fuerza sin encontrar resistencia. La clase política aparece de esta manera como brazo ejecutor de un manojo de intereses económicos...Tras la mantilla democrática vivimos un secuestro (pp. 36-37).
 La constatación de este fenómeno se convierte en el hilo conductor de Hipotecando el futuro, con su respectivo correlato: la falta de un proyecto de nación, de una agenda compartida, necesaria y urgente para salvar la joven democracia mexicana.

Así, en "El rompecabezas y el modelo:claves para una segunda transición mexicana", Pedro Salazar Ugarte se queja de que su idea de pugnar por una sociedad de derecho, una democracia constitucional sea un "proyecto sin promotores". Y cómo habría de tenerlos en un estado de cosas como el imperante, en el que más que una segunda transición lo que se requiere es una segunda Independencia.

Al respecto Silva Herzog adelanta una intuición: ¿Y si Carlos Marx tenía razón? ¿Y si la democracia liberal es, en realidad, la pantalla de otro imperio: el señorío de los intereses económicos? (p. 36).

Así planteada, la cuestión nos coloca de tajo en la gran falacia de la democracia mexicana: que si bien respondió a necesidades internas, el verdadero catalizador fue la ofensiva neoliberal contra el llamado Estado benefactor tras el fin de la Guerra Fría.

Ofensiva que, como bien observa Érika Ruiz Sandoval ("México y sus relaciones internacionales: ¿está desnudo el emperador?") México fue uno de los primeros en acatar mediante un seguimiento vertiginoso y sin reservas del modelo económico después conocido como Consenso de Washington.

La transición mexicana a la democracia fue una impostura. Llegamos a ella --en realidad sólo a la alternancia-- porque el anterior régimen de partido único no favorecía las nuevas condiciones requeridas para la reproducción del capital.

A ese capitalismo que requería de fronteras abiertas (la narrativa de la globalización) no le eran funcionales regímenes autoritarios o autocráticos. Véase al efecto la coincidencia histórica de las reformas orientadas al mercado con la ola democrática que se extendió por todo el mundo.

Salazar Ugarte, en el ensayo citado parece confirmar la cuestión: "El solo hecho de que nuestra democracia se haya edificado de la mano del modelo económico neoliberal es, en sí mismo, una falla de origen que obstaculiza atender la agenda pendiente de seguridad y justicia" (P. 120).

En efecto, porque se trataba sólo de ensanchar las posibilidades de reproducción del capital y de los negocios consustanciales al mismo y no tanto de desmantelar el diseño institucional que permite en México hacer negocios rentabilísimos en favor de los intereses extranjeros y sus representantes locales, pero en detrimento del país.

Un diseño institucional que funciona mediante monopolios tolerados, privilegios, concesiones ventajosas, tarifas preferenciales, control de los trabajadores, el cabildeo, subsidios y exenciones fiscales y mediante la captura de organismos reguladores (IFE, CFC, Cofetel), todo lo cual fue caracterizado por el premio nobel en ciencias económicas 2000, James J. Heckman, como un "capitalismo de amigos", en el que dominan los grupos de interés.

Lo que los autores de México 2010. Hipotecando el futuro no parecen advertir es que la captura de la democracia mexicana incluye la captura de instituciones como la presidencia de la República. Es decir, no es que poderes como la delincuencia organizada, el narcotráfico, las empresas trasnacionales o los medios de comunicación desafíen la capacidad del gobierno para asegurar los derechos de los ciudadanos.

Es muchas veces desde ese gobierno secuestrado desde donde se conculcan esos derechos. De ahí que la vía para recomponer el país pase por el rescate de sus instituciones.

Sólo así será viable reactivar la competitividad de la economía a partir de una reforma radical del sistema de impartición de justicia, como proponen Gerardo Esquivel y Fausto Hernández Trillo. O encaminarnos a una segunda transición hacia una democracia constitucional, en la que se combatan los rezagos sociales mediante la seguridad y la justicia, como quiere Pedro Salazar Ugarte; o emprender la transformación del sistema educativo que propugna Nicolás Alvarado; o, en fin, insertarnos productivamente en la nueva configuración geopolítica del mundo que está en marcha, como lo muestra Érika Ruiz Sandoval.

Así, la búsqueda del ansiado proyecto de país y su nueva narrativa no será viable mientras no se lo libere, primero, de la sujeción a los intereses privados. Mientras no se emprenda esa tarea ninguno de los escenarios hacia los que podría avanzar el país planteados por los autores será posible.

Ese es el tamaño del reto para no vivir Hipotecando el futuro.

Ficha Técnica

Colección: Historia
Género:      Ensayo
Formato:   15 x 24
Encuadernación: Rústica
Páginas:     241
Precio:       279.00

viernes, 15 de octubre de 2010

Contra el viento del norte: la espiral y el torbellino



Si --como se ha dicho-- somos lo que pensamos, no es menos cierto que también somos lo que escribimos o, mejor, como escribimos, pues al reflejar una estructura de pensamiento la escritura nos re(de)vela.

Eso ocurre con Leo Leike y Emma Rothner, protagonistas de Contra el viento del norte, la novela del escritor y periodista Daniel Glattauer (Viena, 1960) publicada por Alfaguara.

A partir de un correo electrónico que por equivocación Rothner envía a Leike, ambos inician una relación a través de ese moderno medio de comunicación epistolar que los conduce a un intercambio al principio frío y distante que gradualmente crece en intensidad hasta envolver sentimientos, emociones, padecimientos.

Un proceso de enamoramiento virtual que va del guiño al coqueteo; de la insinuación al pleno flirteo --erotismo incluido-- cuya progresión puede seguirse mediante las frases con que se despiden en cada e-mail, las cuales evolucionan del formalísimo "saludos cordiales" al más cálido "saludos afectuosos", o al más íntimo "saludos cariñosos", para terminar --ya en pleno romance virtual-- en "besos para ti".

Ella, una diseñadora de páginas web, él, un psicólogo del lenguaje que participa --en lo que puede constituir una de las claves de la novela y de su anunciada continuación-- en un estudio sobre la influencia del correo electrónico en la conducta linguística y sobre el correo electrónico como vehículo de emociones.

A partir de lo que cada uno escribe y de cómo lo hace, la pareja va seduciéndose mutuamente. La imagen que cada uno se forma del otro queda mediada por su forma de expresión escrita. Dice Emmi:
Pero me encantaría saber qué aspecto tienes, por ejemplo. Eso aclararía muchas cosas. Me refiero a que aclararía porqué escribes como escribes, pues tendrías el aspecto de alguien que escribe como tú.
 Y, no obstante, ambos parecen sentirse cómodos en esa especie de second life que les permite el ordenador, pues aunque se lo plantean, terminan por sabotear sus planes de encuentro personal.

Enamorados de su inteligencia y de lo que ésta proyecta, los protagonistas mantienen al lector pendiente de sus respectivos ordenadores, ansioso, como ellos mismos, del siguiente mensaje en la bandeja de entrada, el cual casi siempre es respondido de inmediato, pues el intercambio se torna cada vez más frecuente: por la mañana, por la tarde, por la noche y hasta de madrugada, en una espiral de sentimientos que, cuando lo notan, ya se les convirtió en torbellino: de pasiones entre ellos y entre quienes los rodean, pues Emmi se embarca en esta aventura con todo y su condición de mujer "felizmente casada".

No estamos, sin embargo, ante una novela rosa, sino ante un drama apenas disimulado que, a la manera griega, coloca a los personajes frente a las consecuencias de sus actos y frente a los dilemas que resultan de sacudirse las certezas o de transgredir la cotidianidad de una vida hecha.

Con una precisión casi quirúrgica en cuanto al empleo del lenguaje, Glattauer logra una eficaz progresión de la trama en la que asistimos como lectores a un esgrima escritural entre dos personajes que van diseccionando sus personalidades y sentimientos mediante inteligentes y divertidas aproximaciones sucesivas.

Leo y Emma encuentran en el espacio escritural que instauran, la energía y vitalidad que falta en sus vidas. Su mutuo conocimiento y el halo de misterio que envuelve su relación --pues se trata de dos incógnitos-- no deriva, como en las relaciones presenciales, del saber sus costumbres y manías cotidianas, sino de sus tics y giros estilísticos.

Se trata --y esa parece ser una de las metáforas de la novela-- de un ir y venir entre imaginación y realidad que, a fin de cuentas, es lo propio del hecho literario.

Como en la alegoría platónica de la caverna --en que los hombres encadenados juzgaban el mundo por las sombras (en realidad apariencias) de los objetos proyectados sobre la pared-- esta pareja se encuentra y se adivina por las imágenes de sí mismos que ven proyectadas en la pantalla-caverna del ordenador.

Imágenes que, como escribe Leo Leike, son "tan frágiles y delicadas que no habrían resistido una visión real sin agrietarse y resquebrajarse de inmediato".

Acaso de ahí la otra metáfora sugerida por el autor: hasta qué punto nuestras relaciones, nuestras representaciones, incluso las más íntimas, y su proceso de significación están mediadas por los modernos medios de comunicación, como el internet y el correo electrónico.

Se trata, así, de una novela no sólo recomendable por el drama que encierra en su aparente sencillez, sino porque quien se la pierda, no podrá seguir la ya anunciada segunda parte, Cada siete olas, que Alfaguara publicará en breve.