El hartazgo que esto provoca condujo a movimientos ciudadanos que en las pasadas elecciones intermedias (2009) llamaron incluso a no votar o hacerlo en blanco, como una forma de repudio a esa partidocracia o gobierno abusivo y dictatorial de los partidos.
Es cierto, los políticos y sus partidos resultan impresentables: son mentirosos, marrulleros y en un verdadero Estado de derecho la mayoría estaría en la cárcel y no medrando con el dinero público en los altos puestos que ostentan.
En alguna de sus crónicas, al reseñar la boda de la hija de un político encumbrado, Carlos Monsiváis imaginó la larga cadena que formarían los amparos que cada uno de los asistentes estaría obligado a cargar consigo si la ley se aplicara.
Y sin embargo, no hay tal partidocracia en México. Si nos atenemos al análisis del politólogo alemán Joachim Hirsch, el Estado (la sociedad política) y la economía son manifestaciones empíricas objetivas de la misma forma social. Es decir, que la sociedad política es, en realidad, una de las formas en que se desdobla el capital.
De acuerdo con esta perspectiva, el poder político no es un poder separado del poder económico. Así, las instituciones políticas como el Congreso, los partidos políticos y el Estado son entidades patrocinadas por los poderes fácticos --el capital-- quienes delegan su poder en aquellos.
No se trata, desde luego, de una relación de subordinados. Cada esfera presenta manifestaciones, racionalidades y contenidos peculiares diferentes. De ahi que no sea una relación excenta de tensiones y contradicciones entre dos poderes que parecen separados y distintos.
Ello explica que la lucha por el poder político en México esté centrada en los representantes de la burguesía nacional (PRI y PAN) ligada desde hace décadas al capital trasnacional. Por ello, gobierne quien gobierne en México, se aplica el mismo modelo que mantiene al país en la órbita de dominio del capital estadounidense y alejado ideológicamente del resto de América Latina.
La lucha por el poder político entre los dos partidos de la derecha adscritos a este esquema es real y sin concesiones; regida por el cálculo que evite dar al contrario alguna ventaja explotable electoralmente, lo cual produce acusaciones mutuas y un empantanamienpo legislativo que hacia afuera es lo que ha sido caracterizado por el aparato de comunicación oficialista como partidocracia, es decir, la preeminencia del interés y el cálculo partidista por sobre lo que se supone es el interés ciudadano o de la Nación, cuando en realidad lo que predomina es el interés de la propia olicarquía financiera, cuyos intereses se ven momentáneamente estorbados por la lucha política de sus propios representantes.
Con el término partidocracia lo que se busca, una vez más, es difuminar y mantener en el anonimato el dominio que ejerce el capital sobre las decisiones fundamentales de un país, atribuyendo a la clase política, es decir, a los empleados, los fracasos, iniquidades e injusticias producidos por el sistema económico y el régimen de acumulación dominante.
Como ha quedado de manifiesto en la crisis de la zona euro --específicamente en los casos de Grecia, Italia, España y Portugal-- ha sido el capital financiero, mediante los organismos multilaterales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, quienes, por encima de los gobernantes elegidos mediante el supuesto voto libre y secreto de los ciudadanos, han terminado por imponer y dictar las políticas de ajuste y sacrificio popular que deben aplicarse.
En tales casos ¿dónde quedaron los gobiernos electos libremente por el sufragio popular? ¿En qué momento del que nadie se enteró los ciudadanos de esos países eligieron o cedieron su voluntad a los especuladores para que impongan, como lo hacen, sus políticas restrictivas?
Como se ve, las clases políticas de todo el mundo están en realidad dominadas por el gran capital financiero internacional. Aquí ese dominio denominado báctico porque se ejerce desde las sombras, detrás del trono, adopta el ropaje de una partidocracia. Pero en realidad no existe tal cosa. Los partidos y sus políticos no dominan nada. Son sólo instrumentos, la fachada más bien grotesca que oculta el verdadero poder.
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