jueves, 4 de junio de 2009

Campañas: El PAN

Hábilmente --porque sabe que en casi todos los demás frentes sus resultados son deficitarios o francamente regresivos-- el Partido Acción Nacional (PAN) ha centrado su campaña electoral, de cara a los comicios federales del 5 de julio, en destacar el combate al narcotráfico.


A despecho de la economía --donde un pésimo cálculo inicial acerca de las proporciones de la crisis tiene al país sumido en el desempleo y en la parálisis del aparato productivo-- el gobierno panista del señor Felipe Calderón ha hecho de esa guerra su bandera de gobierno. En ese nicho es donde más cómodo parece sentirse. Casi no hay acto público en el que no se refiera a la lucha contra el trasiego de estupefacientes y las bandas que lo organizan.


Ha logrado posicionar el tema del narcotráfico como el principal en el imaginario colectivo, y a ello se juega todas sus cartas, como lo muestra el hecho de haber diseñado la campaña electoral de su partido con ese asunto como eje rector.


No es un mal cálculo. Como se trata de una acción bien valorada socialmente, por la amenaza que representa el narcotráfico en términos de violencia, delincuencia y adicciones, su combate le ha ganado al señor Felipe Calderón la simpatía de vastos sectores de la población que ven en él --no a un salvador de la humanidad, como sin rubor recientemente se autoproclamó-- sino a un político empeñado en luchar contra ese flagelo.


La estrategia tiene dos puntas: posicionar a Calderón como el único que le ha entrado a ese toro y por añadidura acusar y desprestigiar a quienes le precedieron de haber permitido que el problema creciera. Así, la figura de Felipe queda realzada por contraste.


El otro aspecto consiste en acusar al Partido Revolucionario Institucional (PRI), su principal oponente en la contienda, de haberse coludido con narcotraficantes y hacerlo aparecer ante la opinión pública como renuente a apoyar la cruzada del "presidente". En esa lógica, el tricolor es colocado del lado de los enemigos y opuesto a los deseos y mandato de las mayorías.


Lo insólito fue la incapacidad del PRI para desmarcarse de esas acusaciones. Fue, además, paradójico verlo contra las cuerdas víctima de una operación ideológica que el propio partido aplicó por décadas y que consistía en hacerse pasar como la encarnación de los "más altos intereses de la nación".


Pero vengamos de nuevo a la campaña blanquiazul. En el plano discursivo, el mensaje manipula uno de los valores más preciados de una familia: los hijos. El eslogan: "para que la droga no llegue a tus hijos" conquista de inmediato corazones.


No se trata de una guerra para salvar al país, un ente abstracto y lejano en el corazón de la gente. Tampoco se trata de garantizar tu seguridad ("Al cabo que yo, bien o mal, pues ya viví"). No, aquí lo que tenemos es a alguien --el presidente-- luchando por algo más cercano y sagrado para una familia tradicional: "tus hijos". ¿Se puede regatear el apoyo a alguien así?


Montados en esa manipulación sentimental, los espots del PAN hacen parecer que un voto por sus siglas es un voto de apoyo para que el así llamado presidente siga combatiendo al narcotráfico y "que la droga no llegue a tus hijos".


Pero además, esos mensajes incluyen su necesaria dosis de miedo y de coacción para el desprevenido elector. Y en eso es posible advertir la mano del estratega de cabecera de Calderón, el español Antonio Solá.


Se sugiere en la propaganda panista que si no hay votos por el PAN, el combate al narcotráfico se acabaría y, otra vez, tus hijos quedarían desamparados y a merced de quienes distribuyen drogas "hasta en las escuelas".


El uso de figuras públicas populares para transmitir el mensaje, como la taekwandoín Iridia Salazar (que vino como anillo al dedo en eso de exaltar la protección de los hijos por su condición de mujer embarazada) y del luchador El Místico (la metáfora del combate) es un recurso antiguo, pero aún eficaz para influir en audiencias de bajos ingresos y con poca preparación académica, que aún siguen siendo una mayoría redituable y manipulable a la hora de hacerlos ir a votar.


La estrategia ha sido aderezada con golpes mediáticos sobre el mismo asunto, como los operativos en Michoacán y Nuevo León, que consisten en hacer ver a la población que ahora se atacará la impunidad de quienes desde los gobiernos han sido comprados por el narco.


Se trata de reiterar y hacer creer que en ese tema el gobierno irá a fondo. No se sabe si los detenidos saldrán pasadas las elecciones por falta de pruebas, pero en tal caso lo harán uno a uno y sin los reflectores ni la espectacularidad con que fueron detenidos. Para entonces el efecto buscado --impresionar al respetable-- se habrá cumplido cabalmente.


Saben los estrategas gubernamentales que, como escribió Juan José Arreola, "el público, inocente por naturaleza, no se da cuenta de nada y pierde los pormenores que saltan a la vista del observador destacado...se atiene simplemente a los resultados y, cuando se le da gusto, no escatima su aplauso".


Más aún, ese público, en la metáfora de Arreola, "paga por ver una pulga vestida; y no tanto por la belleza del traje, sino por el trabajo que ha costado ponérselo".


Lo que llama la atención en la propaganda panista no son los recursos que utiliza para manipular al electorado, sino su focalización. No hay un solo anuncio que aluda a algún compromiso con otros problemas que afronta el país y que lo tienen caracterizado como una sociedad atrasada: economía en recesión, desempleo, corrupción, impunidad, salud, alimentación, campo, ciencia y tecnología, educación, corporativismo, oligarquías y monopolios.


Todo es una y la misma cosa: narcotráfico. Lo demás desapareció del horizonte nacional. La presidencia convertida en barandilla de MP. No hay nada más qué ofrecer.


Es cierto que en una campaña política de lo que se trata es de atraerse los más votos posibles. De inducir en mi favor la preferencia del electorado, mediante el uso de recursos de diversa índole. No es eso lo que se critica aquí. Lo cuestionable es la abierta manipulación que se hace del interés de la gente.


Es decir, en realidad lo que está en juego en estas elecciones no es la continuidad o no de la lucha contra el narcotráfico (por cierto, las demás modalidades del crimen organizado no son importunadas y gozan de cabal salud).


Lo que Calderón necesita es una mayoría en el Congreso que le permita imponer a su modo, las reformas que faltan al proyecto de la derecha: la fiscal y la laboral. Una mayoría que le ayude a emprender todas las modificaciones constitucionales, incluso aquellas que estén contra del interés de las mayorías, todo sin tener que negociar con las otras fuerzas políticas.


Eso es lo que está detrás de una campaña que pone por delante el miedo y la amenaza, como sus principales recursos para llevar a las urnas, como en 2006, a un electorado coaccionado de antemano por el temor.


¡Hasta la próxima!









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