La insistencia del equipo de Felipe Calderón en justificar la cascada de impuestos con una supuesta y repentina preocupación por los pobres es una de las coartadas más miserables que gobierno alguno se haya podido inventar.
Los pobres y la pobreza siempre han estado ahí. Las políticas sociales de los gobiernos posrevolucionarios, primero, y las de los panistas después, sólo se han ocupado de administrar el problema mediante programas-paliativo cuya estructura está diseñada precisamente para reproducir las condiciones que mantienen a la gente en la pobreza.
Para tratar de legitimar el nuevo aluvión de impuestos incluido el de 2 por ciento al consumo generalizado, el panismo armó una estrategia que Calderón puso en marcha con su discurso del 2 de septiembre en Palacio Nacional, en el que llamó a cambiar para "lograr el México que queremos".
Su llamado-chantaje principal, lo sabemos porque lo ha repetido casi textual en cuanto acto posterior ha tenido oportunidad es: "romper las inercias y hacer a un lado cálculos e intereses particulares y asumir la gravedad de la hora para transformar al país".
La frase resulta, a la vez, una coartada y un chantaje. Lo primero porque según ha de pensar Calderón, lo eximirá de la responsabilidad histórica que ya pesa sobre él por su fallida administración. Lo segundo, porque la emplea para presionar a los legisladores de modo que le aprueben su ley de ingresos para 2010.
Adviértase como, de nuevo como en 2006, su estrategia es la polarización social. Acaso el autor de su estratagema sea el propio Antonio Solá o algún alumno aventajado de éste ya que la estructura y la lógica es la misma: enfrentar a unos contra otros.
El gobierno se pondría del lado de los pobres y así obtendría el apoyo de éstos para presionar a los inhumanos legisladores que se niegan a autorizar un impuesto que se les devolvería a los menesterosos no "copeteado" como diría Fox, sino "multiplicado" como sostiene el clásico --por su malísima alusión a José Zorrilla-- Gustavo Madero.
Ya nada más falta que pronto veamos manifestaciones de pobres acarreados por los panistas frente al Palacio Legislativo exigiendo a los diputados que les aprueben el impuesto que los afecta de manera principal a ellos mismos.
¿Qué se trata de un sacrificio para los mismos pobres? No importa. En la lógica calderoniana, incluso deberían estar dispuestos a morir por la patria. En este sentido resulta llamativa la alusión de Calderón a una frase atribuida a Morelos.
En efecto, en un acto efectuado el pasado 14 de septiembre en el Colegio Militar citando al Siervo de la Nación dijo: "Morir es nada, cuando por la patria se muere". Si se trató de un mensaje para que la gente esté dispuesta a cualquier sacrificio en aras de un mejor país, será un mensaje extremo que en esta hora nadie está dispuesto a llevar adelante.
Creer que tadavía se puede manipular con estos llamados al patrioterismo es mostrar el abismal desconocimiento que priva en Los Pinos acerca de la realidad nacional (o sea, de las condiciones de la gente).
¡Hasta la próxima!
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