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martes, 14 de septiembre de 2010

Caso Diego: la venganza social

El grupo en el poder ha debido tomar nota de la repulsa social que concita la figura de Diego Fernández de Cevallos y lo que representa.

El secuestro de Fernández de Cevallos ha sido, a su modo, un termómetro que resume el ánimo social contra quienes se identifica como miembros prominentes de una clase política corrupta, enriquecida al amparo de los cargos públicos  y del tráfico de influencias en detrimento del bienestar general.

Los comentarios --burlones, unos; despreciativos, otros-- dejados por internautas en los espacios de opinión de las ediciones de periódicos on line, reflejan un ánimo de venganza satisfecho.

Se dirá que se trata de reacciones indeseadas, puesto que nadie debería regocijarse con el dolor ajeno. Esos internautas pueden llegar a condolerse de la suerte del político panista, pero en general, muestran beneplácito por su situación actual, la cual es considerada como "un justo castigo" "por todo lo que nos ha robado" o por todo "el sufrimiento que causan al pueblo sus rapacerías".

La mayoría de esos lectores opina que el secuestro es una práctica deleznable y cuyo sufrimiento no se desea a nadie, pero aplicada al llamado Jefe es un castigo apenas merecido. Se trata de una reacción propia de un sociedad resentida contra una clase política arbitraria acostumbrada a vejar a la ciudadanía y a la que difícilmente se le puede llamar a cuentas por sus despropósitos porque la impunidad es la patente de corzo del sistema.

Se trata, en suma, de una reacción, si se quiere visceral y primitiva, pero explicable en una población que carece de los mecanismos institucionales y legales, propios de una auténtica democracia, que le permitan ejercer sus derechos ante el abuso o el incumplimiento de los gobernantes.

Si deben ocurrir episodios como éste para que el ciudadano sienta que por fin se hace justicia --así sea por medios extralegales-- ello muestra no sólo el resentimiento social acumulado contra la clase dirigente, sino peor, la ínfima calidad de la democracia mexicana , el descrédito y falta de representatividad  de esa élite y la deslegitimación de las instituciones..

Allí se encuentra también el origen de los infructuosos llamados de Felipe Calderón para que la población se una, adopte y sienta como suya la guerra contra los cárteles de la droga.. Un hombre cercado por la ineptitud propia y de sus colaboradores, perseguido además por las sospecha de haberse robado la presidencia de la República, jamás concitará el ánimo popular en torno suyo o de sus políticas.

El secuestro de Fernández de Cevallos muestra, así, la dimensión del resentimiento social y, paralelamente, la falta de representatividad y legitimidad que la población percibe en los políticos.

Durante esa otra simulación denominada Diálogos por la seguridad Calderón reconoció que su grupo no había atinado a comunicar a la sociedad los esfuerzos que se realizan en el combate a la delincuencia. En consecuencia, nombró a Alejandro Poiré como vocero de la Estrategia de Seguridad Nacional.

El problema, sin embargo, está en otra parte. No sólo se trata de un asunto de comunicación. Y el caso Diego ayuda a proporcionar alguna de las claves.

viernes, 28 de mayo de 2010

Diego, Paulette y Peña Nieto

No se requieren muchas luces para establecer que el vínculo entre estos tres personajes es uno y el mismo: la impunidad.

Diego Fernández de Cevallos hizo una fortuna mediante negocios tejidos a la sombra (en más de un sentido) del poder. Nada nuevo. En realidad ha sido un usufructuario de lo que en México se convirtió en un modus operandi y en un modus vivendi de la clase política.

Reputado por propios y extraños como "hombre clave en la transición democrática en México", acaso lo sea en el peor sentido de esa afirmación, pues la tal transición ha sido una engañifa. Una escenografía con la que se entretiene a los espectadores mientras detrás del telón continúan el saqueo, el tráfico de influencias, el entramado de intereses y las impunidades mutuas.

Quienes afirman que la transición a la mexicana no puede entenderse sin el panista queretano hoy secuestrado dicen verdad, porque los claroscuros de su quehacer político ilustran lo que ha sido esa transición: Un proceso que ha mantenido intactas las estructuras institucionales que hacen del país no un Estado fallido, sino un Estado cleptómano, es decir, organizado para robar.

El ex candidato presidencial panista es una figura paradigmática en tanto producto y reproductor de ese estado de cosas.

Enrique Peña Nieto y el caso Paulette resulta una variación del mismo tema. La reacción de las nanas de la niña asesinada al conocer el veredicto del procurador de Justicia del Estado de México, el hoy renunciado Alberto Bazbaz, fue reveladora.

Encargadas de tender la cama, al menos en dos ocasiones tras la desaparición de la menor, según su propia declaración, ellas saben que la niña no estaba allí. Por eso lloraron al escuchar la inaudita versión de Bazbaz.

Lo notable del asunto es la caradura del gobernador y su procurador para mentir en forma tan alevosa. Y lo hacen porque se saben impunes. Y desde esa posición pueden, a su vez, ofrecer impunidad.

El descreimiento de la gente es un riesgo calculado. Total, han de pensar, al rato la sociedad se olvidará del asunto. Como se olvidó del enriquecimiento ilícito del ex gobernador mexiquense Arturo Montiel, que para eso fue impuesto en el Palacio de gobierno de Toluca Enrique Peña Nieto: para cubrir las trapacerías financieras de su padrino político.

¿En este caso a quien se encubre? ¿cómo se fraguó este complot para asesinar a una niña haciendo del hecho un asunto mediático? ¿pretendían que al abrirlo a la sociedad más fácilmente se alejarían las sospechas siguiendo la teoría de que el mejor lugar para ocultar algo es mantenerlo siempre a la vista?

Ante tales interrogantes, hay lugar para conjeturar que Peña Nieto y su aparato apostaron a la teoría de la confusión, según la cual lo más conveniente para ocultar la verdad es confundir haciendo que cada ciudadano tenga una teoría
propia.

Sea de ello lo que fuere, el gran tema sigue siendo la impunidad.

¡Hasta la próxima!