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lunes, 19 de septiembre de 2011

El México que ¿todos queremos?

La ventaja de las frases de contenido positivo es que concitan una adhesión inmediata. Lo malo es que son sólo eso: frases, retórica pura sin nada que ver con la realidad.

Ahora, por ejemplo, todo lo que hacen nuestros políticos o todo aquello que nos invitan a apoyar se realiza con cargo o en beneficio del "México que todos queremos". La frase resulta eficaz mientras se la mantenga en el difuso terreno de lo aludido, del sobreentendido. Pero cuando se la trata de precisar y de dar contenido surgen las primeras difiicultades.

Porque ¿En verdad todos queremos un mismo México? Y si es así ¿qué rasgos tiene ese ideal que puebla el imaginario colectivo? Intentemos una aproximación.

Según parece, el país que luchamos por forjar todos los días es uno con igualdad social, democrático, sin pobreza ni exclusión; sin ciudadanos ni funcionarios corruptos. Uno con educación básica de calidad y en el que los jóvenes tengan pleno acceso a la educación superior pública y cuya actuación profesional redunde en el progreso del país y la prosperidad económica personal.

Un pueblo cuyos gobernantes trabajen, en efecto, por el bien común y cuya estructura económica favorezca la reproducción del círculo virtuoso empleo-más ingreso-más ventas-más producción-más empleo. Un país soberano con políticas nacionales de explotación y conservación de sus recursos naturales en beneficio de sus conciudadanos y no en manos de empresas trasnacionales.

Con algunos matices, creo que ese es el diseño que la mayoría tiene en mente cuando se habla del "México que todos queremos". Por lo demás, es el gran proyecto nacional incumplido que está plasmado en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.

El problema radica en que es falso que todos queramos lo mismo, como lo afirma ese que, afuerza de repetirse, se ha convertido en un eslogan y que, como todos los de su tipo, no es más que una frase atractiva, de impacto, que concita simpatías, pero hasta ahí.

Puédese afirmar que más que un eslogan resulta una coartada tras de la cual se oculta una estructura social caracterizada por relaciones de poder que se expresan mediante la sujeción de una parte de la población a otra.

Ese hecho capital establece una diferencia de intereses que no son comunes ni los mismos para todos, pero que se insiste en que aparezcan como tales para disimular-encubrir la relación dominantes-dominados. Esta característica se encubre mediante distintas formas, una de las cuales es el Estado.

El Estado aparece ante todos como un ente independiente de todas las clases, incluso de la dominante, que de este modo camuflagea su dominio. Ya no es ella la que impone el modo de producción ni las leyes que lo regulan y protegen, sino un ente superior, al que incluso ella está sujeta, por encima de todos y sin intereses particulares.

Esta "neutralidad" le confiere al Estado la legitimidad y la aquiescencia de todos, pues --recuérdese a Hobbes-- existe por acuerdo de todos los hombres quienes aceptan ceder su soberanía a ese ente al que,  para imponer el interés general, se le concede el uso legítimo de la fuerza.

Pero el Estado, lo hemos dicho ya, no es un algo neutral, sino el instrumento para conservar las estructuras socioeconómicas de dominación. Y esta imposición se realiza no sólo mediante la aplicación de los medios coercitivos de que dispone, sino también, a través del llamado consenso social.

En la fabricación del consenso es donde se ubican todas las artimañas legales, retóricas, verbales; es el terreno privilegiado donde los medios de comunicación privados y gubernamentales, por ejemplo, aplican las técnicas disponibles de las teorías de la influencia y la persuación.

Es en este terreno donde se construyen frases como esa del "México que todos queremos", las cuales, de un golpe mediático, nos hermanan en una misma causa, nos hacen aparecer a todos del mismo lado al suprimir las diferencias y los intereses de clase realmente existentes y con ello difuminan las condiciones de dominación que es lo único que debe prevalecer.

Porque...¿cómo se explica el hecho de que si todos queremos lo mismo, tenemos más de 200 años de vida independiente sin poder lograrlo? ¿Cómo es que después de tanto tiempo no hemos podido llevar a la práctica el gran proyecto de país plasmado en la Constitución? ¿Cómo es que con elecciones libres los representantres a los que seguimos eligiendo no parecen responder al interés colectivo una vez en los puestos de representación?

La respuesta está en que, de nuevo, es falso que todos tengamos los mismos intereses y aspiremos al mismo diseño de país como rezan las frases propagandísticas que se nos sorrajan a cada rato.  La cuestión radica en que hay una clase a la que le interesa mantener el mismo estado de cosas porque de esas condiciones de dominación dependen sus ganancias económicas y su condición primigenia en la sociedad.

Eso es lo que prevalece por encima de frases que nos encomian, como esa de que "Celebremos a los héroes de todos los días", o aquella otra que reza: "Somos más los buenos", o esa que da título a este post, según la cual todos los desvelos de nuestras élites políticas y las medidas que aplican en contra de la población, en realidad serían buscando esa entelequia resumida en el apotegma: El México que todos queremos.