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sábado, 18 de mayo de 2013

Reformas y Rectoría del Estado

Una de las percepciones que el peñanietismo trata de posicionar con más fuerza entre la población es la idea de que el Estado mexicano, a través de su gobierno, está recuperando la rectoría sobre áreas estratégicas para el desarrollo del país.

El lector atento habrá notado que en cada acto en los que se presentaron las reformas educativa, de telecomunicaciones y financiera, se aseguró que los cambios propuestos permitirán al Estado recuperar el control sobre esos sectores clave.

Lo que se omite señalar es que la tal rectoría se perdió al adoptar los gobiernos priistas, desde 1982 --luego secundados por la docena trágica del PAN-- el modelo económico neoliberal impuesto por el Fondo Monetario Internacional (FMI)-Banco Mundial (BM), mediante el llamado Consenso de Washington.


Como se sabe, las tesis neoliberales en boga están en contra de cualquier forma de intervención del gobierno en la economía. Al proclamar el retorno del Estado al control de sectores clave de la actividad económica ¿Enrique Peña Nieto se está apartando del modelo neoliberal para regresar al Estado interventor como forma de compensar los desequilibrios sociales generados por el Mercado?

Desde luego que no. De lo que se trata en realidad es de recuperar el control corporativo de sectores como el educativo, para impulsar cambios legales que legitimen el actual proceso de acumulación capitalista y establecer nuevos esquemas para la connivencia entre la clase política y los hombres del dinero señalados genéricamente como poderes fácticos.

Para consumo del público mexicano, el discurso de que se recupera la rectoría del Estado trata de crear la falsa percepción de que Peña Nieto y su gobierno están al mando y aplican directrices que en realidad se diseñan en los centros del poder financiero internacional, cuyos organismos se encargan de legitimar mediante un discurso de neutralidad técnica que están lejos de practicar, como la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos).

Un reiterado y reciente ejemplo de cómo desde el exterior se dictan mandatos disfrazados de "sugerencias" que luego --coincidencias del destino-- resultan similares a las reformas que aquí se nos proponen, lo acaba de dar precisamente la OCDE.

Dice el organismo en su evaluación sobre México que realiza cada 18 meses, que en virtud de nuestro "mediocre" desempeño económico de la última década, se requiere la apertura de Petróleos Mexicanos (Pemex) al capital privado, y la aplicación de un impuesto al consumo de bienes básicos que hoy están excentos (se refiere a gravar con IVA alimentos y medicinas, algo para lo que el PRI ya está listo, pues modificó su Programa de acción donde antes se manifestaba en contra de esto, pero ahora lo favorece).

Como se ve, no se trata de gobernar o legislar para poner los sectores clave de la economía al servicio del desarrollo propio (que eso sería efectivamente recuperar la rectoría del Estado), sino de hacerlo para cumplir con lo que desde afuera se "sugiere", de modo que se abran mayores espacios de rentabilidad para el capital financiero internacional y sus socios locales, no para beneficio del país.

Un ejemplo adicional de cómo se gobierna mirando más al interés del exterior que al propio, lo dio el ex gobernador del Banco de México y actual presidente de Banorte, Guillermo Ortiz. Preguntado por una periodista de radio sobre la conveniencia de gravar los capitales especulativos que llegan al país atraídos por las altas tasas de interés que se pagan aquí, rechazó tal posibilidad.

Pese a que el monto de esos capitales está sobrevalorando el peso, con lo que se afectan las exportaciones y las remesas que envían los connacionales de EUA (pues al cambiar sus dólares por pesos el dinero se les reduce), pese a esas afectaciones, Ortiz considera que si se les aplicara un impuesto, se enviaría una mala señal a los mercados financieros internacionales.

Es decir, si México impusiera un gravamen a esos capitales que no producen nada al país y sólo vienen por las ganancias que obtienen, significaría que el gobierno está interviniendo en el mercado, lo cual es inaceptable para el sistema.

¿Es eso tener la rectoría sobre nuestros sectores económicos clave, como lo pregona la propaganda gubernamental? Júzguelo el lector.

lunes, 18 de junio de 2012

Grecia, México y el mundo

Grecia ilustra hoy la batalla que libra el mundo: el modelo neoliberal contra el Estado de bienestar.

El primero, diseñado para recuperar la rentabilidad del capital vía la disminución del Estado y la reducción del gasto público, con la coartada de un --como se ha visto hasta ahora-- improbable crecimiento económico.

El segundo, convencido de que el desarrollo no ocurrirá sin una política fiscal que lo promueva, lo cual implica intervención estatal y cierta dosis de regulación. Es decir, veneno puro para un capitalismo financiero sin freno, especulativo y desconectado de la economía real, en tanto que sus principales ganancias no provienen ya de la producción de bienes y servicios, lo cual explica, a su vez, el fenómeno del desempleo.

Ese es el drama de nuestros días. Las dos sopas de que consta el menú global. Los países y sus clases políticas de definen según se alineen a una u otra receta. El neoliberalismo imperante no está dispuesto a ceder un ápice.

Preconiza que los costos de sus crisis han de ser pagados por la población, en tanto el dinero público que se recorta al gasto social (salud, educación, alimentación, vivienda, empleo) se destina a salvar los bancos privados en quiebra (ahí el caso recentísimo del español Bankia).

Las elecciones legislativas realizadas el pasado domingo en Grecia retratan la dicotomía descrita:  esos comicios dieron el triunfo al partido Nueva Democracia (derecha), cuyo líder, Antonis Samaras, era el favorito de la comunidad financiera internacional por su proclividad a cumplir los programas de ajuste impuestos al país helénico por la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional (FMI).

La otra opción era la izquierda radical  Syrisa, de Alexis Tsipras, vista con recelo por su oposición a las medidas de austeridad (recortes al gasto y despidos) que castigan a la población y que condujeron al país a la recesión, y que en cambio exige medidas que alienten el crecimiento.

El triunfo de los conservadores griegos --quienes de algún modo son los mismos que condujeron a la actual tragedia de ese país-- tranquilizó a las corporaciones mundiales, que ven así servidos sus intereses políticos y económicos.

Y como para subrayar el yugo al que están sujetos los países bajo la égida neoliberal, el ministro alemán de relaciones exteriores, Guido Westerwelle, subrayó que  "no hay forma de salir de las reformas (los programas de ajuste y austeridad impuestos)".

Grecia --dijo-- debe ajustarse a lo acordado, como lo hacen todos los demás países europeos (Italia, España, Portugal, Irlanda) que "están aplicando sus reformas con insistencia y diligencia".

Como se ve, en Grecia --como en otros países incluido México-- la discusión y la disyuntiva es la misma. Aquí el diseño que se aplica a escala global adopta el nombre de Reformas estructurales. Son --en cierto modo-- las reformas a las que alude Westerwelle, esas de las que nadie puede escapar. Es el designio.

Por cierto, la distancia electoral entre los conservadores y la izquierda griega fue de sólo 3.31 por ciento. De acuerdo con algunos observadores, la diferencia pudo haber estado en la campaña de miedo enderezada contra Syrisa, pues ante la amenaza de que con el triunfo de la izquierda se impondrían "corralitos", como en Argentina, muchos griegos sacaron su dinero de los bancos...y votaron contra sí mismos.

Para quien guste de encontrar paralelismos con la actual situación electoral mexicana, escuchemos a Zisiz Novis, un comerciante de 56 años entrevistado por la corresponsal del diario La Jornada en Atenas: "Con Nueva Democracia (la derecha) las cosas van a empeorar. Seguirá la política de la medicina que mata al enfermo (recuérdese al doctor Felipe Calderón): dos mil suicidios en los dos años recientes, escasez de medicamentos, un millón 200 mil desempleados...".

Lo dicho, Atenas es hoy el escenario, pero el libreto de la farsa es el mismo en todo el mundo.



lunes, 19 de septiembre de 2011

El México que ¿todos queremos?

La ventaja de las frases de contenido positivo es que concitan una adhesión inmediata. Lo malo es que son sólo eso: frases, retórica pura sin nada que ver con la realidad.

Ahora, por ejemplo, todo lo que hacen nuestros políticos o todo aquello que nos invitan a apoyar se realiza con cargo o en beneficio del "México que todos queremos". La frase resulta eficaz mientras se la mantenga en el difuso terreno de lo aludido, del sobreentendido. Pero cuando se la trata de precisar y de dar contenido surgen las primeras difiicultades.

Porque ¿En verdad todos queremos un mismo México? Y si es así ¿qué rasgos tiene ese ideal que puebla el imaginario colectivo? Intentemos una aproximación.

Según parece, el país que luchamos por forjar todos los días es uno con igualdad social, democrático, sin pobreza ni exclusión; sin ciudadanos ni funcionarios corruptos. Uno con educación básica de calidad y en el que los jóvenes tengan pleno acceso a la educación superior pública y cuya actuación profesional redunde en el progreso del país y la prosperidad económica personal.

Un pueblo cuyos gobernantes trabajen, en efecto, por el bien común y cuya estructura económica favorezca la reproducción del círculo virtuoso empleo-más ingreso-más ventas-más producción-más empleo. Un país soberano con políticas nacionales de explotación y conservación de sus recursos naturales en beneficio de sus conciudadanos y no en manos de empresas trasnacionales.

Con algunos matices, creo que ese es el diseño que la mayoría tiene en mente cuando se habla del "México que todos queremos". Por lo demás, es el gran proyecto nacional incumplido que está plasmado en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.

El problema radica en que es falso que todos queramos lo mismo, como lo afirma ese que, afuerza de repetirse, se ha convertido en un eslogan y que, como todos los de su tipo, no es más que una frase atractiva, de impacto, que concita simpatías, pero hasta ahí.

Puédese afirmar que más que un eslogan resulta una coartada tras de la cual se oculta una estructura social caracterizada por relaciones de poder que se expresan mediante la sujeción de una parte de la población a otra.

Ese hecho capital establece una diferencia de intereses que no son comunes ni los mismos para todos, pero que se insiste en que aparezcan como tales para disimular-encubrir la relación dominantes-dominados. Esta característica se encubre mediante distintas formas, una de las cuales es el Estado.

El Estado aparece ante todos como un ente independiente de todas las clases, incluso de la dominante, que de este modo camuflagea su dominio. Ya no es ella la que impone el modo de producción ni las leyes que lo regulan y protegen, sino un ente superior, al que incluso ella está sujeta, por encima de todos y sin intereses particulares.

Esta "neutralidad" le confiere al Estado la legitimidad y la aquiescencia de todos, pues --recuérdese a Hobbes-- existe por acuerdo de todos los hombres quienes aceptan ceder su soberanía a ese ente al que,  para imponer el interés general, se le concede el uso legítimo de la fuerza.

Pero el Estado, lo hemos dicho ya, no es un algo neutral, sino el instrumento para conservar las estructuras socioeconómicas de dominación. Y esta imposición se realiza no sólo mediante la aplicación de los medios coercitivos de que dispone, sino también, a través del llamado consenso social.

En la fabricación del consenso es donde se ubican todas las artimañas legales, retóricas, verbales; es el terreno privilegiado donde los medios de comunicación privados y gubernamentales, por ejemplo, aplican las técnicas disponibles de las teorías de la influencia y la persuación.

Es en este terreno donde se construyen frases como esa del "México que todos queremos", las cuales, de un golpe mediático, nos hermanan en una misma causa, nos hacen aparecer a todos del mismo lado al suprimir las diferencias y los intereses de clase realmente existentes y con ello difuminan las condiciones de dominación que es lo único que debe prevalecer.

Porque...¿cómo se explica el hecho de que si todos queremos lo mismo, tenemos más de 200 años de vida independiente sin poder lograrlo? ¿Cómo es que después de tanto tiempo no hemos podido llevar a la práctica el gran proyecto de país plasmado en la Constitución? ¿Cómo es que con elecciones libres los representantres a los que seguimos eligiendo no parecen responder al interés colectivo una vez en los puestos de representación?

La respuesta está en que, de nuevo, es falso que todos tengamos los mismos intereses y aspiremos al mismo diseño de país como rezan las frases propagandísticas que se nos sorrajan a cada rato.  La cuestión radica en que hay una clase a la que le interesa mantener el mismo estado de cosas porque de esas condiciones de dominación dependen sus ganancias económicas y su condición primigenia en la sociedad.

Eso es lo que prevalece por encima de frases que nos encomian, como esa de que "Celebremos a los héroes de todos los días", o aquella otra que reza: "Somos más los buenos", o esa que da título a este post, según la cual todos los desvelos de nuestras élites políticas y las medidas que aplican en contra de la población, en realidad serían buscando esa entelequia resumida en el apotegma: El México que todos queremos.