miércoles, 23 de marzo de 2011
Calderón: "Mi reino por un caballo"
Felipe Calderón es un peligro para México. Lo es por varias razones, pero destaco su proclividad a salvarse a sí mismo aun a costa del país. Esa actitud lo condujo tras su derrota en las elecciones legislativas intermedias de 2009, a intentar relanzar su gobierno mediante una serie de reformas que él sabía inviables, pero que buscaban salvar su prestigio.
Muchos observadores hicieron notar que esas propuestas llegaban con tres años de retraso. El propio Carlos Pascual, en ese momento embajador de Estados Unidos, al tanto de la maniobra, mandó decir a Washington, según mostraron los cables de Wikileaks, que se trataba de “sueños de opio”, pues no tendrían futuro en un congreso dominado por la oposición.
Y así era, pero lo que Calderón buscaba era recuperar la iniciativa política perdida ante el revés electoral. La derrota que le propinaron los electores fue muy significativa porque basó su campaña en un programa –su guerra contra el narcotráfico-- diseñado precisamente para lograr la aprobación general y para tratar de remontar el déficit de legitimidad que lo persigue desde 2006.
Pero sobre todo, la idea era mostrarse como un presidente que quiso cambiar al país, pero que se topó con un congreso que se lo impidió. La prioridad, como se ve, era salvarse a sí mismo.
Su ansia por obtener algo de reconocimiento para su gobierno y para su persona lo condujo también a comprometer la soberanía nacional y a supeditar los intereses nacionales a los de EUA.
Los informes de Pascual son, en este sentido, reveladores. Según el diplomático, por esos días de 2009 Calderón había estado dispuesto a “ampliar nuestra cooperación dentro del Plan Mérida y a dar pasos decisivos en la frontera” pues “cree que un repentino éxito en la lucha contra el narcotráfico dará un impulso a su situación política”.
En esa obsesión por remontar “su situación política” (de nuevo él como prioridad) no ha dudado en entregar al país y favorecer la injerencia de EUA. Véase al efecto la petición –revelada por Wikileaks-- que en febrero de 2010 formuló Calderón a la secretaria de Seguridad Interior estadounidense, Janet Napolitano, para que el Centro de Inteligencia de El Paso (EPIC, por sus siglas en inglés), interviniera para “pacificar Ciudad Juárez” y “responder a la presión pública de hacer algo por la localidad”.
Las evidencias de cómo Calderón se ha sujetado a los designios de Washington en aras de obtener resultados rápidos que lo salven en su combate al crimen organizado se multiplican: ahí está el caso de la operación Rápido y furioso, o su acatamiento al mandato del Norte para, primero, permitir que diseñara la estrategia en Ciudad Juárez de combate al narcotráfico mediante el ejército y luego, una vez que no funcionó, para acatar la orden de relegar a los militares y sustituirlos por la policía federal, y que incluso el embajador Pascual haya conocido los detalles del repliegue castrense meses antes de que el gobierno lo hiciera público.
Las revelaciones del New York Times sobre los vuelos que realizan en territorio mexicano aviones estadounidenses no tripulados, constituyen una prueba adicional del entreguismo y el vasallaje que Calderón ha permitido que se le imponga a México.
Diversas voces desde el Senado de la República, desde la academia –señaladamente el rector de la UNAM José Narro Robles-- y ONG’s han exigido a Calderón frenar el injerencismo de EU y adoptar una actitud firme en defensa de nuestra soberanía. Se trata de llamados que parecen no asumir el hecho de que ese injerencismo fue y es alentado por el propio ocupante de Los Pinos.
Lo malo para Calderón es que no sólo no se salvó ni a sí mismo (hoy su desprestigio es superlativo y quizá pase a la historia como uno de los presidentes más abyectos que ha padecido México ), sino que ha causado un enorme daño al país al ponerlo de rodillas ante una potencia extranjera.
Y lo peor quizá esté por venir, porque no se sabe qué otros episodios de entreguismo pueda protagonizar el abrumado michoacano en su desesperación por rescatar algo para sí.
Acaso pronto lo oiremos gritar, como el trágico Ricardo III: “¡Un caballo, un caballo. Mi reino (país) por un caballo!”, aunque, a diferencia del héroe Sheakespereano, no lo pedirá para continuar en la batalla sino para huir dejando hipotecado al país. Por eso es un peligro para México.
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