Un video que documenta cómo las fuerzas del mercado están conduciendo a los países a un estado de destrucción total, con altísimas tasas de desempleo y empobrecimiento de la población.
viernes, 27 de julio de 2012
jueves, 26 de julio de 2012
El fraude intangible
"A López Obrador nunca lo iban a dejar llegar".
Con matices, la frase se repite en las conversaciones cotidianas, y en medio de la confusión y el vocinglerío poselectoral resulta de lo más significativo a escala de la calle.
Significativo, sí. Porque en ese vago "lo iban", donde el sujeto (ellos) aparece elidido, habita una certeza: la existencia de un poder superior, que no es obviamente el de los ciudadanos que depositan su voto en las urnas, pero capaz de decidir por encima de la voluntad de millones quien debe o quien no debe "llegar".
La aceptación fatalista de esa realidad ocurre, entre otras razones, porque no se sabe bien a bien quienes son esos decisores. Se habla del duopolio televisivo (Televisa-TV Azteca) y sus personeros que salen a cuadro y que, a manera de pararrayos, concitan de cuando en cuando la ira popular (recuérdese el caso de la supuesta agresión al periodista Carlos Marín del grupo Milenio-Televisa mientras caminaba por la calle cerca de una manifestación juvenil).
Ellos, así como otros opinadores de medios alineados con los intereses económicos dominantes (Excélsior, El Universal, Organización Editorial Mexicana, La Crónica de hoy, La Razón y Radio Fórmula, entre otros) Son ciertamente la cara visible y acaso los operadores de los mecanismos de dominación, pero no son el verdadero poder.
Éste se encuentra en la forma cómo está organizado el mundo: mediante un entramado de instituciones, organismos internacionales, empresas multinacionales (Procter and Gamble, Coca-cola, Walmart), entidades financieras y la industria militar, con ramificaciones en las oligarquías de cada país, y desde cuyos organigramas diariamente se manejan y controlan una multiplicidad de operaciones legales e ilegales en todo el mundo. Incluidos, desde luego, los simulacros electorales que mantienen la ilusión de un "mundo libre", en el que, según eso, el poder y la voluntad de los ciudadanos se manifiesta en las urnas.
Ese conglomerado de instituciones e intereses conforma el gran poder que rige nuestras vidas y cuya existencia está perfectamente intuida por el hombre de la calle en ese sujeto elidido, en ese "ellos" connotado en la frase "...nunca lo iban (ellos) a dejar llegar". Fue ese entramado el que actuó durante el pasado proceso electoral para concretar su designio: imponer a Enrique Peña Nieto como presidente de México.
Tanto sus identidades como sus métodos permanecen ocultos; los primeros, camuflajeados entre nombres de "honorables" consejos de administración o protegidos por gobiernos; los segundos, los métodos, mediante la aplicación de modernas técnicas de la persuación y propaganda.
Ese secreto en que se desenvuelven y operan es vital para la supervivencia del sistema-mundo que regentean. Y si se duda, véase un ejemplo cercano e inmediato: el pasado 10 de julio en México, la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en una decisión insólita, ordenó mantener en secreto la identidad de los beneficiados por el Sistema de Administración Tributaria que en 2007 canceló créditos fiscales por casi 74 mil millones de pesos.
Merced a ese secreto, por ejemplo, nunca sabremos los nombres de las empresas así beneficiadas por eso que en los hechos es una escandalosa e ilegal condonación de impuestos, ni tampoco conoceremos la identidad de sus dueños que permitiera establecer o descubrir ligas o nexos con el poder público.
Tampoco conoceremos si entre esos beneficiarios figuran sucursales de empresas nultinacionales y si éstas, en reciprocidad por el favor recibido, destinaron apoyos ilegales o encubiertos al candidato presidencial del PRI. O si hay empresas favorecidas con concesiones obtenidas vía sobornos a autoridades, como el caso nunca investigado aquí de la empresa Walmart.
Mientras eso ocurre en las alturas, a ras de calle se persigue y se boletina profusamente --pues allí no hay el subterfugio del secreto bancario-- a los causantes menores que se retrasan en sus pagos al fisco.
En lo que toca a los métodos son tan eficaces que resulta difícil seguirlos. Confróntese al efecto la siguiente (lamentable) declaración del consejero electoral Lorenzo Córdova al poner en duda el efecto de las encuestas sobre los ciudadanos: "Se emitieron metodologías, se rindieron informes de cumplimiento...no hay un elemento claro que en automático traduzca los sondeos en incidir en favor del puntero o en su caso desalentar a otros votantes. En eso entramos ya en las subjetividades".
Para el consejero Córdova lo que vale, el dato duro y objetivo, fuera de toda "subjetividad" son las metodologías entregadas al IFE por las casas encuestadoras. Y pretende hacer creer que ese cientificismo de las metodologías prueba que las encuestas no fueron trampeadas. Lo que ignora Córdova es que la ciencia no funciona así. La ciencia no da cheques en blanco, no establece verdades eternas. Algo puede ser cierto hoy, pero dejar de serlo mañana a la luz de nuevas evidencias.
En todo caso ¿qué le dicen al consejero las amplias disparidades entre lo que difundieron las encuestas y el resultado real? ¿Cómo se explica a sí mismo que las metodologías, tan objetivas, tan científicas ellas, hayan fallado de tal modo?
Habría que explicarle al ingenuo doctor Córdova que el sistema-mundo actúa en ambos terrenos, en el de la objetividad (la compra de votos es un dato real, acreditable empíricamente) y en el de la subjetividad. Y quizá más en éste que en aquél, porque éste se realiza en el terreno de la manipulación de formas simbólicas, donde los fraudes no dejan huellas dactilares.
Por eso al consejero --ignorante del empleo de las técnicas de la persuación estudiadas por las modernas teorías de la comunicación-- le resulta difícil concebir lo que es perfectamente realizable: influir en los electores mediante la difusión de encuestas mentirosas, de modo que se sientan compelidos a actuar en el sentido subliminalmente sugerido (en este caso votar por el "puntero" ante lo inevitable de su "triunfo").
Si ello no fuera perfectamente posible ¿tendría algún sentido que las multinacionales gastaran cada año en publicidad miles de millones de dólares? Por ello resulta patético mirar a Ulises Beltrán, Roy Campos y a Francisco Agundiz haciéndose cruces por explicar lo inexplicale, cuando la verdad está tan a la mano: mintieron y de ello obtendrán beneficios económicos si se consuma la imposición.
Un último apunte acerca de cómo actúa el sistema en el terreno de lo subjetivo, de lo indemostrable hasta cierto punto. Si, como apuntaba Clifford Geertz, la función de la cultura es dotar de sentido al mundo y hacerlo comprensible, entonces lo que hacen los medios y toda la cauda de opinadores a su servicio, es traducir y hacer comprensible la realidad con arreglo a pautas preestablecidas que, a su vez, producen las actitudes que cada uno o su grupo social tiene hacia la vida.
En ese afán de traducir y hacer comprensible la realidad para el gran público, los medios tienen el efecto de suplantar incluso la propia experiencia. El ejemplo más a la mano es el de un individuo que asiste a un espectáculo de cualquier índole (musical, cultural, deportivo), pero que al día siguiente necesita leer las reseñas para confirmar o conformar su opinión acerca de lo que él mismo presenció.
La propia naturaleza de los medios, intermediarios cotidianos entre la realidad y nosotros, ha condicionado a la gente a desconfiar incluso de su propia experiencia. A esperar a ver qué se escribe o qué se dice de algo para conformar uno su propia opinión, y aun para confirmar que algo en efecto ocurrió.
En ese sentido resulta ilustrativo el comentario de Jorge Castañeda expuesto durante la cobertura especial que Televisa dispuso el día de la elección presidencial. Allí sugirió a los electores desconfiar y descreer de su experiencia inmediata. Aunque usted tenga --dijo-- un amplísimo círculo de amigos que hayan votado por un candidato, no crea que por ello éste resultará ganador.
Porque --continuó-- por mucho que usted escuche a miles decirlo, nunca podrán ser más que los millones de votantes que participan en una elección nacional. El intento de Castañeda es magistral porque el misil apuntaba a destruir, antes de que se generalizara, la percepción de que la mayoría habría votado por un candidato que no era el que las televisoras, el IFE y Los Pinos estaban a punto de anunciar como el ganador.
La lógica detrás del intento es esta: si destruimos la percepción aminoramos el conflicto y se pavimenta el camino para la imposición. Así es como operan. Así lo hicieron durante los últimos cinco años: mediante comentarios e imágenes aparentemente inocuos sembrados en la mente de millones así, como no queriendo la cosa, como lo intentó Castañeda ese domingo 1 de julio.
Por eso un día de 2009 Televisa transmitió un programa especial del día del Padre desde la Plaza de los Mártires, en pleno centro de Toluca, con Enrique Peña Nieto y su familia (¡qué bonito, no?) como anfitriones. Por eso telenovelas como Mañana es para siempre tuvieron locaciones en Toluca y, para inducir la idea de progreso industrial de la entidad (y por asociación automática de su gobernante copetón) el guión del melodrama incluyó una exitosísima feria del queso y de la leche organizada en la región.
Todo eso se niega. "No hay pruebas", dice la televisora "de que hayamos contruido y tratemos de imponer un candidato", cuando lo hicieron a la vista de todos mediante fraudes intangibles que al ponerse al descubierto se intentan descalificar por "subjetivos".
Lo muy objetivo, aunque ya no tan ocultos, son los poderes e intereses alineados y aliados en impedir el voto libre de los electores mexicanos, quienes ya están al tanto de que existen unos "ellos" empeñados en burlar la voluntad general. De ahí la resistencia a la imposición.
Con matices, la frase se repite en las conversaciones cotidianas, y en medio de la confusión y el vocinglerío poselectoral resulta de lo más significativo a escala de la calle.
Significativo, sí. Porque en ese vago "lo iban", donde el sujeto (ellos) aparece elidido, habita una certeza: la existencia de un poder superior, que no es obviamente el de los ciudadanos que depositan su voto en las urnas, pero capaz de decidir por encima de la voluntad de millones quien debe o quien no debe "llegar".
La aceptación fatalista de esa realidad ocurre, entre otras razones, porque no se sabe bien a bien quienes son esos decisores. Se habla del duopolio televisivo (Televisa-TV Azteca) y sus personeros que salen a cuadro y que, a manera de pararrayos, concitan de cuando en cuando la ira popular (recuérdese el caso de la supuesta agresión al periodista Carlos Marín del grupo Milenio-Televisa mientras caminaba por la calle cerca de una manifestación juvenil).
Ellos, así como otros opinadores de medios alineados con los intereses económicos dominantes (Excélsior, El Universal, Organización Editorial Mexicana, La Crónica de hoy, La Razón y Radio Fórmula, entre otros) Son ciertamente la cara visible y acaso los operadores de los mecanismos de dominación, pero no son el verdadero poder.
Éste se encuentra en la forma cómo está organizado el mundo: mediante un entramado de instituciones, organismos internacionales, empresas multinacionales (Procter and Gamble, Coca-cola, Walmart), entidades financieras y la industria militar, con ramificaciones en las oligarquías de cada país, y desde cuyos organigramas diariamente se manejan y controlan una multiplicidad de operaciones legales e ilegales en todo el mundo. Incluidos, desde luego, los simulacros electorales que mantienen la ilusión de un "mundo libre", en el que, según eso, el poder y la voluntad de los ciudadanos se manifiesta en las urnas.
Ese conglomerado de instituciones e intereses conforma el gran poder que rige nuestras vidas y cuya existencia está perfectamente intuida por el hombre de la calle en ese sujeto elidido, en ese "ellos" connotado en la frase "...nunca lo iban (ellos) a dejar llegar". Fue ese entramado el que actuó durante el pasado proceso electoral para concretar su designio: imponer a Enrique Peña Nieto como presidente de México.
Tanto sus identidades como sus métodos permanecen ocultos; los primeros, camuflajeados entre nombres de "honorables" consejos de administración o protegidos por gobiernos; los segundos, los métodos, mediante la aplicación de modernas técnicas de la persuación y propaganda.
Ese secreto en que se desenvuelven y operan es vital para la supervivencia del sistema-mundo que regentean. Y si se duda, véase un ejemplo cercano e inmediato: el pasado 10 de julio en México, la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en una decisión insólita, ordenó mantener en secreto la identidad de los beneficiados por el Sistema de Administración Tributaria que en 2007 canceló créditos fiscales por casi 74 mil millones de pesos.
Merced a ese secreto, por ejemplo, nunca sabremos los nombres de las empresas así beneficiadas por eso que en los hechos es una escandalosa e ilegal condonación de impuestos, ni tampoco conoceremos la identidad de sus dueños que permitiera establecer o descubrir ligas o nexos con el poder público.
Tampoco conoceremos si entre esos beneficiarios figuran sucursales de empresas nultinacionales y si éstas, en reciprocidad por el favor recibido, destinaron apoyos ilegales o encubiertos al candidato presidencial del PRI. O si hay empresas favorecidas con concesiones obtenidas vía sobornos a autoridades, como el caso nunca investigado aquí de la empresa Walmart.
Mientras eso ocurre en las alturas, a ras de calle se persigue y se boletina profusamente --pues allí no hay el subterfugio del secreto bancario-- a los causantes menores que se retrasan en sus pagos al fisco.
En lo que toca a los métodos son tan eficaces que resulta difícil seguirlos. Confróntese al efecto la siguiente (lamentable) declaración del consejero electoral Lorenzo Córdova al poner en duda el efecto de las encuestas sobre los ciudadanos: "Se emitieron metodologías, se rindieron informes de cumplimiento...no hay un elemento claro que en automático traduzca los sondeos en incidir en favor del puntero o en su caso desalentar a otros votantes. En eso entramos ya en las subjetividades".
Para el consejero Córdova lo que vale, el dato duro y objetivo, fuera de toda "subjetividad" son las metodologías entregadas al IFE por las casas encuestadoras. Y pretende hacer creer que ese cientificismo de las metodologías prueba que las encuestas no fueron trampeadas. Lo que ignora Córdova es que la ciencia no funciona así. La ciencia no da cheques en blanco, no establece verdades eternas. Algo puede ser cierto hoy, pero dejar de serlo mañana a la luz de nuevas evidencias.
En todo caso ¿qué le dicen al consejero las amplias disparidades entre lo que difundieron las encuestas y el resultado real? ¿Cómo se explica a sí mismo que las metodologías, tan objetivas, tan científicas ellas, hayan fallado de tal modo?
Habría que explicarle al ingenuo doctor Córdova que el sistema-mundo actúa en ambos terrenos, en el de la objetividad (la compra de votos es un dato real, acreditable empíricamente) y en el de la subjetividad. Y quizá más en éste que en aquél, porque éste se realiza en el terreno de la manipulación de formas simbólicas, donde los fraudes no dejan huellas dactilares.
Por eso al consejero --ignorante del empleo de las técnicas de la persuación estudiadas por las modernas teorías de la comunicación-- le resulta difícil concebir lo que es perfectamente realizable: influir en los electores mediante la difusión de encuestas mentirosas, de modo que se sientan compelidos a actuar en el sentido subliminalmente sugerido (en este caso votar por el "puntero" ante lo inevitable de su "triunfo").
Si ello no fuera perfectamente posible ¿tendría algún sentido que las multinacionales gastaran cada año en publicidad miles de millones de dólares? Por ello resulta patético mirar a Ulises Beltrán, Roy Campos y a Francisco Agundiz haciéndose cruces por explicar lo inexplicale, cuando la verdad está tan a la mano: mintieron y de ello obtendrán beneficios económicos si se consuma la imposición.
Un último apunte acerca de cómo actúa el sistema en el terreno de lo subjetivo, de lo indemostrable hasta cierto punto. Si, como apuntaba Clifford Geertz, la función de la cultura es dotar de sentido al mundo y hacerlo comprensible, entonces lo que hacen los medios y toda la cauda de opinadores a su servicio, es traducir y hacer comprensible la realidad con arreglo a pautas preestablecidas que, a su vez, producen las actitudes que cada uno o su grupo social tiene hacia la vida.
En ese afán de traducir y hacer comprensible la realidad para el gran público, los medios tienen el efecto de suplantar incluso la propia experiencia. El ejemplo más a la mano es el de un individuo que asiste a un espectáculo de cualquier índole (musical, cultural, deportivo), pero que al día siguiente necesita leer las reseñas para confirmar o conformar su opinión acerca de lo que él mismo presenció.
La propia naturaleza de los medios, intermediarios cotidianos entre la realidad y nosotros, ha condicionado a la gente a desconfiar incluso de su propia experiencia. A esperar a ver qué se escribe o qué se dice de algo para conformar uno su propia opinión, y aun para confirmar que algo en efecto ocurrió.
En ese sentido resulta ilustrativo el comentario de Jorge Castañeda expuesto durante la cobertura especial que Televisa dispuso el día de la elección presidencial. Allí sugirió a los electores desconfiar y descreer de su experiencia inmediata. Aunque usted tenga --dijo-- un amplísimo círculo de amigos que hayan votado por un candidato, no crea que por ello éste resultará ganador.
Porque --continuó-- por mucho que usted escuche a miles decirlo, nunca podrán ser más que los millones de votantes que participan en una elección nacional. El intento de Castañeda es magistral porque el misil apuntaba a destruir, antes de que se generalizara, la percepción de que la mayoría habría votado por un candidato que no era el que las televisoras, el IFE y Los Pinos estaban a punto de anunciar como el ganador.
La lógica detrás del intento es esta: si destruimos la percepción aminoramos el conflicto y se pavimenta el camino para la imposición. Así es como operan. Así lo hicieron durante los últimos cinco años: mediante comentarios e imágenes aparentemente inocuos sembrados en la mente de millones así, como no queriendo la cosa, como lo intentó Castañeda ese domingo 1 de julio.
Por eso un día de 2009 Televisa transmitió un programa especial del día del Padre desde la Plaza de los Mártires, en pleno centro de Toluca, con Enrique Peña Nieto y su familia (¡qué bonito, no?) como anfitriones. Por eso telenovelas como Mañana es para siempre tuvieron locaciones en Toluca y, para inducir la idea de progreso industrial de la entidad (y por asociación automática de su gobernante copetón) el guión del melodrama incluyó una exitosísima feria del queso y de la leche organizada en la región.
Todo eso se niega. "No hay pruebas", dice la televisora "de que hayamos contruido y tratemos de imponer un candidato", cuando lo hicieron a la vista de todos mediante fraudes intangibles que al ponerse al descubierto se intentan descalificar por "subjetivos".
Lo muy objetivo, aunque ya no tan ocultos, son los poderes e intereses alineados y aliados en impedir el voto libre de los electores mexicanos, quienes ya están al tanto de que existen unos "ellos" empeñados en burlar la voluntad general. De ahí la resistencia a la imposición.
miércoles, 27 de junio de 2012
AMLO, desde luego
Este domingo 1 de julio votaré por Andrés Manuel López Obrador (AMLO) cruzando el logotipo del Partido del Trabajo (PT), de modo que el sufragio se acredite a este instituto y no al PRD, una agrupación convertida en cascarón, secuestrada por los Chuchos, colaboracionista con los gobiernos de derecha y que apoya al político tabasqueño porque en esta coyuntura no les quedaba de otra.
Desde luego por AMLO porque coincido con su lectura de que el país necesita una política soberana que recupere para sí la autodeterminación perdida.
Se trata, me parece, de un asunto capital en un momento en que los centros mundiales del poder se afanan por consolidar la nueva fase neoliberal caracterizada por la preeminencia del capital financiero y especulativo que condena a las naciones a reducir el gasto público en educación, salud, empleo y vivienda
Este nuevo diseño de sociedad requiere de la adecuación del marco jurídico institucional para legitimarse. Es lo que Enrique Peña Nieto y Josefina Vázquez Mota llaman las "Reformas estructurales". Sin explicar cómo ni de dónde obtuvo semejante cálculo, la panista repite en cuanto foro tiene a la mano que por no haberse aprobado la Reforma laboral, dejaron de crearse 400 mil empleos anuales para los jóvenes.
Apenas si necesito decir que se trata de un chantaje. La tal reforma que junto con la energética y la fiscal constituyen las "reformas estructurales" por las que claman desde Felipe Calderón pasando por Agustín Carstens, el inefable gobernador del Banco de México, y terminando por los candidatos del PRI y PAN, son en realidad el instrumento que permitirá profundizar el dominio económico y político que las élites locales ejercen sobre la mayoría de la sociedad mexicana.
AMLO se ha opuesto a ellas de manera inequívoca porque entiende que se trata de la forma que adopta la aplicación de un modelo económico que profundizará las desigualdades sociales que nos laceran. En vez de ello, su propuesta de reactivación económica, se basa en el combate a la corrupción que genera el propio aparato estatal vía el sueldo de funcionarios, el dispendio en gastos de reprentación, viajes, asesorías, consultorías y toda clase de lujos innecesarios, así como en la inversión productiva, como ya lo hizo en el gobierno del Distrito Federal.
Desde luego no se me escapan las serias limitaciones del político tabasqueño. Su exasperante falta de conocimiento en muchas materias sobre las que sería fácil argumentar frente a sus críticos, como sucedió en los tres debates organizados en este periodo. Pero me convence su equipo de gobierno y su probada probidad.
Otras objeciones acerca de su falso izquierdismo me parecen injustas y desproporcionadas. López Obrador no es un izquierdista ni un revolucionario, si acaso un reformista socialdemócrata que desde luego no va a acabar con el capitalismo ni con el Estado como lo piden algunos grupos de izquierda que le regatean por ello su apoyo, sin tomar en cuenta que quizá la sociedad no sea eso lo que pida o necesite de un político que busque la presidencia. Como dirían los clásicos: la correlación de fuerzas no está para eso ni las condiciones objetivas están maduras.
Mientras tanto votaré por AMLO porque coincido con su diagnóstico del país y con las soluciones que propone para sus males, y porque me parece evidente que sus colaboradores son de primera línea y aportarán en sus sectores trabajo, experiencia, conocimientos y sensibilidad social.
Por eso...sólo por eso.
Desde luego por AMLO porque coincido con su lectura de que el país necesita una política soberana que recupere para sí la autodeterminación perdida.
Se trata, me parece, de un asunto capital en un momento en que los centros mundiales del poder se afanan por consolidar la nueva fase neoliberal caracterizada por la preeminencia del capital financiero y especulativo que condena a las naciones a reducir el gasto público en educación, salud, empleo y vivienda
Este nuevo diseño de sociedad requiere de la adecuación del marco jurídico institucional para legitimarse. Es lo que Enrique Peña Nieto y Josefina Vázquez Mota llaman las "Reformas estructurales". Sin explicar cómo ni de dónde obtuvo semejante cálculo, la panista repite en cuanto foro tiene a la mano que por no haberse aprobado la Reforma laboral, dejaron de crearse 400 mil empleos anuales para los jóvenes.
Apenas si necesito decir que se trata de un chantaje. La tal reforma que junto con la energética y la fiscal constituyen las "reformas estructurales" por las que claman desde Felipe Calderón pasando por Agustín Carstens, el inefable gobernador del Banco de México, y terminando por los candidatos del PRI y PAN, son en realidad el instrumento que permitirá profundizar el dominio económico y político que las élites locales ejercen sobre la mayoría de la sociedad mexicana.
AMLO se ha opuesto a ellas de manera inequívoca porque entiende que se trata de la forma que adopta la aplicación de un modelo económico que profundizará las desigualdades sociales que nos laceran. En vez de ello, su propuesta de reactivación económica, se basa en el combate a la corrupción que genera el propio aparato estatal vía el sueldo de funcionarios, el dispendio en gastos de reprentación, viajes, asesorías, consultorías y toda clase de lujos innecesarios, así como en la inversión productiva, como ya lo hizo en el gobierno del Distrito Federal.
Desde luego no se me escapan las serias limitaciones del político tabasqueño. Su exasperante falta de conocimiento en muchas materias sobre las que sería fácil argumentar frente a sus críticos, como sucedió en los tres debates organizados en este periodo. Pero me convence su equipo de gobierno y su probada probidad.
Otras objeciones acerca de su falso izquierdismo me parecen injustas y desproporcionadas. López Obrador no es un izquierdista ni un revolucionario, si acaso un reformista socialdemócrata que desde luego no va a acabar con el capitalismo ni con el Estado como lo piden algunos grupos de izquierda que le regatean por ello su apoyo, sin tomar en cuenta que quizá la sociedad no sea eso lo que pida o necesite de un político que busque la presidencia. Como dirían los clásicos: la correlación de fuerzas no está para eso ni las condiciones objetivas están maduras.
Mientras tanto votaré por AMLO porque coincido con su diagnóstico del país y con las soluciones que propone para sus males, y porque me parece evidente que sus colaboradores son de primera línea y aportarán en sus sectores trabajo, experiencia, conocimientos y sensibilidad social.
Por eso...sólo por eso.
IFE: legitimar el resultado
Si algo, lo que se multiplica de cara a la elección presidencial del próximo 1 de julio es la evidencia del fraude vía el voto corporativo, la compra y coacción de sufragios, la denunciada operación Ágora del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), comandada por Elba Esther Gordillo y los múltiples videos y fotografías exhibidas en las redes sociales.
Y sin embargo, el Instituto Federal Electoral (IFE) declara que el impacto de tales marrullerías --sin descontar la muy amplia y documentada operación de posicionamiento mediático en favor de un candidato-- será, si acaso, marginal, aunque no aclaró si esa marginalidad puede ser mayor o menor de 0.56 por ciento.
La postura del árbitro electoral, Leonardo Valdés Zurita, coincide con la muy difundida versión de la "imposibilidad del fraude" ya sansionada por todo el aparato mediático. El candor --o cinismo, a elegir-- del consejero presidente se asienta en la abrumadora certeza de que la ley prohibe esas prácticas y de que "el ciudadano, cuando llega a la casilla, lo hace solo, nadie lo vigila y se expresa en libertad".
La confianza en el mundo ideal instaurado por la ley es tal, que a Valdés Zurita sólo le faltó decir que comprado o no, coaccionado o no, cualquier voto es legítimo sólo porque fue depositado por un ciudadano.
En su imperfección, la coartada es convincente porque alude al arte de la apariencia y lo escenográfico propio del sistema político mexicano inaugurado por el PRI: para qué queremos campesinos si podemos contratar extras. Para qué convocar ciudadanos si podemos arreglárnosla con su credencial de elector.
Lo que al IFE le interesa es que el elector llegue a la casilla y vote, porque lo que importa es legitimar el resultado, no el proceso que lo produjo. Acaso porque en el proceso, como en los detalles, está el diablo.
En su anacronismo convenientemente asumido, para Valdés Zurita el único fraude posible consiste en el relleno y robo de urnas. La compra y coacción previa de votos, los carruseles o el rebase en los gastos de campaña constituyen sólo un anecdótico "intento de influir sobre la decisión del ciudadano", pero nada más.
Entrevistado por Alonso Urrutia y Fabiola Martínez para La Jornada, el consejero presidente desestima, por ejemplo, que el rebase de gastos de campaña incida en el resultado de la elección porque quien recibe el financiamiento es el partido, no el candidato (sic).
Pero los beneficiarios son el candidato y el partido, reviran los reporteros. Y la respuesta impresiona porque ilustra los alcances y la perspicacia del árbitro central: --"Podría ser".
Y sin embargo, el Instituto Federal Electoral (IFE) declara que el impacto de tales marrullerías --sin descontar la muy amplia y documentada operación de posicionamiento mediático en favor de un candidato-- será, si acaso, marginal, aunque no aclaró si esa marginalidad puede ser mayor o menor de 0.56 por ciento.
La postura del árbitro electoral, Leonardo Valdés Zurita, coincide con la muy difundida versión de la "imposibilidad del fraude" ya sansionada por todo el aparato mediático. El candor --o cinismo, a elegir-- del consejero presidente se asienta en la abrumadora certeza de que la ley prohibe esas prácticas y de que "el ciudadano, cuando llega a la casilla, lo hace solo, nadie lo vigila y se expresa en libertad".
La confianza en el mundo ideal instaurado por la ley es tal, que a Valdés Zurita sólo le faltó decir que comprado o no, coaccionado o no, cualquier voto es legítimo sólo porque fue depositado por un ciudadano.
En su imperfección, la coartada es convincente porque alude al arte de la apariencia y lo escenográfico propio del sistema político mexicano inaugurado por el PRI: para qué queremos campesinos si podemos contratar extras. Para qué convocar ciudadanos si podemos arreglárnosla con su credencial de elector.
Lo que al IFE le interesa es que el elector llegue a la casilla y vote, porque lo que importa es legitimar el resultado, no el proceso que lo produjo. Acaso porque en el proceso, como en los detalles, está el diablo.
En su anacronismo convenientemente asumido, para Valdés Zurita el único fraude posible consiste en el relleno y robo de urnas. La compra y coacción previa de votos, los carruseles o el rebase en los gastos de campaña constituyen sólo un anecdótico "intento de influir sobre la decisión del ciudadano", pero nada más.
Entrevistado por Alonso Urrutia y Fabiola Martínez para La Jornada, el consejero presidente desestima, por ejemplo, que el rebase de gastos de campaña incida en el resultado de la elección porque quien recibe el financiamiento es el partido, no el candidato (sic).
Pero los beneficiarios son el candidato y el partido, reviran los reporteros. Y la respuesta impresiona porque ilustra los alcances y la perspicacia del árbitro central: --"Podría ser".
lunes, 18 de junio de 2012
Grecia, México y el mundo
Grecia ilustra hoy la batalla que libra el mundo: el modelo neoliberal contra el Estado de bienestar.
El primero, diseñado para recuperar la rentabilidad del capital vía la disminución del Estado y la reducción del gasto público, con la coartada de un --como se ha visto hasta ahora-- improbable crecimiento económico.
El segundo, convencido de que el desarrollo no ocurrirá sin una política fiscal que lo promueva, lo cual implica intervención estatal y cierta dosis de regulación. Es decir, veneno puro para un capitalismo financiero sin freno, especulativo y desconectado de la economía real, en tanto que sus principales ganancias no provienen ya de la producción de bienes y servicios, lo cual explica, a su vez, el fenómeno del desempleo.
Ese es el drama de nuestros días. Las dos sopas de que consta el menú global. Los países y sus clases políticas de definen según se alineen a una u otra receta. El neoliberalismo imperante no está dispuesto a ceder un ápice.
Preconiza que los costos de sus crisis han de ser pagados por la población, en tanto el dinero público que se recorta al gasto social (salud, educación, alimentación, vivienda, empleo) se destina a salvar los bancos privados en quiebra (ahí el caso recentísimo del español Bankia).
Las elecciones legislativas realizadas el pasado domingo en Grecia retratan la dicotomía descrita: esos comicios dieron el triunfo al partido Nueva Democracia (derecha), cuyo líder, Antonis Samaras, era el favorito de la comunidad financiera internacional por su proclividad a cumplir los programas de ajuste impuestos al país helénico por la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional (FMI).
La otra opción era la izquierda radical Syrisa, de Alexis Tsipras, vista con recelo por su oposición a las medidas de austeridad (recortes al gasto y despidos) que castigan a la población y que condujeron al país a la recesión, y que en cambio exige medidas que alienten el crecimiento.
El triunfo de los conservadores griegos --quienes de algún modo son los mismos que condujeron a la actual tragedia de ese país-- tranquilizó a las corporaciones mundiales, que ven así servidos sus intereses políticos y económicos.
Y como para subrayar el yugo al que están sujetos los países bajo la égida neoliberal, el ministro alemán de relaciones exteriores, Guido Westerwelle, subrayó que "no hay forma de salir de las reformas (los programas de ajuste y austeridad impuestos)".
Grecia --dijo-- debe ajustarse a lo acordado, como lo hacen todos los demás países europeos (Italia, España, Portugal, Irlanda) que "están aplicando sus reformas con insistencia y diligencia".
Como se ve, en Grecia --como en otros países incluido México-- la discusión y la disyuntiva es la misma. Aquí el diseño que se aplica a escala global adopta el nombre de Reformas estructurales. Son --en cierto modo-- las reformas a las que alude Westerwelle, esas de las que nadie puede escapar. Es el designio.
Por cierto, la distancia electoral entre los conservadores y la izquierda griega fue de sólo 3.31 por ciento. De acuerdo con algunos observadores, la diferencia pudo haber estado en la campaña de miedo enderezada contra Syrisa, pues ante la amenaza de que con el triunfo de la izquierda se impondrían "corralitos", como en Argentina, muchos griegos sacaron su dinero de los bancos...y votaron contra sí mismos.
Para quien guste de encontrar paralelismos con la actual situación electoral mexicana, escuchemos a Zisiz Novis, un comerciante de 56 años entrevistado por la corresponsal del diario La Jornada en Atenas: "Con Nueva Democracia (la derecha) las cosas van a empeorar. Seguirá la política de la medicina que mata al enfermo (recuérdese al doctor Felipe Calderón): dos mil suicidios en los dos años recientes, escasez de medicamentos, un millón 200 mil desempleados...".
Lo dicho, Atenas es hoy el escenario, pero el libreto de la farsa es el mismo en todo el mundo.
El primero, diseñado para recuperar la rentabilidad del capital vía la disminución del Estado y la reducción del gasto público, con la coartada de un --como se ha visto hasta ahora-- improbable crecimiento económico.
El segundo, convencido de que el desarrollo no ocurrirá sin una política fiscal que lo promueva, lo cual implica intervención estatal y cierta dosis de regulación. Es decir, veneno puro para un capitalismo financiero sin freno, especulativo y desconectado de la economía real, en tanto que sus principales ganancias no provienen ya de la producción de bienes y servicios, lo cual explica, a su vez, el fenómeno del desempleo.
Ese es el drama de nuestros días. Las dos sopas de que consta el menú global. Los países y sus clases políticas de definen según se alineen a una u otra receta. El neoliberalismo imperante no está dispuesto a ceder un ápice.
Preconiza que los costos de sus crisis han de ser pagados por la población, en tanto el dinero público que se recorta al gasto social (salud, educación, alimentación, vivienda, empleo) se destina a salvar los bancos privados en quiebra (ahí el caso recentísimo del español Bankia).
Las elecciones legislativas realizadas el pasado domingo en Grecia retratan la dicotomía descrita: esos comicios dieron el triunfo al partido Nueva Democracia (derecha), cuyo líder, Antonis Samaras, era el favorito de la comunidad financiera internacional por su proclividad a cumplir los programas de ajuste impuestos al país helénico por la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional (FMI).
La otra opción era la izquierda radical Syrisa, de Alexis Tsipras, vista con recelo por su oposición a las medidas de austeridad (recortes al gasto y despidos) que castigan a la población y que condujeron al país a la recesión, y que en cambio exige medidas que alienten el crecimiento.
El triunfo de los conservadores griegos --quienes de algún modo son los mismos que condujeron a la actual tragedia de ese país-- tranquilizó a las corporaciones mundiales, que ven así servidos sus intereses políticos y económicos.
Y como para subrayar el yugo al que están sujetos los países bajo la égida neoliberal, el ministro alemán de relaciones exteriores, Guido Westerwelle, subrayó que "no hay forma de salir de las reformas (los programas de ajuste y austeridad impuestos)".
Grecia --dijo-- debe ajustarse a lo acordado, como lo hacen todos los demás países europeos (Italia, España, Portugal, Irlanda) que "están aplicando sus reformas con insistencia y diligencia".
Como se ve, en Grecia --como en otros países incluido México-- la discusión y la disyuntiva es la misma. Aquí el diseño que se aplica a escala global adopta el nombre de Reformas estructurales. Son --en cierto modo-- las reformas a las que alude Westerwelle, esas de las que nadie puede escapar. Es el designio.
Por cierto, la distancia electoral entre los conservadores y la izquierda griega fue de sólo 3.31 por ciento. De acuerdo con algunos observadores, la diferencia pudo haber estado en la campaña de miedo enderezada contra Syrisa, pues ante la amenaza de que con el triunfo de la izquierda se impondrían "corralitos", como en Argentina, muchos griegos sacaron su dinero de los bancos...y votaron contra sí mismos.
Para quien guste de encontrar paralelismos con la actual situación electoral mexicana, escuchemos a Zisiz Novis, un comerciante de 56 años entrevistado por la corresponsal del diario La Jornada en Atenas: "Con Nueva Democracia (la derecha) las cosas van a empeorar. Seguirá la política de la medicina que mata al enfermo (recuérdese al doctor Felipe Calderón): dos mil suicidios en los dos años recientes, escasez de medicamentos, un millón 200 mil desempleados...".
Lo dicho, Atenas es hoy el escenario, pero el libreto de la farsa es el mismo en todo el mundo.
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