viernes, 11 de noviembre de 2011
viernes, 28 de octubre de 2011
¿Qué hacer con Salinas de Gortari?
El ex presidente de México, Carlos Salinas de Gortari es, quizá, una de las expresiones más acabadas de la mediocridad y la falta de ideas de la clase política mexicana. Se trata de un hombre que ascendió en la estructura del poder favorecido por el impulso paterno, tras sus estudios en el extranjero, como fue la norma entre los hijos de funcionarios públicos mexicanos de los años 60 y 70 del siglo pasado.
Él y otros como él, hicieron realidad el proyecto de un consejero estadounidense quien sugirió no invadir México. Mejor --habría dicho-- eduquemos en nuestras universidades a sus futuros políticos y una vez imbuidos del espíritu norteamericano, ellos mismos se encargarán de arraigar nuestros valores en aquella sociedad.
Salinas de Gortari y los tecnócratas que con él llegaron al poder cumplieron cabalmente ese proyecto. Con un discurso modernizador, inició aquí la aplicación indiscriminada del nuevo modelo de acumulación capitalista encaminado a incrementar la rentabilidad del capital, mediante la liberalización del comercio mundial y la consecuente destrucción de las de las cadenas productivas, del mercado interno y de las instituciones creadas por el llamado Estado de bienestar o modelo fordista.
Ese fue el gran proyecto "modernizador" del salinato, cuyas consecuencias aún padecemos, porque ha seguido aplicándose en las administraciones panistas de Vicente Fox y Felipe Calderón. Los constantes llamados de Calderón y de su ex secretario de Hacienda y hoy gobernador del Banco de México, Agustín Carstens, para que se aprueben las llamadas reformas estructurales no son otra cosa que pasar a otra etapa dentro del mismo proyecto para concluir con el desmantelamiento del Estado.
Refundido en la ignominia y el rechazo público, Salinas ha dedicado los años recientes a promover su reinserción en la vida política del país, mediante dos vías: amparado en la cortedad de la memoria histórica de la sociedad mexicana, y mediante la escritura de libros pergueñados al amparo de la jugosa pensión de que goza como ex presidente.
Se trata de textos en los que, primero, intentó lavar su inagen y, según él, conseguido el propósito, los siguientes volúmenes que hemos padecido los mexicanos tratan temas del debate político contemporáneo.
Aunque en rigor nunca ha dejado de hacer política, Salinas pretende que ahora sólo está dedicado a "la batalla de las ideas", como lo ha dicho en entrevistas concedidas a propósito de la publicación de su librito --en más de un sentido-- ¿Qué hacer? La alternativa ciudadana.
Intenta así no ser identificado como activo partícipe en el proyecto del Partido Revolucionario Institucional (PRI) que pretende llevar a Enrique Peña Nieto a la presidencia de la República en 2012. En cambio, busca ser considerado como ideólogo, como si ese hecho no lo situara en la lucha política electoral que se avecina, pues un ideólogo lo que busca es difundir ideas que se conviertan en las concepciones dominantes. Y eso, aquí y donde sea, se llama hacer política. Como se ve, la mentira y el engaño parecen acompañar a Salinas, casi como algo consustancial.
Aun concediéndole el rango que pretende, al señor Salinas le falta, sin embargo, lo principal: las ideas. Lo que nos ofrece, en cambio, es un refrito de las consideraciones que estaban detrás de su programa social estrella: Solidaridad.
Lo que el innombrable llama la alternativa ciudadana, no significa entregar el poder al pueblo, mediante el desmantelamiento de las estructuras de dominio. La participación de la sociedad "en su propio progreso", como rezaban los promocionales de Solidaridad, sólo consiste, como en aquel programa, en que la gente en realidad asuma las responsabilidades gubernamentales en las obras de su comunidad y así vivir la apariencia de que participa, cuando en realidad lo único que hace es seguir manipulada, sin cambio en las condiciones estructurales que causan su pobreza.
Recuérdese cómo Salinas ofrecía material para la reconstrucción de guarniciones y banquetas o pintura, para escuelas, pero obligaba a que los miembros de la comunidad realizaran las obras con lo que el gobierno se ahorraba ese gasto y la comunidad era feliz "participando".
"En la democracia republicana --dice el paladín de la participación ciudadana-- los individuos se convierten en ciudadanos al participar organizados y hacer por sí mismos lo que sólo ellos pueden por su comunidad. Con esto se evita que el Estado tome en sus manos responsabilidades que sólo corresponden a los ciudadanos"
Sí, como mantener limpios y pintados sus barrios, pero alejados de los verdaderos círculos del poder donde se adoptan las decisiones que afectan a esos ciudadanos movilizados sólo en torno de las labores de mano de obra.
Como se ve, el nuevo ideólogo de la República no sólo carece de ideas que merezcan ese nombre, sino que intenta volver a engañar con el mismo truco que aplicó hace más de 25 años. Y todo para que, en realidad, nada cambie.
Él y otros como él, hicieron realidad el proyecto de un consejero estadounidense quien sugirió no invadir México. Mejor --habría dicho-- eduquemos en nuestras universidades a sus futuros políticos y una vez imbuidos del espíritu norteamericano, ellos mismos se encargarán de arraigar nuestros valores en aquella sociedad.
Salinas de Gortari y los tecnócratas que con él llegaron al poder cumplieron cabalmente ese proyecto. Con un discurso modernizador, inició aquí la aplicación indiscriminada del nuevo modelo de acumulación capitalista encaminado a incrementar la rentabilidad del capital, mediante la liberalización del comercio mundial y la consecuente destrucción de las de las cadenas productivas, del mercado interno y de las instituciones creadas por el llamado Estado de bienestar o modelo fordista.
Ese fue el gran proyecto "modernizador" del salinato, cuyas consecuencias aún padecemos, porque ha seguido aplicándose en las administraciones panistas de Vicente Fox y Felipe Calderón. Los constantes llamados de Calderón y de su ex secretario de Hacienda y hoy gobernador del Banco de México, Agustín Carstens, para que se aprueben las llamadas reformas estructurales no son otra cosa que pasar a otra etapa dentro del mismo proyecto para concluir con el desmantelamiento del Estado.
Refundido en la ignominia y el rechazo público, Salinas ha dedicado los años recientes a promover su reinserción en la vida política del país, mediante dos vías: amparado en la cortedad de la memoria histórica de la sociedad mexicana, y mediante la escritura de libros pergueñados al amparo de la jugosa pensión de que goza como ex presidente.
Se trata de textos en los que, primero, intentó lavar su inagen y, según él, conseguido el propósito, los siguientes volúmenes que hemos padecido los mexicanos tratan temas del debate político contemporáneo.
Aunque en rigor nunca ha dejado de hacer política, Salinas pretende que ahora sólo está dedicado a "la batalla de las ideas", como lo ha dicho en entrevistas concedidas a propósito de la publicación de su librito --en más de un sentido-- ¿Qué hacer? La alternativa ciudadana.
Intenta así no ser identificado como activo partícipe en el proyecto del Partido Revolucionario Institucional (PRI) que pretende llevar a Enrique Peña Nieto a la presidencia de la República en 2012. En cambio, busca ser considerado como ideólogo, como si ese hecho no lo situara en la lucha política electoral que se avecina, pues un ideólogo lo que busca es difundir ideas que se conviertan en las concepciones dominantes. Y eso, aquí y donde sea, se llama hacer política. Como se ve, la mentira y el engaño parecen acompañar a Salinas, casi como algo consustancial.
Aun concediéndole el rango que pretende, al señor Salinas le falta, sin embargo, lo principal: las ideas. Lo que nos ofrece, en cambio, es un refrito de las consideraciones que estaban detrás de su programa social estrella: Solidaridad.
Lo que el innombrable llama la alternativa ciudadana, no significa entregar el poder al pueblo, mediante el desmantelamiento de las estructuras de dominio. La participación de la sociedad "en su propio progreso", como rezaban los promocionales de Solidaridad, sólo consiste, como en aquel programa, en que la gente en realidad asuma las responsabilidades gubernamentales en las obras de su comunidad y así vivir la apariencia de que participa, cuando en realidad lo único que hace es seguir manipulada, sin cambio en las condiciones estructurales que causan su pobreza.
Recuérdese cómo Salinas ofrecía material para la reconstrucción de guarniciones y banquetas o pintura, para escuelas, pero obligaba a que los miembros de la comunidad realizaran las obras con lo que el gobierno se ahorraba ese gasto y la comunidad era feliz "participando".
"En la democracia republicana --dice el paladín de la participación ciudadana-- los individuos se convierten en ciudadanos al participar organizados y hacer por sí mismos lo que sólo ellos pueden por su comunidad. Con esto se evita que el Estado tome en sus manos responsabilidades que sólo corresponden a los ciudadanos"
Sí, como mantener limpios y pintados sus barrios, pero alejados de los verdaderos círculos del poder donde se adoptan las decisiones que afectan a esos ciudadanos movilizados sólo en torno de las labores de mano de obra.
Como se ve, el nuevo ideólogo de la República no sólo carece de ideas que merezcan ese nombre, sino que intenta volver a engañar con el mismo truco que aplicó hace más de 25 años. Y todo para que, en realidad, nada cambie.
martes, 25 de octubre de 2011
¿Bien importante o mal importante?
¿Por qué será que casi nadie parece capaz de emplear correctamente los términos "bien" y "muy"?
A cual más, lo mismo notables analistas y comentaristas que charlatanes que en la radio hacen las veces de locutores y los políticos, desde luego, incurren en el mal empleo de esos términos.
Casi no hay día en que no se escuche a alguien en la radio, la televisión e incluso por escrito, llenarse la boca, o la pluma, según sea el caso, con expresiones como: "Es bien importante que...", "Resulta bien interesante...", "Es una persona bien consciente".
La sustitución de "bien" por "muy" podrá parecer una minucia, pero sucede que no es la única, y que nos permitimos tantas licencias en tantos ámbitos de la vida que la falta de rigor se ha enseñoreado hasta convertirnos en una sociedad permisiva.
La dejadez todo lo inunda y, por esa vía, se nos han colado muchos de los males que padecemos incluidos, desde luego, nuestros gobernantes. Bien se ha dicho que cuando una sociedad se pudre lo primero que se degrada, corrompe o prostituye es el lenguaje.
La próxima vez que se sienta inclinado a utilizar el término "bien", corrobore su correcto empleo mediante esta sencilla operación: sustitúyalo por "mal". Si la frase pierde sentido significa que el término correcto que debe utilizar es "muy".
Así, la frase: "Es bien importante..." diría: "Es mal importante", lo cual carece de sentido. Debe utilizarse "muy importante" que es más precisa y con sentido lógico. La frase: "Resulta bien interesante..." diría: "Resulta mal interesante", lo cual es anómalo. Significa que la construcción correcta es: "Resulta muy interesante...". ¿Es mucho trabajo?
En cambio, "bien" está correctamente utilizado en: "Es un hombre bien informado" porque si se reemplaza por "mal", sigue siendo una frase con sentido.
A cual más, lo mismo notables analistas y comentaristas que charlatanes que en la radio hacen las veces de locutores y los políticos, desde luego, incurren en el mal empleo de esos términos.
Casi no hay día en que no se escuche a alguien en la radio, la televisión e incluso por escrito, llenarse la boca, o la pluma, según sea el caso, con expresiones como: "Es bien importante que...", "Resulta bien interesante...", "Es una persona bien consciente".
La sustitución de "bien" por "muy" podrá parecer una minucia, pero sucede que no es la única, y que nos permitimos tantas licencias en tantos ámbitos de la vida que la falta de rigor se ha enseñoreado hasta convertirnos en una sociedad permisiva.
La dejadez todo lo inunda y, por esa vía, se nos han colado muchos de los males que padecemos incluidos, desde luego, nuestros gobernantes. Bien se ha dicho que cuando una sociedad se pudre lo primero que se degrada, corrompe o prostituye es el lenguaje.
La próxima vez que se sienta inclinado a utilizar el término "bien", corrobore su correcto empleo mediante esta sencilla operación: sustitúyalo por "mal". Si la frase pierde sentido significa que el término correcto que debe utilizar es "muy".
Así, la frase: "Es bien importante..." diría: "Es mal importante", lo cual carece de sentido. Debe utilizarse "muy importante" que es más precisa y con sentido lógico. La frase: "Resulta bien interesante..." diría: "Resulta mal interesante", lo cual es anómalo. Significa que la construcción correcta es: "Resulta muy interesante...". ¿Es mucho trabajo?
En cambio, "bien" está correctamente utilizado en: "Es un hombre bien informado" porque si se reemplaza por "mal", sigue siendo una frase con sentido.
martes, 18 de octubre de 2011
Miguel Angel Granados Chapa
Al mediar la década de los 80, don Miguel Angel Granados Chapa participó con Benjamín Wong Castañeda en la fundación del periódico Punto. Un semanario que no alcanzó larga vida, pero que sirvió a los lectores del hidalguense como una tribuna más desde la cual seguir el examen de los asuntos públicos a que convocaba el periodista.
La columna que allí escribía --Interés público-- cerraba con una breve apostilla titulada "Mexicanos constructores" en la que --acaso para que valoráramos que no todo en la vida pública era deleznable ni corrupto-- hacía el elogio de quienes con su quehacer contribuyeron a forjar, en algún ámbito, la cultura de este país.
En la hora de su muerte, sobradamente puede incluírsele a él mismo como uno de esos mexicanos constructores. Lo fue porque con sus textos y su activismo político contribuyó en la formación de ciudadanía en un país en el que hasta hace apenas unos decenios los ciudadanos sólo valían en tanto clientelas partidistas
No es una cosa menor, porque para liberar una sociedad de las añagazas materiales y espirituales que la sujetan se requieren ciudadanos informados y en ejercicio intensivo de sus derechos y obligaciones. Y lo hizo sometiendo al escrutinio público los usos, abusos y prácticas gubernamentales que juzgaba contrarias al interés general, a despecho de gobiernos para los cuales la opacidad es garantía de impunidad.
Granados Chapa fue un acucioso observador de la vida pública, una conciencia vigilante que echaremos en falta, de más en más con el correr del tiempo.
Además de su valor informativo, había en sus textos y en sus alocusiones verbales con que cada mañana ejercía desde las frecuencias de Radio UNAM y desde el programa Encuentro de Radio Fórmula, una aspiración permanente por el buen decir, por la búsqueda del término preciso engarzado en un hilo discursivo impecable, a menudo enriquecido con digresiones o frases incidentales, que daban al conjunto un matiz complejo, pero disfrutable.
Acaso por ello ni aun en los textos más duros encontramos a un columnista exaltado o estridente. No, su prosa, como hija de la razón, combinaba austeridad con elegancia; peso argumentativo con una forma exterior serena y hasta comedida, lo que, a su modo, la hacía más filosa y penetrante.
Con esa misma serenidad se despidió de sus lectores el viernes 14 de octubre, con una frase en cuyo laconismo escapa un dejo de molestia e insatisfacción, acaso por tener que dejar su asiento de primera fila como observador de la realidad nacional. La puntualidad de su adiós --sólo dos días antes de su deceso-- da cuenta de que hasta el final, y pese a la enfermedad que lo consumía, mantuvo un espíritu despierto al tanto en todo momento de lo que estaba por ocurrir.
Hoy muchos se asumen como discípulos suyos aunque nunca hayan compartido un salón de clase con el autor de la Plaza Pública. No hacía falta. Su magisterio nunca precisó de aulas porque lo ejerció con su vida misma. Allí el verdadero talante de esta cumbre del periodismo y de las letras mexicanas.
jueves, 13 de octubre de 2011
Alfonso Reyes. Visión de Anáhuac
Tiénese por visión, en su
acepción religiosa, una revelación inspiradora; o, en un sentido más secular,
la representación imaginativa producida en el interior que supone la acción de
la imaginación. Todavía más simple: el punto de vista particular sobre un tema
o asunto.
Atenidos a lo anterior, digamos
que Visión de Anáhuac, de Alfonso
Reyes, es un texto más cercano a la revelación inspiradora por la exaltación
del pasado mexicano, del que resulta una percepción más bien idílica. Así, dirá
que los primeros mexicanos “Extáticos ante el nopal del águila y de la
serpiente –compendio feliz de nuestro campo—oyeron la voz del ave agorera que
les prometía seguro asilo sobre aquellos lagos hospitalarios” (p. 15).
Antes que un ensayo, quizá habría
que apuntar que se trata de un trozo poético de gran calado tejido a partir de
una prosa brillante, sobre la situación de la ciudad de México a la llegada de
los españoles y durante la conquista o “encuentro de dos mundos”, si se quiere
utilizar el eufemismo que, en ocasión del V centenario, se acuñó para exorcizar
el espíritu eurocentrista que entrañaba el término “descubrimiento”.
Y en ese canto a las
bienaventuranzas del ser mexicano, comienza Reyes por decir que nuestro suelo
constituye un “nuevo arte de naturaleza”, en el que, en una feliz metáfora, ve
al maguey como una especie que lanza “a los aires su plumero” y al nopal como
un candelabro cuyos discos han sido “conjugados en una superposición necesaria,
grata a los ojos” (p.12).
Se trata, como digo, de un texto
más cercano a la poesía que a los recovecos y tanteos que entraña el ensayo. En
cambio, en él abundan la rica descripción del paisaje, la alusión a la cultura
helenística acerca de la cual Reyes era un erudito y la evocación imaginativa y
pinturera de la casa de los dioses, del mercado y el palacio del emperador
Moctezuma.
De la primera destaca el portento
arquitectónico que significó su construcción. “Pocos pueblos –dice citando a
Humboldt—habrán movido mayores masas” (p. 19). Del mercado, recuerda que desde
entonces la venta de mercaderías estaba organizada por calles: “Hay calles para
la caza, donde se encuentran todas las aves que congrega la variedad de los
climas mexicanos…” (p.20).
Hay también calles de herbolarios
y a partir de eso Reyes traza una pormenorizada descripción de la variadísima y rica oferta de productos
que allí se expenden “por cuenta y medida”: leña, astilla de ocote, carbón,
verduras, frutas, tintes, aceites, granos, vasijas decoradas o pintadas por el primoroso
arte indígena.
Como Hemingway respecto de París,
el políglota regiomontano nos hace ver que con toda aquella actividad,
Tenochtitlán era una fiesta, pues –afirma citando esta vez a Bernal Díaz del
Castillo—“el zumbar y ruido de la plaza asombra a los mismos que han estado en
Constantinopla y en Roma” (p.21).
La descripción del palacio de
Moctezuma no es menos suntuosa ni le va a la zaga en cuanto a la abundancia de
detalles y en la exaltación de la riqueza. Tanto, que nos recuerda como, ante
el conquistador extremeño, el emperador “¿no
ha de levantar sus vestiduras para convencer a Cortés de que no es de oro?”
(p.24).
Con fino y señorial estilo, traza
Reyes el perfil acaudalado del gobernante, al que describe rodeado todo el día
por un séquito de hasta 600 servidores; su abundante y dispendiosa mesa asiduamente
ocupada por convidados; sus diversiones, placeres y pasatiempos, y hasta la
forma en que se ataviaba (“Vestíase todos los días cuatro maneras de
vestiduras, todas nuevas y nunca más se las vestía otra vez”. P. 25).
Junto con ello, el trato y la
reverencia que estaban obligados a profesarle quienes lo encontraban por la
calle en sus inusuales paseos fuera de palacio custodiado por una larga
procesión, o a quienes recibía en éste con alguna embajada o encargo. Todos
cuantos acudían a su presencia, debían hacerlo descalzados, “con la cabeza baja
y sin mirarlo a la cara” (p.25).
En esta pintura alfonsina del
Anáhuac, el pueblo no es menos feliz que
su gobernante y, para empezar, como aquél, “se atavía con brillo, porque está a
la vista de un gran emperador” y “sus caras morenas tienen una impavidez
sonriente, todas en el gesto de agradar” (p.18).
Y si en lo físico se muestra una
loable dignidad, otro tanto ocurre con el alma mexica, en cuyo lenguaje, suave,
armonioso y exento de gritos y destemplanzas, ve el poeta “una canturía
gustosa. Esas Xés, esas tlés, esas chés que tanto nos alarman escritas,
escurren de los labios del indio con una suavidad de aguamiel” (p. 18).
Acaso por ello lamenta la pérdida
de la poesía indígena mexicana, la verdadera, no la que nos ha llegado
adulterada “poco después que la vieja lengua fue reducida al alfabeto español”
(pp. 31-32).
Como en las grandes piezas
musicales concluidas por segundones tras la muerte del maestro, así aquí,
advierte Reyes el decaimiento en la parte final de algunos poemas, “y es quizá
aquella en la que el misionero español puso más la mano” (p. 35).
Una poesía en la que traslucía la
flor y el canto (flor, signo de lo noble y lo precioso), la naturaleza y el
paisaje del Valle.
Al final del texto, Alfonso Reyes
parece justificar su encendida evocación del Anáhuac al señalar que “la emoción
histórica es parte de la vida actual, y, sin su fulgor, nuestros valles y
nuestras montañas serían como un teatro sin luz” (p.36).
Como corolario, pide no negar la
evocación ni desperdiciar la leyenda, menos si éstos, como objetos de belleza
son capaces de engendrar “eternos goces”. (p. 38).
Noticia biográfica
De acuerdo con la nota biográfica
incluida por José Luis Martínez, en el tomo I de El ensayo mexicano moderno, Alfonso Reyes (Monterrey, Nuevo León,
17 de mayo de 1889-México, DF, 27 de diciembre de 1959) hizo traducibles para
el mundo nuestras mejores esencias.
Por la aguda y pródiga belleza de
su estilo, por el dominio magistral que tiene sobre todos los matices de las
letras y por la lucidez y originalidad de sus estudios y ensayos –especialmente
en el campo de la teoría literaria—Alfonso Reyes es uno de los escritores que
honran la cultura mexicana.
Tras iniciar sus estudios en
Monterrey, en 1905 los continuó en la Escuela Nacional Preparatoria.
Se graduó como abogado y participó en las empresas culturales de El Ateneo de
la juventud.
La trágica muerte de su padre, el
general Bernardo Reyes lo empujaron a Europa a mediados de 1913. Tras una
estancia de 13 años en aquel continente en el que ocupó puestos diplomáticos, a
principios de 1939 regresó a México donde preside La Casa de España que luego de
transformó en El Colegio de México.
Bibliografía
Reyes, Alfonso (2004). Visión de Anáhuac y otros ensayos.
México: FCE (Col. Conmemorativa 70 aniversario).
Martínez, José Luis (2001). El
ensayo mexicano moderno I. México: FCE (Letras mexicanas).
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