viernes, 1 de febrero de 2013

Pemex: la hipótesis del atentado

El estallido registrado la tarde de ayer en el edificio B2 de la Torre de Petróleos Mexicanos (Pemex) dará lugar a muchas conjeturas, y acaso la única firme que puede formularse en estos momentos es que nunca sabremos la verdad, por lo menos oficialmente.

Tras la confusión inicial, ayer el gobierno federal siguió los pasos de los manuales de comunicación para casos de crisis: estableció un férreo control en la zona y definió un vocero único --el secretario de Gobernación Miguel Ángel Osorio Chong-- para evitar la cascada de versiones diferentes o encontradas y la consiguiente percepción de incapacidad o falta de control gubernamental. La estrategia tuvo un ajuste esta mañana, cuando quien se enfrentó a los medios en una conferencia de prensa fue el director de la paraestatal, Emilio Lozoya Austin, ausente durante las primeras horas de la tragedia por encontrarse, se dijo, en un viaje por Asia.

Acaso la medida obedeció a la necesidad de evitar que se generalizara la percepción de falta de liderazgo por estar el principal responsable de la empresa ajeno a la crisis que la afecta. De cualquier forma, el hijo de su papá, el salinista Emilio Lozoya Thalmann, se dedicó a balbucear lugares comunes ("la empresa y los trabajadores saldremos fortalecidos de esta situación"), anunció que no habrá desabasto de gasolinas y se negó a "especular" sobre las posibles causas del percance, aunque en una entrevista posterior con Primero Noticias de Televisa, pudo haber incurrido en el desliz de aceptar que todo se debió a un "accidente", cuando tanto el secretario de Gobernación, como el propio Enrique Peña Nieto habían sido muy cuidadosos la víspera en evitar el uso de términos que pudieran causar alarma.

Las primeras versiones de que se habría tratado de la explosión de una caldera, han sido desmentidas por quienes afirman que en ese edificio no existen tales por tratarse de un inmueble administrativo; en seguida se ha sugerido la idea de que allí se resguardan contratos finales que habrían buscado destruirse ante los recientes escándalos de corrupción en la paraestatal.

Un hecho notorio ocurrió alrededor de las 10 de la noche cuando rescatistas, trabajadores y personal de seguridad salieron en estampida de la zona de desastre en que se encontraban. Se dijo que se encontró una bomba, aunque en la conferencia de prensa nocturna Osorio Chong refirió que la alarma se debió a que una parte del tramo siniestrado había terminado de colapsarse.

Sin embargo, Francisco Santana, reportero de Televisa, dijo al aire a Joaquín López Dóriga que miembros del Erum, de bomberos y de la Cruz Roja señalaron que su apresurada salida del lugar siniestrado no se debió a la caída de alguna estructura, sino que fueron desalojados por el ejército, cuyos mandos afirmaron que a partir de ese momento ellos se encargarían del trabajo en la zona.

Sea de ello lo que fuere, una certeza se va imponiendo en la percepción general: si se trató de un atentado, la sociedad nunca lo sabrá. Una característica de los gobiernos priistas es que gustan de cuidar las formas y guardar las apariencias, de modo que sus gobiernos nunca parezcan estar en crisis.

Un atentado revelaría dos cosas igualmente catastróficas para ellos: la evidencia de que no gozan del consenso unánime que pretenden mostrar mediante simulaciones como el Pacto por México y que son vulnerables ante grupos que ante la cerrazón de las llamadas vías institucionales optan por manifestarse soterradamente mediante acciones violentas como la ocurrida.

Si las investigaciones revelaran indicios de atentado, el hecho nunca sería conocido por la opinión pública para evitar la percepción de un gobierno débil y con un poco eficaz aparato de seguridad interior ante enemigos invisibles, pues en México, a diferencia de lo que ocurre en otras latitudes, este tipo de ataques no son reivindicados por ningún grupo, lo que en cierto modo deja espacio al discurso gubernamental de que todo está bajo control...aunque sepan que no. Veremos.



 


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