Las últimas cuatro décadas la historia del mundo ha sido una: la lucha de las sociedades contra la imposición neoliberal. Éste ha prevalecido pese al evidente fracaso intelectual de la teoría económica dominante, fundada, como hemos dicho en un post anterior, en supuestos sin sustento en la realidad. El principal --en palabras de Robert Skidelsky, el notable biógrafo de John Maynard Keynes-- en creer que su sistema económico es perfecto porque todos los agentes participantes disponen de información perfecta acerca del futuro, lo cual es evidentemente absurdo.
La causa principal de la presente crisis --sostiene el historiador-- se encuentra en el fracaso intelectual de la economía. Fueron las ideas equivocadas de los economistas las que legitimaron la desregulación de las finanzas que causó el desastre posterior. Es difícil transmitir el daño que ha hecho esta escuela dominante hasta hace poco.
Pocas veces con anterioridad --remata nuestro autor-- ha habido mentes tan brillantes dedicadas a ideas tan extrañas. La más disparatada, la que propugna que todos los participantes en el mercado tienen creencias correctas acerca de lo que pasará a los precios en un futuro infinito. Eso no es otra cosa que el elefante de las expectativas racionales que los economistas se tragaron, afirma.
Esa ideología es precisamente la que ha estado detrás de los fracasados programas gubernamentales aplicados en México desde que en 1982 llegó al poder Miguel de la Madrid y con él, el grupo de economistas formados en esas teorías: Carlos Salinas de Gortari, Pedro Aspe, Ernesto Zedillo, Herminio Blanco, Guillermo Ortiz, Santiago Levy, entre otros.
La siguiente generación, incluidos los panistas Vicente Fox y Felipe Calderón, y ahora Luis Videgaray y el equipo económico alrededor de Enrique Peña Nieto, han sido y son fieles seguidores de las teorías económicas derrotadas por la realidad de una crisis que todavía no han sido capaces de explicar, y de la que no han podido salir porque no saben cómo hacerlo.
En los últimos 30 años México ha estado en manos de economistas de medio pelo adoctrinados en teorías que seguramente no entienden, pero que aplican dócilmente por el compromiso que adquirieron con los centros de poder estadounidense que los impusieron en los cargos de mando que desempeñaron.
No es casual por ello que de los cinco más recientes presidentes de México, incluido el actual, cuatro hayan sido impuestos por la fuerza mediante fraudes electorales, monumentales y evidentes en los casos de Salinas de Gortari, Calderón y Peña Nieto. Era preciso que fuera así.
A despecho de las supuestas formas democráticas del mundo libre (eufemismo con el que EUA designa a los países bajo su égida), era preciso imponerlos para que cumplieran el designio del exterior: abrir nuevos espacios de rentabilidad para el capital trasnacional, mediante el despojo de la riqueza nacional vía el programa privatizador conocido como reformas estructurales.
Merced a ese proceso ya se apoderaron de los bancos, de la minería, la electricidad --casi 60% de la energía que general el país es producida por particulares-- la producción agrícola, y ahora van por la joya de la república: la riqueza petrolera.
Una evidencia incontrastable del fracaso de las políticas neoliberales la aportó el pasado 29 de julio el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) al informar que en México 53.3 millones de personas (45.5% de la población) viven en la pobreza.
Pero si se suprimen los criterios de medición que introdujo la nueva metodología oficial a partir de 2008 (acceso a la alimentación, salud, seguridad social, educación, vivienda) y sólo se considera el ingreso, entonces esa cifra aumenta a 61.4 millones de pobres hasta 2012, es decir, más de la mitad de la población (52.3%).
Este es el saldo de 31 años de economía neoliberal y reformas estructurales: La imposición --mediante fraudes electorales-- de un sistema económico igualmente fraudulento que mantiene al país estancado y a su población empobrecida.
Esto lo sabe muy bien Luis Videgaray Caso, el secretario mexicano de Hacienda. Pero a él le pagan por jurar que el rey va vestido. Y en plena aceptación de ese papel lacayuno sale a decir:
"Sólo con la aprobación de más reformas estructurales, como la energética y la hacendaria, México podrá generar crecimientos económicos mayores que permitan a millones de mexicanos salir de la pobreza" (La Jornada, 30/VII/2013, p. 11). ¿Se dan ustedes cuenta?
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domingo, 4 de agosto de 2013
miércoles, 31 de julio de 2013
México, reformas y expectativas racionales
La crisis del mundo actual, incluido desde luego México, tiene un nombre: crisis de la razón. Esta derrota del "deber ser" tiene su raíz en el sistema económico que es la base de la irracional organización política y social que nos ha conducido al caos actual.
Se trata de un fenómeno de larga data. Ya en 1936, al fijar los fines de la Teoría Crítica (Escuela de Francfort), Herber Marcuse hacía notar que la vida está organizada de tal modo que el destino de los individuos depende del azar y de la ciega necesidad de incontroladas relaciones económicas y no --como debía ser-- de la programada realización de las posibilidades humanas.
En efecto, esas "incontroladas relaciones económicas" condujeron a la crisis financiera que inició en 2008 y cuyos efectos seguimos padeciendo en términos de desempleo, bajos salarios, hambre, pobreza, desigualdad, inseguridad y muerte.
Esa crisis fue producto de un engaño monumental que superó todos los límites de la razón y la inteligencia humanas y que sin embargo pudo imponerse merced a un arreglo institucional que incluyó gobiernos, instituciones académicas, universidades, economistas, empresas, inversionistas, especuladores e instituciones como la Fundación Nobel.
El engaño consistió en sostener que los mercados son naturalmente eficientes, que se autorregulan y que cualquier desequilibrio es rápidamente compensado sin la intervención de agentes externos, específicamente, sin la intervención del Estado.
Paradójicamente el modelo teórico que sustentó esta falacia se denomina Hipótesis de las Expectativas Racionales (HER), y Robert Lucas recibió el Nobel de Economía por sus "contribuciones" al desarrollo de estos modelos.
Esta hipótesis parte de un despropósito irracional: que mediante complejos modelos matemáticos es posible predecir el futuro y que la incertidumbre acerca del mismo puede ser suprimida. En otras palabras: que es posible estimar el riesgo futuro de cualquier inversión a partir de la información del presente y de las estadísticas del pasado, pues para eso existe la tecnología que permite ese tipo de modelaciones. Toda predicción así obtenida es válida e infalible.
Supone, además, que todos los agentes económicos usan en forma racional toda la información disponible del presente y del pasado para calcular si una inversión les puede reportar pérdidas o ganancias futuras. Y dado que todos buscan el máximo beneficio nadie actuará contra sus propios intereses mediante comportamientos irracionales que provoquen una crisis en el sistema.
De estos supuestos falsos se desprendió la falacia a la que aludimos: la Teoría del Mercado Eficiente (TME), según la cual los mercados se autorregulan, pues dada su racionalidad, ningún agente incurriría conscientemente en un riesgo nocivo y, si así ocurriera, el resto lo penalizaría y emprendería las acciones correctivas para devolver su homeostasis --estabilidad-- al sistema.
En ese mundo perfecto creado por los economistas de Chicago a los que pertenece Milton Friedman, las crisis económicas son impensables, pues tendrían que ser producto de hechos que no han ocurrido antes; es decir, de cosas que no existen en el pasado de donde se extrapolan los datos para predecir el futuro. Si no existieron ayer, tampoco existirán mañana, parece ser el razonamiento.
Pero como apunta Carlos Obregón (La crisis financiera mundial, Siglo XXI, México, 2011) la razón básica de la quiebra de un banco como Leheman Brothers --que desató el vendaval en 2008-- fue que la volatilidad de los mercados no se comportó como nada que se hubiera visto antes. Es decir, la realidad no se ajustó al modelo y "el riesgo resultó ser algo distinto de lo que habían descrito los diversos premios nobel que lo estudiaron".
En ese sentido --continúa Obregón-- Frank Knight y John Maynard Keynes tuvieron razón. Éste postuló una teoría de la incertidumbre según la cual el futuro no podía ser inferido a partir del pasado y por ello era necesaria la regulación de los mercados.
Knight, por su parte, definió el riesgo como incertidumbre no probabilística, como lo que se desconoce. Ese, decía, es el tipo de riesgo que caracteriza el futuro. Por tanto, no hay manera de modelarlo, como pretendían los Chicago boys.
Lo verdaderamente trágico de la Hipótesis de las Expectativas Racionales (HER) y todo el edificio de la teoría económica dominante que se construyó sobre esa base, es que fue parte de un engaño de unos economistas que lograron engañar al mundo.
Como ha escrito Robert Skidelsky (El regreso de Keynes, Crítica, Barcelona, 2009), la HER se planteó como solución a un problema abstracto: ¿Qué condiciones de conocimiento se requerirían para que los mercados fueran perfectamente eficientes? ¿Por qué habrían de querer los economistas que los mercados fuesen perfectamente eficientes? Porque, dirían ellos, tales mercados mejoran los resultados económicos (maximizan las ganancias).
"Si sabemos lo que es un milagro económico --escribe Robert Lucas, el creador de la HER---tendríamos que ser capaces de hacer uno". Y, en efecto, se avocaron a producir ese mundo platónico de eficiencia perfecta, para lo cual requerían de premisas inventadas, sin sustento en la realidad, pero que eran las que producirían su famoso milagro económico. Como se ve, un puro voluntarismo desprovisto de toda lógica.
Es verdad que casi todo el mundo material que conocemos existió antes en la idea o en la imaginación de alguien. Pero su concreción no fue producto de un capricho o de supuestos o herramientas abstractas. Incluso la teoría de la relatividad general de Einstein, si bien fue resultado sólo de cálculos mentales, debió ser corroborada con datos de la experiencia sensible.
Otro tanto puede decirse de la física cuántica, cuyos postulados muchas veces desafían nuestro sentido común, pero que han dado lugar a desarrollos tecnológicos que no hubieran sido posibles si no fuera cierto que la naturaleza subatómica se comporta de manera tan sorprendente, si sus inexplicables efectos hubieran sido producto sólo de la agitada mente de alguien, como nuestros inventores de la economía neoliberal.
Lo malo de todo esto es que estas teorías económicas, pese a su desprestigio por los reveses que ha recibido de parte de la realidad, sigan vigentes en países como México. Aquí las reformas estructurales que impulsa el gobierno de Enrique Peña Nieto están basadas en estos supuestos falaces de las expectativas racionales.
La reforma laboral plantea que si los empresarios no tienen que pagar altas primas de liquidación, entonces contratarán alegremente más trabajadores con lo que el desempleo se reducirá; la reforma financiera supone que si los bancos pueden embargar legalmente y rápido a sus deudores, entonces se animarán a dar mayores créditos, con lo que la economía crecerá; la reforma energética postula que si se enajena la renta petrolera a las compañías extranjeras, entonces habrá una inversión enorme que permitirá el crecimiento del país.
Todos esos supuestos que animan los argumentos oficiales no están fundados en otra cosa que en la fracasada hipótesis de las expectativas racionales. Se trata de teorías que ya han causado demasiados daños en el mundo, pero aquí nos las siguen vendiendo como la panacea que nos sacará del atraso.
Se trata de un fenómeno de larga data. Ya en 1936, al fijar los fines de la Teoría Crítica (Escuela de Francfort), Herber Marcuse hacía notar que la vida está organizada de tal modo que el destino de los individuos depende del azar y de la ciega necesidad de incontroladas relaciones económicas y no --como debía ser-- de la programada realización de las posibilidades humanas.
En efecto, esas "incontroladas relaciones económicas" condujeron a la crisis financiera que inició en 2008 y cuyos efectos seguimos padeciendo en términos de desempleo, bajos salarios, hambre, pobreza, desigualdad, inseguridad y muerte.
Esa crisis fue producto de un engaño monumental que superó todos los límites de la razón y la inteligencia humanas y que sin embargo pudo imponerse merced a un arreglo institucional que incluyó gobiernos, instituciones académicas, universidades, economistas, empresas, inversionistas, especuladores e instituciones como la Fundación Nobel.
El engaño consistió en sostener que los mercados son naturalmente eficientes, que se autorregulan y que cualquier desequilibrio es rápidamente compensado sin la intervención de agentes externos, específicamente, sin la intervención del Estado.
Paradójicamente el modelo teórico que sustentó esta falacia se denomina Hipótesis de las Expectativas Racionales (HER), y Robert Lucas recibió el Nobel de Economía por sus "contribuciones" al desarrollo de estos modelos.
Esta hipótesis parte de un despropósito irracional: que mediante complejos modelos matemáticos es posible predecir el futuro y que la incertidumbre acerca del mismo puede ser suprimida. En otras palabras: que es posible estimar el riesgo futuro de cualquier inversión a partir de la información del presente y de las estadísticas del pasado, pues para eso existe la tecnología que permite ese tipo de modelaciones. Toda predicción así obtenida es válida e infalible.
Supone, además, que todos los agentes económicos usan en forma racional toda la información disponible del presente y del pasado para calcular si una inversión les puede reportar pérdidas o ganancias futuras. Y dado que todos buscan el máximo beneficio nadie actuará contra sus propios intereses mediante comportamientos irracionales que provoquen una crisis en el sistema.
De estos supuestos falsos se desprendió la falacia a la que aludimos: la Teoría del Mercado Eficiente (TME), según la cual los mercados se autorregulan, pues dada su racionalidad, ningún agente incurriría conscientemente en un riesgo nocivo y, si así ocurriera, el resto lo penalizaría y emprendería las acciones correctivas para devolver su homeostasis --estabilidad-- al sistema.
En ese mundo perfecto creado por los economistas de Chicago a los que pertenece Milton Friedman, las crisis económicas son impensables, pues tendrían que ser producto de hechos que no han ocurrido antes; es decir, de cosas que no existen en el pasado de donde se extrapolan los datos para predecir el futuro. Si no existieron ayer, tampoco existirán mañana, parece ser el razonamiento.
Pero como apunta Carlos Obregón (La crisis financiera mundial, Siglo XXI, México, 2011) la razón básica de la quiebra de un banco como Leheman Brothers --que desató el vendaval en 2008-- fue que la volatilidad de los mercados no se comportó como nada que se hubiera visto antes. Es decir, la realidad no se ajustó al modelo y "el riesgo resultó ser algo distinto de lo que habían descrito los diversos premios nobel que lo estudiaron".
En ese sentido --continúa Obregón-- Frank Knight y John Maynard Keynes tuvieron razón. Éste postuló una teoría de la incertidumbre según la cual el futuro no podía ser inferido a partir del pasado y por ello era necesaria la regulación de los mercados.
Knight, por su parte, definió el riesgo como incertidumbre no probabilística, como lo que se desconoce. Ese, decía, es el tipo de riesgo que caracteriza el futuro. Por tanto, no hay manera de modelarlo, como pretendían los Chicago boys.
Lo verdaderamente trágico de la Hipótesis de las Expectativas Racionales (HER) y todo el edificio de la teoría económica dominante que se construyó sobre esa base, es que fue parte de un engaño de unos economistas que lograron engañar al mundo.
Como ha escrito Robert Skidelsky (El regreso de Keynes, Crítica, Barcelona, 2009), la HER se planteó como solución a un problema abstracto: ¿Qué condiciones de conocimiento se requerirían para que los mercados fueran perfectamente eficientes? ¿Por qué habrían de querer los economistas que los mercados fuesen perfectamente eficientes? Porque, dirían ellos, tales mercados mejoran los resultados económicos (maximizan las ganancias).
"Si sabemos lo que es un milagro económico --escribe Robert Lucas, el creador de la HER---tendríamos que ser capaces de hacer uno". Y, en efecto, se avocaron a producir ese mundo platónico de eficiencia perfecta, para lo cual requerían de premisas inventadas, sin sustento en la realidad, pero que eran las que producirían su famoso milagro económico. Como se ve, un puro voluntarismo desprovisto de toda lógica.
Es verdad que casi todo el mundo material que conocemos existió antes en la idea o en la imaginación de alguien. Pero su concreción no fue producto de un capricho o de supuestos o herramientas abstractas. Incluso la teoría de la relatividad general de Einstein, si bien fue resultado sólo de cálculos mentales, debió ser corroborada con datos de la experiencia sensible.
Otro tanto puede decirse de la física cuántica, cuyos postulados muchas veces desafían nuestro sentido común, pero que han dado lugar a desarrollos tecnológicos que no hubieran sido posibles si no fuera cierto que la naturaleza subatómica se comporta de manera tan sorprendente, si sus inexplicables efectos hubieran sido producto sólo de la agitada mente de alguien, como nuestros inventores de la economía neoliberal.
Lo malo de todo esto es que estas teorías económicas, pese a su desprestigio por los reveses que ha recibido de parte de la realidad, sigan vigentes en países como México. Aquí las reformas estructurales que impulsa el gobierno de Enrique Peña Nieto están basadas en estos supuestos falaces de las expectativas racionales.
La reforma laboral plantea que si los empresarios no tienen que pagar altas primas de liquidación, entonces contratarán alegremente más trabajadores con lo que el desempleo se reducirá; la reforma financiera supone que si los bancos pueden embargar legalmente y rápido a sus deudores, entonces se animarán a dar mayores créditos, con lo que la economía crecerá; la reforma energética postula que si se enajena la renta petrolera a las compañías extranjeras, entonces habrá una inversión enorme que permitirá el crecimiento del país.
Todos esos supuestos que animan los argumentos oficiales no están fundados en otra cosa que en la fracasada hipótesis de las expectativas racionales. Se trata de teorías que ya han causado demasiados daños en el mundo, pero aquí nos las siguen vendiendo como la panacea que nos sacará del atraso.
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