viernes, 16 de enero de 2009

Fuego amigo


El embajador de México en Estados Unidos, Arturo Sarukhán, escuchó atónito la pregunta: "Algunos análisis de inteligencia dicen que la violencia desenfrenada y la corrupción gubernamental en México lo han convertido en un Estado fallido. ¿qué opina de eso?"

Esa entrevista, junto con otros materiales dedicados a nuestro país, se incluyeron en la edición de diciembre de la revista Forbes, cuyo artículo de portada reza: El desmoronamiento mexicano.

En algunos círculos de opinión de aquí, ese y otros pronunciamientos recientes del stablishment estadounidense se interpretan como una campaña con miras a propiciar una mayor injerencia en las decisiones que se adoptan de este lado de la frontera, ante lo que se considera el fracaso de la batalla contra el narcotráfico.

A su vez, el stablishment mexicano respondió en voz de uno de sus representantes mejor posicionados. El historiador Enrique Krauze se queja de lo que considera una "falsa e injusta visión" (Reforma 11/I/09), pero lo hace de una manera falaz.

"La defensa de nuestra imagen" que intenta Krauze asombra por su absoluta falta de rigor. Pero importa desmenuzarla porque refleja una visión y acaso un proyecto que no comparten las mayorías empobrecidas de este país, y porque ese desencuentro entre la percepción de las élites domésticas y la de sus gobernados constituye la principal causa de debilidad del país ante el narcotráfico y las ambiciones del vecino del Norte.

Dice Krauze que tenemos el mérito de haber construido en sólo dos décadas una economía abierta, diversificada y parcialmente moderna, pero que --añadamos nosotros-- destruyó cadenas productivas, entregó el control de la banca nacional al agio internacional y arruinó el campo.

Lo de economía diversificada es otro mito, por decirlo con palabras que no ofendan al pudor, pues en el documento Situación y perspectivas para la economía mundial 2009, la ONU señala que México será muy afectado por su liga con Estados Unidos, tanto, que su economía podría decrecer este año 1.2 por ciento.

Eleva Krauze al rango de "hazaña" (¡oh, sí!) el haber logrado una "aterciopelada" transición democrática, como si de ese material sedoso hubieran sido las balas disparadas en las matanzas, aún impunes, de Acteal y Aguas Blancas, amén de las que cegaron la vida de decenas de opositores asesinados durante el salinato.

Basado más en recursos retóricos que en realidades establece que el país de la alquimia electoral creó el IFE, como si no hubiera sido ese instituto y su incondicionalidad al poder el responsable de que se perdiera la concordia nacional de que ahora se lamenta el historiador.

En su alegre recuento señala que el país de la transa y la corrupción introdujo una ley de transparencia, como si con ella hubieran desaparecido mágicamente tales vicios. Pasa por alto el vendedor de las biografías del poder que México sigue mal calificado en los principales índices internacionales de corrupción, como Amnistía Internacional, Global Integrity y el Barómetro de las Américas.

El tierno candor que transpira Krauze recuerda la ciega confianza de los criollos novohispanos en la ley, de la cual hace mofa Jorge Ibarguengoitia en Los pasos de López. Como si para cambiar la realidad bastara con redactar un documento y firmarlo.

El país de la dictadura perfecta, añade el escritor, instauró las más amplias libertades cívicas, como si ignorara los frecuentes ataques a la libertad de expresión (apenas ayer el ayuntamiento panista de Guanajuato anunció que multará con mil quinientos pesos a quienes sean sorprendidos besándose en la vía pública. Y en un tic de hipocrecía apenas disimulado, el presidente nacional del PAN, el mismo que hace poco proclamó la consigna de guanajuatizar a México, no le quedó más que salir a los medios para tratar de desmarcarse de esa iniciativa).

Krauze parece adscribirse a la filosofía del "haiga sido como haiga sido" cuando en su texto trata de matizar los "éxitos" del país de un plumazo: bueno, todo esto se logró no sin "sobresaltos, injusticias, errores y excesos".

Lo que llama, en fin, la atención en el texto del columnista de Reforma es su intento de envolverse en la bandera nacional para emprender la defensa de un gobierno profundamente antinacionalista que aceptó la ayuda estadounidense mediante la estrategia intervencionista denominada Iniciativa Mérida para el combate al narcotráfico y al crimen organizado.

Como se sabe, en octubre de 2007 la administración Bush incluyó esos recursos como un anexo a su propuesta de gastos adicionales para las intervenciones en Irak y Afganistan, con lo que tácitamente se considera que el grado de conflictividad en los tres países es similar. No se protestó por ese hecho entonces. Y ahora se llaman a sorpresa porque en los círculos de poder estadounidense se cataloga al país como un Estado débil y fracasado.

Al referirse al narcotráfico Krauze se queja de que sea, entre otras cosas, una guerra sin ideología. El señalamiento tiene mucho de paradójico. Proviene de alguien que frecuentemente descalifica a los críticos del oficialismo porque atribuye a sus reclamos tintes ideológicos.

La única ideología de los narcotraficantes es el dinero. Están dispuestos a matar y morir por él. Son prácticos, como le gusta a Krauze que sean los opositores. Son, en ese aspecto, un producto del capitalismo. Así que el fenómeno no puede condenarse y a la vez dejar intactos o hacerse de la vista gorda acerca de los fundamentos del sistema que les insufla vida. Sería como tratar de erradicar un virus dejando vivas las cepas que lo producen.

Hoy mismo (viernes), La Jornada publica un reporte del Comando Conjunto de las Fuerzas de Estados Unidos que insiste en colocar a México al lado de Pakistán como dos estados grandes e importantes que estarían ante "la posibilidad de un colapso rápido y repentino".

El informe añade una amenaza nada velada: "Cualquier descenso de México al caos demandará una respuesta estadounidense basada únicamente en las serias implicaciones para la seguridad de la patria (Estados Unidos)".

Nadie puede celebrar que estas situaciones se estén produciendo. Pero Krauze, como historiador, debe saber que cualquier país o movimiento fracasa sin una base social amplia que lo respalde. El señor Calderón carece de ese sustento. Malo para el país que así sea.

Hacia el final de su defensa Krauze considera que la frase bíblica formulada por Lincoln parece destinada a nosotros: "una casa dividida contra sí misma no puede sobrevivir". En efecto, sólo que la unidad debe siempre tener un sustrato de justicia e igualdad no sólo jurídicas, sino reales.

A propósito de sentencias bíblicas, nada mejor que concluir con otra que el señor inaugurador de encuentros clericales familiares y sus adláteres deberían releer: "Quien turba su casa heredará el viento".




martes, 13 de enero de 2009

Secretos

Si un pueblo está en condiciones de comprender el significado de la persecusión, el dolor de ser refugiado perpetuo y la humillación del desprecio, ese es el pueblo judío. Y sin embargo, Ahora somete a similares horrores al pueblo palestino.

¿Qué juega en favor de ese comportamiento? Hace dos décadas el periodista estadounidense Ralph Schoenman publicó La historia oculta del sionismo (Veritas press, 1988), un libro en el que, mediante documentos personales y oficiales de los protagonistas, revela lo que ha sido el sionismo y su insospechado papel como aliado del holocausto nazi.

El sionismo, como ideología que reclama para sí el derecho a un hogar nacional judío en Palestina y que aún hoy guía al gobierno de Tel Aviv, surgió en 1897 con la fundación de la Organización Sionista Mundial en Basilea, Suiza. No se trataba de un típico movimiento de colonización, sino de exterminio del pueblo palestino, basado --qué paradoja-- en el racismo y la pureza de sangre.

De acuerdo Israel Shanak, presidente de la Liga Israelí de Derechos Humanos y Cívicos, citado por el autor, antes de 1948 había 475 pueblos árabes en Palestina y para 1988 había sólo 90. Los israelíes habían exterminado a trescientos ochenta y cinco.

En una reunión con estudiantes del Instituto Tecnológico de Israel, Moshé Dayán, ministro de Defensa y posteriormente de Asuntos Internacionales, se ufanaba del hecho: "En lugar de pueblos árabes hemos levantado pueblos judíos. Ni siquiera sabéis los nombres de esos pueblos y no os lo reprocho porque esos libros de geografía ya no existen. Ni los libros ni los pueblos existen tampoco".

Acaso la mayor sorpresa del libro es la conexión que revela entre sionismo y nazismo. Afirma que los ideólogos del sionismo se han envuelto en el sudario de los seis millones de judíos que cayeron víctimas del asesinato masivo nazi.

Sin embargo, afirma que la cruel y amarga ironía estriba en que el movimiento sionista haya colaborado con el más acérrimo enemigo que jamás tuvieron los judíos. Y todo por una profunda afinidad ideológica entre ambos movimientos y que tiene su raíz en el extremado chovinismo que comparten.

Schoenman explica que la colaboración del sionismo con los alemanes durante los años 30 obedeció a la obsesión del movimiento por poblar Palestina y arrebatársela a los árabes.

Feivel Polkes, un agente de la milicia sionista informó en 1937 a Adolf Eichmann, responsable del transporte de deportados a los campos de concentración alemanes: "Los círculos nacionalistas judíos estuvieron muy complacidos por la política radical alemana, puesto que con ella la fuerza de la población judía en Palestina crecería de modo que en un futuro previsible los judíos lleguen a tener superioridad númerica sobre los árabes".

Cuando Estados Unidos y países de Europa Occidental intentaron cambiar sus leyes de inmigración para asilar a los judíos perseguidos, los propios sionistas sabotearon esos esfuerzos. Calculaban que si los judíos de Europa se salvaban, querrían ir a cualquier parte y eso no ayudaba a su objetivo de conquistar Palestina.

El sionismo buscaba cuerpos con los que colonizar y prefería millones de cadáveres judíos a cualquier rescate que pudiese llevarlos y asentarlos en otra parte.

Así los judíos sionistas abandonaron a su suerte agonizante a los judíos que no pertenecían a ese movimiento.

El autor sostiene que los sionistas necesitaban la persecusión de los judíos para convencerlos de que se convirtieran en colonizadores de Palestina y necesitaban a los perseguidores para patrocinar la empresa.

Pero la judería europea nunca mostró interés en colonizar Palestina. El sionismo fue siempre un movimiento marginal entre los judíos que aspiraban a vivir en los países donde nacieran libres de discriminación o a escapar de la persecusión emigrando a las democracias occidentales percibidas como más tolerantes.

La matanza de judíos dio al sionismo una gran autoridad moral "para considerar con calma el éxodo de los árabes...(puesto que) herr Hitler ha reforzado la popularidad de los traslados de población", escribió Vladimir Jabotinsky, ideólogo del sionismo, en su obra El frente de guerra judío, citado por Schoemann.

El 11 de enero de 1941 Isaac Shamir, quien fuera primer ministro israelí en los años 80, propuso un pacto entre la Organización Militar Nacional (sionista) y el Tercer Reich nazi, conocido como Documento de Ankara por haber sido descubierto tras la guerra en los archivos de la embajada alemana en Turquía.

Proponía que "la evacuación de las masas judías de Europa sólo puede ser posible y completa mediante el asentamiento de esas masas en el hogar del pueblo judío, Palestina..."

El pacto sugería que el establecimiento "de un estado judío sobre bases nacionales y totalitarias, atado por una alianza al Reich alemán, podría ser de interés...para una futura posición alemana de poder en Oriente Próximo". A cambio, ofrecía "participar activamente en la guerra al lado de Alemania".

Véase cómo buscaron una alianza con los asesinos de su propia raza, no sólo porque el Tercer Reich parecía lo bastante fuerte como para ayudar a imponer una colonia judía en Palestina, sino porque las prácticas nazis concordaban con los presupuestos sionistas, como se puede ver en el Documento de Ankara que habla de establecer un estado en Palestina sobre una base "totalitaria", señala Schoemann.

A la luz de los datos que ofrece la obra aquí comentada puede entenderse mejor el nuevo genocidio que el estado sionista de Israel sigue cometiendo contra el pueblo palestino. En realidad está actuando como siempre lo hizo. El discurso del antisemitismo, disparado contra todo aquel que critique el proceder israelí, no es más que, según el autor, una ironía salvaje que permite a los sionistas cubrirse con el manto colectivo del holocausto.

domingo, 11 de enero de 2009

Id por el mundo...


El señor Felipe Calderón --quien hace de presidente del estado mexicano laico-- gusta de las reminiscencias bíblicas en sus presentaciones públicas. A las bienaventuranzas que nos recetó en el "funeral de Estado" de su amigo Juan Camilo Mouriño, agregó ahora una encomienda cuasi apostólica para los cónsules y embajadores del país.

El viernes pasado en Palacio Nacional los instruyó a id por el mundo a expandir la buena nueva de que "México es un Estado pleno y funcional".

En el lenguaje críptico que suelen emplear los políticos mexicanos, la frase constituye una inequívoca alusión a quienes empiezan a preguntarse si no gobierna un Estado fallido.

El concepto, hay que recordarlo, fue introducido por Noam Chomsky en su libro Failed states: the abuse of power and the assault on democracy (2008).

Un estado deja de ser viable (es fallido) cuando tiene un gobierno central débil (Calderón aún lucha contra el fantasma de su ilegitimidad), cuando pierde el control de su territorio o el monopolio del uso de la fuerza (en algunos casos el narco cuenta con mayor poder de fuego que el propio ejército mexicano); cuando deja de proteger a sus ciudadanos contra la violencia (véanse los índices de inseguridad e impunidad), o se encuentra inmerso en la corrupción o el crimen (aquí los principales cuerpos de seguridad están infiltrados como empieza a demostrarse).

Más aún: de acuerdo con el índice de estados fallidos 2008 que publicó el think tank estadounidense Fund for Peace (www.fundforpeace.org), México ocupa el lugar 105 entre 177 países, lo que lo coloca por segundo año consecutivo en la categoría de estados en riesgo, sólo abajo de los que ya están en alerta.

Por si esto no bastara, a fines del año pasado la Secretaría de la Defensa Nacional reconoció lo que todo mundo empieza a percibir: que el narcotráfico ha puesto en riesgo la viabilidad del país (Milenio 11/28/08).

Con esos datos juzgue el lector de qué lado estamos más cerca, si de ser funcionales o fallidos.

El señor Calderón pidió también al cuerpo diplomático decir en el extranjero que aunque sorprende y preocupa el número de muertes que se han producido aquí estos años, "están clara e indisolublemente vinculadas a la lucha que los grupos criminales mantienen entre sí por territorios que vienen perdiendo y por el debilitamiento de sus estructuras".

La realidad vuelve a desmentirlo. Los criminales no se matan sólo entre ellos. Durante la primera semana de mayo de 2008, sicarios presuntamente contratados por el Cártel de Sinaloa ejecutaron en la capital del país a las tres piezas clave en la lucha contra la delincuencia organizada.

Con sólo unas horas de diferencia el 1 de mayo fueron asesinados Roberto Velasco Bravo (director de Crimen organizado, de la Dirección General de Análisis Táctico de la Policía Federal) y Aristeo Gómez Martínez (director de la Jefatura del Estado Mayor, de la Secretaría de Seguridad Pública Federal). La madrugada del 8 de mayo fue ejecutado Edgar Millán Gómez, coordinador de Seguridad Regional de la Policía Federal.

Se trató de tres colaboradores del primer círculo del secretario de Seguridad Pública Genaro García Luna, en lo que fue interpretado por diversos analistas como un desafío directo del narcotráfico contra el gobierno de Calderón.

A ello podría añadirse el atentado del 15 de septiembre en Morelia en contra de civiles y el perpetrado los primeros días de 2009 contra las instalaciones de Televisa-Monterrey.

La afirmación presidencial preocupa porque si cree realmente lo que dice, significa que está enfrentando un problema delicadísimo, con un enfoque muy distorsionado de la realidad. Si se trata de una versión de un político que trata de engañar a la opinión pública, resultará un esfuerzo inútil y costoso: pondrá en evidencia el talante poco honorable del jefe de esos diplomáticos-apóstoles.

Monsivaiana

El gobernador del Banco de México, Guillermo Ortiz, dijo que es optimista el escenario de crecimiento cero previsto para este año por el secretario de Hacienda, Agustín Carstens. En estos días de mensajes positivos de año nuevo, ambos funcionarios podrían revisar el nuevo aforismo de Carlos Monsiváis:

"No te dejes matar por el pesimismo, mejor déjate aniquilar por la inutilidad de tu optimismo".











viernes, 9 de enero de 2009

Tramitología

No se sabe si con autocrítica o cinismo, el gobierno mexicano convocó a un concurso para determinar el trámite más inútil. Ayer se premió a los ganadores.

¿Era esto necesario? Todo mundo sabe que enfrentar una diligencia en oficinas públicas significa perder tiempo y entrar a un mundo donde el sentido común ha sido secuestrado. Lo sabe el propio gobierno. Su obligación es actuar y no lo hace. En vez de eso convierte sus ineficiencias en asuntos anecdóticos.

La apuesta es suavizar y manipular la crítica. Hacerla "amable", anticorrosiva, mientras el problema persiste. Acaso por ello el periodista Jacobo Zabludovsky editorializó ayer la nota en siete lacónicas, lapidarias palabras: "el trámite más inútil es el concurso".

martes, 6 de enero de 2009

Israel y los estados canalla


La ofensiva emprendida por Israel sobre el territorio palestino de Gaza pone de nuevo en entredicho la eficacia del derecho, las convenciones internacionales, como la de Ginebra, y en particular de la Organización de Naciones Unidas para detener el inhumano ataque contra la población de esa región.

De poco sirve contar con instrumentos jurídicos ante estados forajidos o canallas, como los llamó Noam Chomsky, que no respetan el orden internacional amparados en su fuerza y, en el caso de Israel, cuando son apoyados por la mayor potencia del orbe, Estados Unidos, el primer país en violar el derecho internacional cuando considera que sus intereses no son bien servidos.

El conflicto en el Cercano Oriente se remonta al año 71 de nuestra era cuando los israelitas fueron arrojados de Palestina, su tierra, por lo romanos. Tras la primera guerra mundial gran cantidad de israelíes diseminados por Europa regresaron gradualmente a Palestina, a la sazón posesión británica, con la esperanza de crear un hogar nacional judío. Como era natural los árabes instalados allí reaccionaron con hostilidad ante la idea de crear un Estado judío en el territorio que consideraban su patria.

La segunda guerra mundial intensificó el problema. Miles de judíos fugitivos de Hitler arribaron a Palestina dispuestos a luchar por su hogar nacional tras el exterminio sufrido por su raza a manos de los nazis.

Luego de varias guerras el Estado de Israel se proclamó el 15 de mayo de 1948. El conflicto quedó delineado desde entonces y era previsible: El nuevo Estado se fundó sobre un territorio ocupado por hombres de otra lengua, otra cultura y distinta filiación religiosa, los cuales fueron expulsados masivamente del lugar.

Los árabes palestinos quedaron en minoría y reducidos a la condición de refugiados en la margen occidental y en la franja de Gaza, pero dispuestos a luchar, a su vez, por recuperar su patria.

Desde luego que la creación del Estado de Israel pudo ser posible merced al apoyo de potencias europeas, como Inglaterra, cuyas vías de comunicación comercial tenían como centro el dominio del Canal de Suez.

La colonización judía de Palestina le procuraba una barrera física contra la posible amenaza del Canal por parte de Turquía. Tras la segunda guerra mundial los ingleses perdieron importancia en la región. Estados Unidos los sustituyó como potencia protectora.

Los intereses occidentales por el control del petróleo y vías de comunicación en la región han tenido su parte en el conflicto. De ahí el apoyo que Israel recibe en muchas de sus incursiones militares contra los palestinos.

A la luz de lo anterior, cualquier mortal puede concluir que la solución del conflicto pasa por el reconocimiento de una comunidad binacional judeo-israelí y árabe-palestina, puesto que en Palestina viven esos dos pueblos.

También es preciso el abandono israelí del programa sionista, es decir, de las estructuras coloniales en las zonas ocupadas por los palestinos desde 1967, y del cual derivan la discriminación y represión de que son objeto.

Esto es capital porque allanaría el camino del reconocimiento árabe a un estado israelí no sionista que los sojuszga actualmente y, del lado judío, contribuiría a superar el miedo traumático a un nuevo exterminio, el cual ha sido utilizado por los políticos israelíes como motor del sionismo y para mantener el deseo de excluir a los árabes.

En tanto eso no ocurra, continuará la política israelí de exterminio de palestinos que se manifiesta en recurrentes y cruentas ofensivas, como la iniciada el pasado 27 de diciembre. Lo peor es que el mundo carece de los medios para impedirla. Ante los estados canalla, entre los que Israel parece sentirse cómodo, no hay nada que hacer, salvo discursos, pero éstos no evitan la muerte de la población indefensa.

La comunidad de naciones debe ya buscar un nuevo arreglo institucional para suplir a la cada vez más decorativa ONU. Es necesario un alguacil eficaz ante los forajidos que asolan el condado mundial.