No time to stop and think, the only hope is the next drink
Malcom Lowry
Allá en Mexicali, o sea, en la "antesala del Infierno" trabajé como corrector de galeras en dos diarios "cachanillas": La voz de la frontera y El Centinela. Corregí rollos enteros de papel de las 8:00 a las 12:00 y de las cuatro de la tarde hasta las dos de la mañana.
Terminar los trabajos en un periódico hasta altas horas de la noche o, si se quiere, hasta las primeras horas del día siguiente era cosa normal. No sólo en la "provincia", también en la Ciudad de México.
Y lo era porque ni capturistas ni correctores trabajábamos con la hoy muy cómoda computadora. Una nota daba vueltas y vueltas y uno, como corrector, la llegaba a leer hasta cinco veces, y si se trataba de un Editorial, hasta más.
Y si se publicaba con algún error o con alguna errata llegaba la notificación: "Suspendido" por tres días. En mi caso aprovechaba la suspensión para largarme a embriagar y asolearme en la playa de San Felipe, que en 1986 era un pueblo pesquero. Una hermosura. Ya no lo es más. O me paseaba por ese paisaje extraterrestre que es La Rumorosa, que ya había cobrado muchas vidas.
Pues bien, de leer y corregir estupideces me llegaba a aburrir tanto y me quitaba tanto el sueño que al final de la jornada acudía a la "casa del periodista", o sea, al Gato negro, un bar con putas enclavado en la zona de tolerancia, algo así como el Paraíso Perdido de los hastiados.
Para mí no era un salón de baile nada más. Era la pista donde todos nos quitábamos la máscara de intelectual, o de "ciudadano bien informado", o de editorialista, o de analista, o de reportero, o de periodista gráfico, o de capturista o de corrector.
Allí entrábamos en iguales condiciones y salíamos en las peores condiciones posibles. Cual debe ser.
Como el poeta francés Arthur Rimbaud, yo me arrastraba por entre los callejones y "saludaba al Sol, rey de fuego". Bueno, en realidad lo maldecía. ¿Sabe alguien lo que es vivir con 50 grados de temperatura encima? ¿Y crudo? ¿Y tremendamente desvelado? ¿Y así, comenzar a corregir notas a las 8 de la mañana?
Y aunque uno jura y perjura cosas como: "no lo vuelvo a hacer, ya me voy a portar bien, voy a sentar cabeza", vuelve uno a caer en la telaraña del Eterno Retorno de las Cosas Todas.
Supongo que esas recaídas se deben a que, eso sí, se conoce a mucha gente interesante. De todo hay en la Alameda de la Desolación, como cantaba Bob Dylan. Por ejemplo, cuando fui corrector de galeras en el desaparecido periódico El Nacional, allá en la colonia Tabacalera de la ciudad de México (donde hoy está Milenio Diario), la "casa del periodista" era el Salón Palacio, que ahí sigue, y al que rinde homenaje Carlos Martínez Rentería en La Jornada, pues así bautizó su columna semanal.
Allí, en esa cantina, conocí y "conbebí" con don Manuel Blanco, alcohólico él, quien desde su columna titulada "Ciudad perdida" presagiaba la decadencia del oficio periodístico. Muchas veces criticó, de manera oral y escrita, "la figura de aquellos que se presentan como periodistas y son únicamente simuladores, no obstante que anden con traje, sean recibidos en oficinas de prensa, les hagan llegar el boletín, los inviten a foros, congresos y a universidades, usen los medios para sentirse importantes y tener aduladores a su lado.
Ese viejo cronista sabía lo que escribía.
Para mi fortuna, nunca he tenido que disfrazarme de traje y corbata. Me parece una ridiculez. Vengo de un ambiente más semejante a aquel en el que "los periodistas iban por la vida con su libreta y su pluma, para luego meterse a un café o a una cantina a discutir cosas de su trabajo, a platicar sobre sus limitaciones económicas siempre presentes, de los cambios sociales que debieran producirse o de los libros que leían".
No me acuerdo quien escribió ese entrecomillado. Fue Víctor Roura o Jorge Meléndez, quienes también tomaron clases de periodismo en el Salón Palacio, con Manuel Blanco.
Uno de ellos, tampoco me acuerdo quien o cual, escribió que, a diferencia de los periodistas "chick" de hoy en día, "aquellos entregaban en la mesa de redacción trabajos impecables, notas que le apostaban a una gran precisión en el lenguaje escrito".
Y eso es cierto. Me consta. Hasta me hicieron menos aburrida la labor de corregir "galeras".
Esta es la segunda entrega de las desmemorias, que desde Querétaro comparte con los lectores de Contadero el periodista Ramón Martínez de Velasco (ramavel@hotmail.com)
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