martes, 8 de febrero de 2011

Carmen Aristegui



Carmen Aristegui se ha convertido en la periodista más incómoda y asediada de nuestro país. Polémica, inteligente, punzante, incisiva, es la segunda vez en el actual sexenio que es echada de un noticiario.

En enero de  2008 salió de Hoy por hoy de W Radio en virtud del proceso de "renovación y actualización" de la estación, según comunicó la propia empresa, en ese lenguaje impoluto y neutral con el que en este país se pretende siempre ocultar motivos políticos inconfesables.

Esta vez los dueños de MVS noticias adujeron violaciones a un fantasmal código de ética de la estación que, por definición, debiera ser conocido por todo el auditorio, pero que (but of course) nadie ha visto nunca. Por casualidad --preguntemos de paso-- ese código ¿no incluye, como también debiera, un apartado sobre el derecho a la información de la audiencia, violado sin más por la radiodifusora?

A Carmen Aristegui se le acusa de dar calidad noticiosa a un rumor sobre las presuntas aficiones etílicas de quien gobierna desde esa casona a la que la maledicencia popular ya ha rebautizado como Los Vinos.

Si se revisa la emisión correspondiente, se verá que no fue así. La periodista lo que hizo fue pedir que se aclarara oficialmente de una vez por todas si esa especie es cierta o no. No se trata de un asunto menor, ni fue un ataque a la vida privada de nadie, pues como dijo la propia comentarista, en todas las democracias modernas, la salud de quien está a cargo de las más delicadas decisiones de un país es un tema de interés público y no --agregamos nosotros-- de seguridad nacional como pretenden hacerlo ver los intereses que aún regentean nuestro aldeanismo.

¿No acaso fue la propia Hillary Clinton --como nos lo ha hecho saber Wikileaks-- quien al asumir su cargo como Secretaria de Estado de EUA, pidió informes sobre cómo influye el estres de Calderón en su toma de decisiones? ¿O si éste era un pensador o un simple burócrata? Si a una funcionaria extranjera le importan ese tipo de datos es porque en su aparente nimiedad resultan trascendentales ¿Por qué los mexicanos deberíamos ignorarlos?

En todo caso el episodio pone en evidencia, con meridiana claridad lo que ya se sabe: que la nuestra no es una democracia, que la tal transición no fue más que una impostura y que, en consecuencia, la figura presidencial no puede ser objeto y debe seguir vedada al escrutinio público, acaso porque encarna  el entramado de privilegios, intereses y corruptelas en que se resume eso que aquí se llama sistema político y al que hay que defender a muerte.

Y como no hay crimen perfecto, las huellas de quienes indujeron el cese de Aristegui no tardaron en aparecer. Alejandra de la Sota, vocera de la presidencia se apresuró a "aclarar" que no habían interferido en la decisión. Que a ellos MVS sólo les había avisado. ¿Por qué debía hacerlo? ¿Por qué MVS, en una inusual conducta, tenía que notificar a Los Pinos el cese de uno de sus conductores de la barra de noticias?

En realidad son muchos los poderes fácticos para los que Carmen Aristegui resulta una comunicadora molesta y que en esta hora deben estar celebrando la decisión.

Por lo pronto está fuera del aire uno de los pocos espacios que escapaban al férreo control que Calderón ha decidido imponer a la sociedad mexicana de cara a su próxima operación política destinada a mantener la presidencia, lo cual incluye no sólo la presencia del ejército en las calles, sino la aniquilación de quienes pudieran ser obstáculo en ese objetivo, llámense Andrés Manuel López Obrador (a quien se pretende disminuir vía las alianzas y pactos con los chuchos y con Marcelo Ebrard), o los medios electrónicos que cedan espacios a la crítica, vía la amenaza del retiro o no refrendo de concesiones, o los medios impresos, atados por el manejo a discreción de la publicidad oficial.

Por lo demás, la pregunta sigue en pie: "¿Tiene o no problemas de alcoholismo el presidente de la república?"

martes, 1 de febrero de 2011

¿En qué creen los mexicanos?

La Encuesta Mundial de Valores (WVS, por sus siglas en inglés) de 2005-2007 mostró algunos hallazgos interesantes acerca de los valores y creencias básicas de los mexicanos, las cuales es preciso revisar por sus implicaciones políticas de cara a los próximos comicios presidenciales y en el contexto de la estrategia de shock aplicada por Felipe Calderón con el pretexto de su guerra contra el narcotráfico.

Con los resultados de la WVS, Ronald Inglehart --profesor de Ciencia Política en la Universidad de Michigan y coordinador mundial de la Encuesta-- y Christian Wenzel trazaron un mapa cultural del mundo (Modernization, Cultural Change and Democracy. New York, Cambridge University Press, 2005: p.64 based on the World Values Survey).

 Se trata de un cuadrante construido a partir de dos ejes: en el vertical se ordenan los valores tradicionales (religión, respeto a la autoridad, familia y nacionalismo) y los valores seculares-racionales.

El eje horizontal se divide en valores de supervivencia (escasez, bajo sentido de bienestar subjetivo, seguridad física y fisiológica) y valores de autoexpresión (calidad de vida, libertad, autonomía, derechos de las personas). La siguiente gráfica ilustra cómo se distribuyen los países en ese mapa de acuerdo con sus valores.

Los países ubicados arriba a la derecha son las democracias avanzadas, en las que predominan los valores secular-racionales y de autoexpresión. Los países más pobres se ubican abajo a la izquierda; son sociedades tradicionales en las que predomina la cultura de la escasez (valores de sobrevivencia).

Para mayor abundamiento, la división entre valores tradicionales y valores seculares-racionales refleja el contraste entre sociedades en las cuales la religión es muy importante y aquellas en las cuales no lo es. Un amplio rango de otras orientaciones se relacionan con esta dimensión de valores.

Por ejemplo, las sociedades más cercanas al cuadrante de los valores tradicionales enfatizan la importancia de la relación padres-hijos, la deferencia hacia la autoridad, la familia tradicional y rechazan el divorcio, el aborto, la eutanasia y el suicidio. Estas sociedades tienen altos niveles de orgullo nacional y de nacionalismo. En cambio, las sociedades con valores seculares-racionales tienen preferencias opuestas en todos estos renglones.

Inglehart encontró evidencia de que la orientación cambió de valores tradicionales a secular-racionales en casi todas las sociedades industrializadas.

Por otra parte, las sociedades con valores de autoexpresión dan alta prioridad a la protección ambiental, toleran la diversidad y plantean demandas como la participación en la toma de decisiones en la vida política y económica. Estos valores también reflejan una gran tolerancia hacia grupos marginales como los migrantes, gays, lesbianas y respecto por la equidad de género.

Todo lo anterior va acompañado de un elevado sentido de bienestar subjetivo que conduce a una atmósfera de tolerancia, confianza y moderación política. Esto, a su vez, produce una cultura en la que la gente aprecia la libertad individual y la autoexpresión, que son precisamente los atributos que la literatura sobre cultura política define como cruciales para la democracia.

En el mapa cultural del mundo, México se ubica como una sociedad tradicional, aunque más orientada a los valores de autoexpresión, casi al mismo nivel que otros países sudamericanos y en el mismo cuadrante que Estados Unidos, aunque éste menos tradicional y más autoexpresivo.

El investigador Alejandro Moreno, del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM), elaboró un mapa cultural específico de México, a partir de la referida Encuesta Mundial de Valores y de la encuesta de valores Banamex 2003 (Véase "El cambio en los valores y las creencias de los mexicanos: proyectando la trayectoria futura" en México 2010. Hipotecando el futuro, Érika Ruiz Sandoval, editora, Taurus, México, 2010).

En ese mapa, Moreno encuentra que entre 1981 y 1990 los valores de los mexicanos dieron un vuelco: se alejaron de los valores tradicionales hacia los valores propios de la modernidad, pero de 1990 a 2005, y señaladamente a partir de 1996, la orientación cambió nuevamente hacia los valores tradicionales.

El autor explica que este movimiento refleja un aumento principalmente en tres indicadores: los mexicanos dan más importancia a Dios en su vida personal, crece el nacionalismo y se manifiesta mayor deferencia hacia la autoridad.

Si se revisan los hechos de ese periodo se verá que son los años de crisis política y económica; los años en que los valores de la globalización trastocaron todos los referentes del ciudadano común. En efecto, en 1994 ocurrieron en México dos magnicidios (los asesinatos del candidato del PRI a la presidencia de la república, Luis Donaldo Colosio, y de quien se perfilaba como el líder de la mayoría priista en el Congreso, José Francisco Ruiz Massieu).

Antes, en el primer minuto de ese año se registró el levantamiento armado del EZLN en Chiapas, lo cual azoró a una sociedad que creyó superada la etapa de los movimientos armados. Todavía más: al inicio de 1995 y como producto del llamado "error de diciembre" el país vivió una de sus más crudas crisis económicas de su historia. Cientos de trabajadores perdieron su empleo y otros tantos vieron desaparecer en minutos un patrimonio forjado en años.

Acusiada por todos estos hechos, algunos de ellos inéditos, la sociedad mexicana experimentó una regresión hacia los valores tradicionales. ¿Cómo se explica este fenómeno? Por el hecho de que en momentos de crisis y desajustes, en vez de tratar de modificar el estado de cosas para superar las causas de los problemas, la gente tiende a rechazar los cambios. Se torna más conservadora.

Al no encontrar salidas o soluciones a sus problemas cotidianos se aferra a su fe religiosa y, paralelamente, se vuelve más respetuosa de la autoridad establecida. El fenómeno ha sido corroborado a escala continental.

En Lo que queda de la izquierda (Taurus, 2010), libro que escribió y coordinó con Jorge G. Castañeda, Marco A. Morales se sorprende de que en los años 90 del siglo pasado, los latinoamericanos se reorientaran ideológicamente hacia la derecha, en una década en que vivieron la crisis del peso en México (1994-95), la crisis asiática (1997), la rusa (1998) y sus catastróficos efectos en la región.

Como ha hecho notar el psicólogo social John Jost, citado por el propio Morales, investigaciones recientes han encontrado un fuerte respaldo a la noción de que los individuos tienden a volverse más conservadores y a identificarse con la derecha cuando enfrentan amenazas extremas o se encuentran en situaciones de crisis.

Este es el resultado de la necesidad psicológica de los individuos para enfrentar la incertidumbre y la amenaza. Si este es el caso, apunta Morales, los latinoamericanos debieron ser menos conservadores una vez que estas condiciones de crisis política, económica y social fueran aminorando.

Coincidentemente, añade, eso es justamente lo que se observó durante la primera mitad de esta década. De ahí que los latinoamericanos hayan optado por gobiernos de izquierda. Es decir, superada la emergencia y con otra perspectiva pudieron optar por gobiernos menos conservadores.

Aunque en cuestiones sociales es difícil acogerse a determinismos, bien podría conjeturarse --a la luz de la evidencia disponible-- que el estado de shock en que se encuentra actualmente la sociedad mexicana, a causa de la crisis económica, así como la confusión y el terror inducidos por la guerra de Calderón contra el narcotráfico y el crimen organizado, con sus secuelas de sangre, muerte, violencia y atropello a los derechos humanos, bienm podría estar acentuando la regresión de la sociedad hacia posturas políticas e ideológicas más conservadoras.

Y acaso ese sea uno de los "efectos colaterales" buscados por el establishment en México: que el miedo inhiba los cambios, como no sean los cambios cosméticos (el PRI en vez del PAN, por ejemplo).

Desde esa perspectiva, opciones electorales reformistas, como la que encarna el movimiento ciudadano de Andrés Manuel López Obrador (considerada como vociferante y radical) no tendría oportunidad de triunfo en 2012, pues millones de electores --indigentes ideológicos y materiales, además de amedrentados por la inseguridad-- optarían por acogerse a lo que juzgan como seguro: el viejo PRI, la otra cara de la derecha en el poder, o por una izquierda light, que resulte de una eventual alianza entre el PAN y el PRD.

En ese sentido puede afirmarse que si la campaña sucia y de miedo que se enderezó contra AMLO en 2006 fue de unas semanas, ahora se ha extendido todo un sexenio con el ejército en las calles.

En un contexto como el descrito, la estrategia electoral y el discurso de la izquierda en 2012 deberá tener en cuenta el factor de los valores (para entonces ya estarán disponibles los resultados de la Encuenta Mundial de Valores 2010) y la subjetividad de los mexicanos. Si se abandonara o descuidara este aspecto de la contienda podrían lamentarlo.

La derecha y los poderes fácticos que la acompañan están muy al tanto de estos factores. No en balde, entre los proyectos de Televisa para este año --según adelantó Emilio Azcárraga Jean el pasado 24 de enero en el noticiario de Joaquín López Dóriga-- figura la difusión de una serie de cápsulas en las que se pondrán de relieve "nuestras tradiciones", empezando por la fiesta de la Candelaria en Tlacotalpan, Veracruz.

Véase el cóctel de ingredientes: tradición y religiosidad por un lado; confusión y miedo por otro: la pinza perfecta con la que el conservadurismo intentará imponerse en 2012.

viernes, 28 de enero de 2011

Televisa y Wikileaks

Es bien sabida la red de protección informativa que tiende Televisa en favor de quien en México encabeza la pirámide del poder formal: el presidente de la república. Esa protección se traduce en términos prácticos en una operación de desinformación en contra de una vasta porción de televidentes que tienen a ese como el único medio de relación con el mundo.

En televisa se puede criticar a diputados y senadores, gobernadores, partidos políticos, líderes sindicales, pero nunca al Presidente, acaso porque su figura encarna el gran acuerdo de gobernabilidad conformado por todo el entramado de intereses, privilegios, impunidades y corruptelas tejidos alrededor de los poderes fácticos y el grupo hegemónico del que forman parte y que en conjunto se conoce como sistema político.

El tácito acuerdo pactado por quienes mandan en el país de mantener intocada la figura presidencial se cumple diariamente en los noticieros del duopolio televisivo (que incluye a TV Azteca) y notoriamente en el espacio nocturno de Joaquín López Dóriga.

Las revelaciones de Wikileaks de miles de despachos de la diplomacia estadounidense, dadas a conocer el pasado mes de noviembre han incluido algunas notas sobre México. Ninguna de esos contenidos ha sido formalmente desmentido ni por la cancillería de EUA ni por los funcionarios mexicanos involucrados, incluido el propio Felipe Calderón.

Lo que revelan esas filtraciones son datos duros, hechos noticiosos que sin embargo no han sido valorados como tales por Televisa que no los ha dado a conocer en su noticiero estrella.

El auditorio de la televisora no sabrá que Calderón, contraviniendo lo dispuesto por la Constitución, solicitó la intervención extranjera (EUA) para pacificar Ciudad Juárez, Chihuahua. Tampoco sabrá que al asumir como jefa de la diplomacia estadounidense, Hillary Clinton solicitó informes sobre cómo afecta el nivel de estrés las decisiones de Calderón o si éste era un hopmbre de ideas o un simple burócrata.

Tampoco sabrán el modo como Calderón conspira junto con EUA en contra de algunos regímenes de latinoamérica o que su guerra contra el narcotráfico adolece de un aparato de inteligencia confiable, por lo que no su acción es ineficaz y casi siempre tardía.

Nada de eso existe porque la consigna es proteger a Calderón, blindarlo porque esos consorcios saben que al hacerlo se blindan ellos mismos y sus negocios.

martes, 25 de enero de 2011

Clinton en México



La visita de unas horas que realizó ayer a México la secretaria de Estado norteamericana Hillary Clinton fue una visita para la galería, sí, pero también plagada de signos. En el entramado de mensajes cifrados y simbólicos que constituyen la compleja maquinaria con que Estados Unidos ejerce su dominio sobre el mundo importan mucho las formas.

Así, para la jefa de la diplomacia estadounidense era una asignatura pendiente, tras las revelaciones de Wikileaks --aunque primero lo hizo en Asia y Europa a fines del año pasado, como para dejar en claro en donde están sus prioridades-- externar personalmente y de cara a la comunidad internacional un claro apoyo a la guerra contra el narcotráfico que lleva a cabo en México Felipe Calderón.

Lo anterior sobre todo después de los memorandums diplomáticos revelados por WikiLeaks, en los que se exponen duras críticas de EUA a la descoordinación con que el ejército y la marina enfrentan el problema, a la falta de un aparato de inteligencia eficaz y a las claras muestras de debilidad, incapacidad y entreguismo dadas por el propio Calderón al solicitar la intervención de ese país para pacificar Ciudad Juárez.

La intervención pública de Hillary Clinton no podía sino ser un espaldarazo inequívoco a la guerra que Calderón desarrolla aquí, entre otras cosas porque se trata de una guerra ordenada, diseñada y planeada por el propio país del Norte, aunque operada aquí por un ineficaz Calderón.

Se trata, como han señalado entre otros el periodista Carlos Fazio, de una estrategia de doble vía: una guerra para regular el control de las rutas y los mercados de la economía criminal y, a la vez, una guerra de contrainsurgencia y de control político-social militarizado, local, regional y nacional, aderezada con una estrategia encaminada a generar confusión y terror en la población, mientras que por otro lado se avanza en la privatización silenciosa de la electricidad, el petróleo, las telecomunicaciones y otros recursos estratégicos.

Por eso está en el interés de EUA seguir en esa estrategia de consolidación de su dominio sobre el territorio mexicano, de ahí que Clinton se declare fan de Calderón y enzalce su supuesto liderazgo, de ahí también su nada velado anuncio de que sin importar qué partido gobierne en 2012 la estrategia debe continuar, y de ahí, en fin, su cuassi orden de que pese a los costos "no hay otra alternativa".

Así pues, su presencia ayer aquí tuvo un triple propósito, en ese orden: enviar un mensaje a los cárteles que disputan las ganancias, legales e ilegales, de las trasnacionales estadounidenses, acerca de que continuará la guerra por mercados y rutas; reforzar la maltrecha figura de Calderón ante el ciudadano común que cada vez cree menos en el panista; y apaciguar un poco la incomodidad que causaron en Los Pinos las revelaciones de Wikileaks.

sábado, 15 de enero de 2011

La izquierda en América Latina



Ya desde el propio título --Lo que queda de la izquierda (Taurus, 2010)-- el libro escrito y coordinado por Jorge G. Castañeda y Marco A. Morales, resulta una descalificación anticipada a los partidos, movimientos y gobiernos de América Latina que se inscriben en ese flanco del espectro político.

En realidad, el volumen constituye un alegato en favor del capitalismo democrático liberal y de quienes desde la izquierda se avienen a sus dictados y en contra de la izquierda "vociferante" que propugna por un cambio de ese modelo.

En ese contexto hay una permanente predisposición crìtica y hasta denigratoria contra la llamada izquierda vieja, radical y tradicional que busca modificar las relaciones sociales preconizadas por el capitalismo, dentro de la cual se identifica a países como Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua, cuyos proyectos se hacen ver como inviables, casi una locura.

En cambio, se alaba lo que se identifica como izquierda moderna (Brasil, Chile, Uruguay), aquella que para ser viable como gobierno se alinea a los valores neoliberales, la que abdica de su ideología para asimilarse al mundo real; la que se adapta al sistema, acepta sus reglas, entra al juego de intereses y que, por eso mismo ha resultado exitosa.

Tales son las coordenadas en que se inscriben los 11 ensayos del volumen escritos por autores como José Merino, Patricio Navia, David Altman y los propios Castañeda y Morales, entre otros.

Todos los autores se sienten cómodos con las izquierdas reformistas, las que se pliegan al dominio del mercado, las que emprenden modificaciones, pero sin exceder los límites del neoliberalismo. Aquellas que ponen el énfasis en disminuir la desigualdad y la pobreza, las que aplican programas sociales sin pretender modificar el esquema de dominación establecido por la globalizción imperante, que han renunciado a "estridencias" como el nacionalismo y que además se llevan pragmáticamente bien con Estados Unidos (Cfr. p. 215).

Jorge Castañeda lo resume de este modo: "Si la izquierda de la región persevera en el camino de la sensatez y moderación, de la democracia y el mercado, de la inserción en el mundo real y del rechazo a las quimeras tropicales --en obvia referencia a Hugo Chávez, Andrés Manuel López Obrador y a Raúl y Fidel Castro-- puede contribuir enormemente a ese cambio del mundo real" (p.13).

Y sin embargo, la animadversión personal --diríase enfermiza-- del ex secretario mexicano de Relaciones Exteriores contra la izquierda de todo signo lo conduce a la mofa y al escarnio.

Por un lado, se burla de la izquierda que se ha plegado al capitalismo y sus reglas para llegar y mantenerse en el poder.

Escribe: "Ninguna de las izquierdas exitosas en América Latina hoy pretende hacer la revolución, y todas por tanto violan el apotegma castrista: 'El deber de todo revolucionario es hacer la revolución'.

"Si para llegar al poder la izquierda debe abdicar de su obligación de hacer la revolución, ¿qué acaso no abdica al mismo tiempo de su deseo y compromiso de reducir...la desigualdad...?

"...renunciar a la revolución no equivale a aceptar sumisamente el estado permanente de las cosas?" (p. 11)

Al mismo tiempo, desacredita y denosta a la izquierda que no acepta "sumisamente el estado permanente de las cosas" y que se propone desterrar al capitalismo. Esto por no respetar los valores democráticos, lo cual equivale a abandonar el modelo democrático liberal para darle poder directamente al pueblo.

Así, la postura de Castañeda ante la izquierda se parece mucho a aquel silogismo igualmente condenatorio que propugnaba:
Si la Biblioteca de Alejandría guarda entre sus libros al Corán, hay que quemarla por inútil (porque otras bibliotecas también lo tienen). Y si no tiene el Corán, entonces hay que quemarla, por impía.
Derrotado por la evidencia de que más de la mitad de los países de Latinoamérica --dos tercios de la población-- están gobernados por la izquierda, Castañeda no tiene otra opción que reconocer que esa tendencia política, "que muchos creían (entre ellos él mismo, por supuesto) al borde de la extinción al día siguiente de la caída de Berlín (sic), se encuentra, a primera vista, gozando de muy buena salud" (p. 284).

No obstante, se apresura a aclarar que ello no significa que la población que eligió esos gobiernos haya dado un vuelco hacia la izquierda. Antes bien, esgrime una explicación a la vez cínica y tranquilizadora para conciencias como la suya y para el statu quo capitalista, de cuyos intereses es un claro aliado y defensor.

Con el fin de la Guerra Fría --explica-- Estados Unidos ya no tenía motivos para temer el desarrollo del socialismo en la región que desafiara su seguridad nacional. Y por lo tanto tampoco había razones "para impedir que la izquierda se convirtiera en una fuerza política legítima.

"Era natural --prosigue-- que el ejercicio democrático en una región plagada de pobreza e inequidad llevara al poder a partidos con una propensión neta a atender esos problemas" (p. 36).

En todo caso, sostiene que no hay peligro para los intereses capitalistas, pues los gobiernos de izquierda que buscan una transformación de fondo son sólo cuatro (Ecuador, Bolivia, Nicaragua y Venezuela), y en los primeros dos casos --celebra-- "la transformación ha sido modesta".

"Pero incluso si consideramos a Bolivia y Ecuador como naciones donde se haya en marcha una 'revolución', se trata, en tres de los cuatro casos, de naciones muy pequeñas, empobrecidas y de escasa proyección regional".

Aparte de los fantasmas con que parece luchar denodadamente Castañeda, el volumen se completa con estudios de caso en que se revisan las condiciones que han llevado al poder y las políticas seguidas una vez en él por los partidos de izquierda en Brasil, Chile, Uruguay, Venezuela y Perú, y se revisa la evolución de la izquierda en México.

El historiador estadounidense John Womack Jr, escribió en el prefacio de su libro Zapata y la revolución mexicana: "Este es un libro acerca de unos campesinos que no querían cambiar y que, por eso mismo hicieron una revolución".

Parafraseándolo, algo similar podría afirmarse de este trabajo de Jorge G. Castañeda: Esta es la historia acerca de un intelectual mexicano que odiaba y temía a la vez, el avance de la izquierda en el continente y que, para exorcisarlo, escribió este libro.