lunes, 12 de abril de 2010
Iglesia canalla
Con un ánimo altanero y condenatorio, distanciadísimo del testimonio de salvación y humildad que pregona, la Arquidiócesis de México afirmó que quienes vaticinan el inminente fin de la Iglesia morirán antes de ver cumplidos "sus malévolos deseos", pues la institución "sigue siendo la gran propuesta para la renovación de la humanidad".
Resulta curioso comprobar el uso acomodaticio que los prelados mexicanos dan a la muerte. De acuerdo con su evangelio, ésta no es más que el paso necesario para la salvación eterna, pues como todas las religiones, su oferta principal es esa: la resurrección cuyo símbolo mayor es el sacrificio del crucificado.
Menos piadosa que el credo que dice profesar, la jerarquía católica mexicana esgrime la muerte como castigo
contra aquellos que se han empeñado en investigar y dar a la luz pública los casos de pederastía en que han incurrido sus ministros del culto --hay tres mil acusaciones en los últimos 50 años, según ha reconocido el propio Vaticano-- así como el encubrimiento cómplice que, de acuerdo con múltiples indicios, alcanza a Juan Pablo II a punto de ser elevado a los altares, y al propio Papa Ratzinger.
En el editorial de su órgano de información semanal Desde la fe, que imprime Mario Vázquez Raña y se distribuye los domingos mediante los diarios de la Organización Editorial Mexicana de la que aquél es propietario, la Arquidiócesis se queja de que todos los medios de comunicación arrojan la piedra sin conmiseración contra una iglesia pecadora, en un linchamiento social sin derecho a juicio, sin oportunidad de réplica, sin ninguna concesión, sin distinguir en absoluto a los culpables de los inocentes.
Ese tipo de admoniciones muestran la hipocrecía de los actos de contricción de Benedicto XVI y aquí de Norberto Rivera Carrera en relación con la pedofilia practicada y encubierta por ellos mismos de diversos sacerdotes. Pese al daño que han causado en las vidas de quienes fueron abusados, la Iglesia cree que es bastante con reconocer tardíamente esos atropellos, sin ningún tipo de resarcimiento y que todo debería quedar ahí.
La persecusión de que se dice víctima, no es más que el ánimo social, manifiesto en muchas partes del mundo, por llegar a los culpables, terminar con años de impunidad, encubrimiento y complicidad en los que, ahora se sabe, incurrieron también los más altos dignatarios de la jerarquía católica, incluido el actual Papa.
No se trata de montar hogueras o procesos inquisidores, como se queja la Iglesia, se trata de que los culpables y sus encubridores enfrenten no sólo el retiro eclesiástico sino las penas civiles que a sus crímenes correspondan.
Lo contrario, sería seguir solapando a quienes sin piedad destruyeron vidas, almas y denigraron espíritus, Eso sería una canallada.
¡Hasta la próxima!
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