Para el capitalismo las ideologías son una cuestión peyorativa. Y lo son porque para ese sistema de producción ideología es --aunque en rigor no lo sea-- sinónimo de socialismo, de comunismo. La descalificación se entiende por el hecho de que éste plantea la destrucción de aquél.
De ahí que con la derrota del llamado socialismo real, hecho que Occidente identifica con la caída del Muro de Berlín, en 1989, se haya proclamado el fin de las ideologías. Frase desafortunada si las hay, pues como me dijo un día, molesto, el filósofo Luis Villoro cuando le pregunté acerca del tema: "¿Y eso qué es? ¿significa que el hombre va a dejar de tener ideas, de pensar?"
El capitalismo, por supuesto, no se identifica a sí mismo como una ideología, sino como una forma de vida que responde a las leyes, esas sí "naturales", del mercado encargado de dar a cada quien lo que le corresponde. Un ente neutral, ciego que, como la vida misma, reparte beneficios o castigos sin mirar a quien.
El problema es que el Mercado no es una entelequia. Es un ente constituido por hombres que sí ven, que sí tienen ideas mediante las cuales hacen prevalecer sus intereses excluyendo cualquier otro. De ahí que la ideología del fin de las ideologías sea, en sí misma, aunque insista en no atreverse a decir su nombre, una ideología.
La nacionalización del petróleo decretada esta semama por Argentina resulta un caso paradigmático porque es una de esas raras ocaciones en que se expresan, quedan al descubierto con meridiana claridad --en las reacciones en favor y en contra-- dos concepciones del mundo: la neoliberal que se quiere dominante, y que desde hace décadas ha impuesto un proyecto para el cual lo único que importa es elevar la rentabilidad del capital por encima de cualquier consideración ética, humana o ambiental; y la concepción que rechaza las tesis económicas ortodoxas dictadas desde los centros mundiales del poder y que pone el énfasis en la soberanía de los pueblos para decidir su destino.
Según la tesis propalada por la ortodoxia neoliberal, la única forma en que los pueblos del mundo pueden resolver sus insuficiencias y problemas económicos es atrayendo capitales foráneos que vengan a aportar los recursos materiales que hagan falta para alcanzar el crecimiento y la prosperidad colectivos.
A cambio hay que consentirlos: proporcionarles mano de obra barata, adecuar las leyes para que exploten libremente los recursos naturales correspondientes (agua, petróleo, metales preciosos, bosques, la biodiversidad), darles certidumbre jurídica, es decir, la garantía de que las leyes protegerán y favorecerán sus negocios, lo cual incluye el pago simbólico de impuestos y condiciones laborales ventajosas que les permitan mínimos gastos de operación para maximizar las ganancias.
Ese es más o menos el esquema acordado por todo mundo. Cuando un país como Argentina decide, con base en lo que juzga su interés nacional soberano, alterar esa "normalidad", entonces se produce el escándalo.
Y las condenas repiten sin cesar: ¡Uy, qué van a decir los inversionistas! Felipe Calderón, el ocupante del gobierno en México reconoce que el esquema que describí existe cuando dice que "se trata de medidas que ya estaban, de alguna manera descartadas en el contexto de un mundo global y de un mundo de certidumbre" (se refiere a la ventajosa certidumbre jurídica que explicamos antes).
O cuando insiste en la cantaleta de que sin inversiones no vamos a crecer: "Estoy absolutamente convencido de que el camino del crecimiento económico y del desarrollo no es el camino de las expropiaciones, sino el camino de las inversiones...y esas inversiones no vendrán nunca si no hay Estado de derecho y plena certidumbre jurídica" (léase si no hay leyes que las protegan aun a costa del interés nacional).
Lo que no dice es que la mayor parte de esas inversiones no son productivas sino especulativas. Y para muestra véanse los reportes del Banco de México (BdeM) según los cuales en el primer trimestre de este año ingresaron al país capitales golondrinos por casi 395 mil millones de pesos (más de 30 mil millones de dólares).
Se trata de recursos invertidos en acciones de la Bolsa Mexicana de Valores (BMV) y en bonos de deuda interna del gobierno federal. Es decir, son capitales atraidos por pago de intereses casi tres veces superiores al rendimiento ofrecido por los bonos del Tesoro estadounidense.
Se denominan capitales golondrinos porque no se invierten en proyectos productivos para la creación de empleos sino en instrumentos de corto plazo, con el fin de poder moverse a otros mercados cuando a sus intereses convenga.
Como se ve, es una falacia, ideología pura eso de afirmar que el crecimiento con empleo vendrá merced al libre comercio y las inveriones foráneas. La historia de los últimos 30 años, en que se ha aplicado ese modelo y esparcido esa idea, desmiente a uno y a otra categóricamente.
Y hablando de ideología Calderón defiende la suya y condena la contraria: "...si queremos una América Latina que prospere, no será una atrapada en sus prejuicios ideológicos, sino una América Latina puesta en la ruta de la inversión y el crecimiento" (o sea, la intervención de un Estado soberano en defensa de su pueblo, es pura ideología, por lo tanto debe condenarse; en cambio, lo correcto es dejar que esa sociedad sea saqueada en nombre de una quimérica esperanza de crecimiento).
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