No recuerdo si fue en "El abanico de Lady Windermere" o en "Un marido ideal", donde Oscar Wilde hace decir a una de sus personajes, a propósito de la falta de celos de su cónyuge, lo siguiente (cito de memoria):
--Nuestros maridos nos lo perdonan todo y en cuanto a tener confianza en nosotras tienen ya tanta que resulta trágico.
Algo parecido ocurre con Felipe Calderón. Viajero frecuente desde que se inició para el gobierno la veda electoral (como si el quehacer presidencial se redujera a declarar a diario y a falta de esta posibilidad el ocupante de Los Pinos no encontrara nada mejor qué hacer que viajar al extranjero a costa del erario público), el michoacano se alcanzó la puntada de declarar algo para hacerse notar y recordarnos que aún está allí.
Así, en la Cumbre de la Comunidad del Caribe (Caricom), celebrada hoy en la isla de Barbados, dijo --a propósito de las marchas del fin de semana contra Enrique Peña Nieto-- que a diferencia de lo que ocurre en otros países del mundo, en México las protestas callejeras no son contra el Presidente sino contra otros actores.
Tiene razón. Pero ello no es porque todos aprueben su gestión, como trata de sugerir su dicho, sino porque ha dejado de ser interlocutor válido de la sociedad. Calderón ya no existe para nadie. Ya no es tenido en cuenta ni siquiera para reclamarle.
El sexenio nunca despegó y de hecho concluyó en 2009 con la derrota electoral en los comicios intermedios, que le arrebataron a él y a su partido el control del Congreso. Los actores sociales y políticos ya están en otra frecuencia: trabajando, cuestionando o discutiendo con los candidatos de entre los cuales surgirá el próximo Presidente.
Calderón ya perdió interlocusión. Lo sabe y le afecta. Ha dejado de ser factor aun antes de que se realice la elección de su sustituto. Está aislado y empieza a sentir la pérdida, el desvanecimiento de su poder. Invisible para casi todos, excluido de los reflectores, cree aprovechar en su favor el clima de protesta de los últimos días para hacer notar una supuesta popularidad.
En realidad su situación actual se parece mucho a la de un cadáver político que aún no se percata de su condición, como el doctor Malcom, el protagonista de la cinta Sexto sentido, que interactúa con el mundo de los vivos sin percatarse que murió desde que un paciente inadaptado le disparó un tiro al principio de la historia. Así con Calderón.
Como el personaje de Wilde, el que nadie proteste contra él antes que una virtud resulta más bien trágico.
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