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viernes, 26 de agosto de 2011

Casino Royale: bla, bla, bla


Resulta exasperante constatar como ante la nueva tragedia que vivió ayer el país con el asesinado de 52 personas en el Casino Royale, de Monterrey, N.L., la respuesta gubernamental son los calificativos, la intensión autoexculpatoria y la confirmación de que la "estrategia" causante de los hechos que se condenan y lamentan continuará incólume. La espiral de muerte y de sangre se nos volvió torbellino que ya arrastra a toda la sociedad, pero seguirá, anuncia Felipe Calderón desde la comodidad de Los Pinos.



El bla, bla, bla es acompañado de actos protocolarios vacíos de significado, como el apersonarse el michoacano en el lugar de la tragedia, depositar una solemne ofrenda floral, poner cara de circunstancia, permanecer dos minutos en el sitio y decretar tres días de luto nacional. Y ya, a esperar la siguiente masacre al cabo el scrip está armado: "enérgica condena", discurso oficial de ocasión, consternación de utilería para con los deudos de las víctimas y...a seguir la guerra.



El mensaje de 20 minutos difundido por Felipe Calderón la mañana de este viernes, es pródigo en calificativos, pero vacío de sustancia. Convencido a sí mismo de que todavía algo gobierna y de que su palabra tiene algún peso (¡oh, el "presidente" está indignado! ¡oh, el "presidente" condenó los hechos! ¡a temblar criminales que Felipe ya los señaló!), el panista lanza anatemas, llama terroristas a quienes perpetraron este "acto de terror y barbarie", estos "hechos dolorosos", este "acto inhumano y crimen imperdonable".


Como cada vez que un hecho semejante ocurre (Las fosas de San Fernando, las víctimas de Villas de Salvárcar, el asesinato de indocumentados y periodistas, la guardería ABC) ofrece redoblar la presencia de las fuerzas federales y seguir "golpeando las estructuras del crimen organizado" que no han de ser tan golpeadas a la vista de su incólume capacidad de fuego y de violencia.


Y lo infaltable en el discurso calderoniano: el reparto de culpas. Los culpables son el Congreso por no dar a las fuerzas federales "certidumbre jurídica y atribuciones legales" para combatir la delincuencia (léase: por no aprobar la Ley de Seguridad Nacional al gusto del propio Calderón que, como ya se ha visto, no busca sino legalizar los atropellos que contra la población civil cometen el ejército, la policía y la Marina, responsables de desapariciones forzadas, allanamiento de domicilios sin órdenes de cateo y secuestro de sospechosos sin órdenes de aprehensión, en lo que más bien constituye una operación de contrainsurgencia contra la propia población civil a la que se dice "proteger").

Otro culpable: el poder judicial por no condenar a los acusados que presenta el Ministerio Público. En realidad, es una instancia ante la que se estrella la propaganda calderonista que se solaza en presentar ante la opinión pública asesinos responsables de hasta 600 crímenes, a los que luego los fiscales gubernamentales no son capaces de condenar por ninguno de ellos.

Y el villano favorito, EUA, al que se condena de dientes para afuera por ser el "mayor consumidor de droga del mundo", y porque los miles de millones de dólares de ganancias permiten a los narcos adquirir las armas con las que luego matan a los mexicanos.


Sin embargo el enojo de Calderón contra el vecino vicioso no llega a tanto como para decidir detener la guerra aquí y que la sufran ellos allá. Nada de eso: sólo hace un llamado a misa, casi un ruego más propio de un subordinado que de un representante de un país soberano, al Congreso, a la sociedad y al gobierno estadounidense a que si están resignados a consumir drogas, entonces "que reflexionen por la tragedia que vivimos en México", pues no podemos seguir pagando las consecuencias que genera el mercado negro de estupefacientes.



Y como para que al vecino no le quede duda que seguiremos haciéndoles el trabajo sucio aquí, Calderón se pregunta ante la tragedia del día: ¿qué sigue? Ah, sigue perseverar y redoblar el esfuerzo, dice envalentonado.


Y afirma que claudicar ahora es "entregar a nuestras familias al capricho y al arbitrio de las bandas delincuenciales". Y lo dice rodeado por 52 cadáveres precisamente de familias de Nuevo León, víctimas de la contundencia con la que según eso se han debilitado y golpeado las estructuras de las bandas criminales.


Los criminales quedaron advertidos por la palabra presidencial: "deben saber que mientras más se metan con la gente inocente, más contundentemente vamos a actuar contra ellos".


Y al final, venimos a saber que todo ese bla, bla, bla, de Calderón, no era sino la ocasión para justificar ante la sociedad su reclamo para instalar en México un régimen autoritario, que, con el pretexto de atacar criminales, atropelle a la sociedad, sin que esta reclame ni diga nada.


No otra cosa puede significar el llamado de Calderón al final de su discurso: "Déjennos hacer nuestro trabajo, dejen a un lado la mezquindad política y los intereses que buscan frenar la acción de las fuerzas federales".


A la ominosa amenaza de los criminales, la sociedad mexicana tendrá que enfrentar la ominosa tentación de instaurar aquí una dictadura militar con el pretexto de que se ataca al crimen organizado. La nación por encima de los ciudadanos que la conforman. Esa ha sido siempre la justificación de las dictaduras.