Texto de Ramón Martínez de Velasco, colaborador invitado.
Visto con los ojos del presente,
ahora caigo en la cuenta de que el oficio de escribir es un juego peligroso. O
puede llegar a serlo.
Esta certeza aplica para la
literatura y el periodismo, aún hoy.
Me remonto a los albores de los
años 80, periodo al que me ha remitido Alberto Vargas Iturbe, quien en su texto
titulado ‘Necropsia de un poeta’ nos cita a Luciano Cano Estrada, a Juan
Bautista Mendoza, a Martín Ortiz Zaldívar y al autor de esta columna,
fundadores de la revista Desmadre. (Entre el oficio y el desmadre/IV.)
Brevemente, citaré que a Vargas
Iturbe (nacido en Jungapeo, Michoacán, y embrutecido en Ciudad Nezahualcóyotl,
Distrito Federal) lo conocí en la
Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPyS) de la UNAM, donde ambos fuimos
alumnos del muy famoso periodista Fernando Benítez, quien impartía la materia
de Géneros Periodísticos.
Allí, en clase, leyó un cuento
que aterrorizó a don Fernando, y que ahora forma parte de su libro Miscelánea ‘Los Tarascos’. (Sexo en la
trastienda). “Es usted un rufián”, le dijo, sin rodeos, Benítez, y todos
soltamos la carcajada. Así que, al crearse la revista Desmadre, no la pensamos. Él tenía que escribir en sus páginas. Y
así fue.
Al recordar aquellas épocas, y a
quienes jugamos el peligroso juego de escribir, Alberto apunta en su ‘Necropsia
de un poeta’:
“Luciano murió de cirrosis.
Martín se fue a Veracruz. Ramón a Querétaro. Juan Bautista se casó y
desapareció. No sabemos si se retiraron o sigan escribiendo. Hace varios años
que no se comunican”.
Pues sí, Luciano falleció. Y
cuando me lo informaron no me sorprendí. Esa es la verdad. De hecho, lo primero
que pregunté fue: ¿se suicidó? Ya era cuarentón, tirándole a cincuentón. No se
suicidó, pero la suya fue una muerte prolongada.
A él se debe la idea de la
revista. El nombre, Desmadre, se le
ocurrió para hacerle dizque competencia al de Caos, una revista hispano-mexicana que dirigían el académico Héctor
Subirats y el poeta veracruzano José Luis Rivas.
Héctor Subirats fue mi maestro de
Metodología en la FCPyS,
de la que ahora reniega. Un tipo divertido, inteligente, intelectual, fumador
empedernido, medio farsante, discípulo del filósofo Fernando Savater (e-veracruz.mx/2013/index.php/2012-06-13-18-40-00/universidades/item/claridad-humor-y-prosa-esplendida-meritos-de-savater-hector-subirats).
Rivas era su patiño durante la
clase (www.elfaro.net/es/201006/el_agora/1965/).
De Subirats tengo dos anécdotas:
Una la narra Alberto Vargas: “Ramón
y Luciano hablaban del suicidio, influenciados por un maestrito pendejo que
daba clases de Metodología en la
Facultad”. (Ese “maestrito pendejo” es Héctor Subirats.
Claro, muy su opinión.)
“Un joven estudiante se suicidó
por hacerle caso y ese maestro pendejo tenía el descaro de presumir ese hecho”.
(No me constan ambas situaciones, ni nunca intentó influirme para suicidarme.)
“(Héctor) Se iba a tomar vino tinto y nunca se suicidó”.
En efecto, sigue vivito y
coleando. Y sí, tomaba bastante vino tinto. A mí me invitó a un par de
tertulias a su departamento y de ambas salí girando de allí.
Ahora, va la segunda anécdota.
Líneas arriba he afirmado que era
“medio farsante”. A Héctor Subirats le encantaba la anti-Metodología, así que
en su clase hablaba mucho de anarquía, suicidio, transgresión, la muerte de
Dios, locura y cosas por el estilo.
Héctor formaba grupos de trabajo.
Cuando a mi equipo le tocó exponer, mi amigazo Pepe propuso que todos
saliéramos del aula y fuéramos a ‘las islas’ de Ciudad Universitaria a tomar vino
tinto.
Subirats aceptó (no le quedaba de
otra) pero ya en ‘las islas’ volteaba para todos lados. Unos 25 alumnos bebimos
nuestras respectivas dosis de vino tinto. De pronto, Pepe saca y prende un
churro de mota y le ofrece a Héctor un ‘toque’. Éste se hace para atrás,
asustado, y hasta se derrama vino en su camiseta. (Nomás de acordarme estoy
carcajeándome.) Inventa un pretexto y se larga de allí, casi corriendo.
Pepe apaga el churro y les dice a
todos los compañeros que nuestra exposición consistía en exhibir a Héctor
Subirats. Exhibirlo como un rollero. Como alguien que nos invitaba a quebrantar
valores, leyes, normas y costumbres, pero que a la hora de la hora se ponía
paranóico y se iba tragando camote.
Pepe era un cabrón. De barrio
bravo. A donde era muy difícil entrar sin conocer a alguien. Un tipo de una
pieza. Siempre me pareció como un personaje nacido en el país equivocado, en la
época equivocada.
Para la siguiente clase, Subirats
y su patiño José Luis Rivas se vieron casi obligados a quitarse la máscara de
dizque desmadrosos y anarquistas.
Mi equipo de trabajo, conformado
por seis locos a quienes muy difícilmente se les podía engañar, abandonó el
barco. La moraleja de esta anécdota es:
no hay que ser hablador.
Nos leemos en la próxima entrega. Será la entrega número VI.
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