Las revelaciones de Carlos Ahumada, incluidas en su libro Derecho de réplica, han generado una muy esperable andanada de descalificaciones provenientes, en primer lugar, de los políticos involucrados en el plan urdido para descarrilar la candidatura presidencial de Andrés Manuel López Obrador. Es natural.
En segundo término, quienes se han ocupado de desestimar los señalamientos del libro han sido algunos columnistas y conductores de noticiarios de radio, cuyo comportamiento tan sincronizado parece obedecer al patrón de una consigna.
Ésta consiste en descalificar los dichos del empresario argentino, a partir de su condición de ex-presidiario: ¿Quien le puede creer a un truhán? Cómo creerle a un delincuente? ¿Cómo avalar lo dicho por alguien que construyó su fortuna con base en la extorsión? tales las objeciones más frecuentes.
Si bien es innegable la condición poco honorable del señor Ahumada, quienes así lo descalifican, recurren a uno de los métodos más reprobables de los regímenes totalitarios: denigrar a la persona despojándola de todo derecho humano, como el de expresión.
Lo hacen, además, a sabiendas que de ese modo, le imponen al defenestrado una doble condena, inadmisible en cualquier régimen democrático y civilizado: a la pena corporal ya padecida (la cárcel), le añaden la proscripción social.
Como expresidiario, todo lo que diga carece de cualquier valor. Es decir, se le condena, como en la antigua Grecia, al ostracismo total, lo que equivale a una forma de discriminación.
Todo con tal de que la gente no vaya a creer lo que cualquier persona medianamente informada sabe en este país: las trapacerías de que son capaces y los turbios negocios que al amparo del poder han amasado las fortunas personales de Carlos Salinas de Gortari, Diego Fernández de Cevallos, Manlio Fabio Beltrones, Enrique Peña Nieto, Vicente Fox, Emilio Gamboa y compañía.
Y nos quejamos de la discriminación China.
¡Hasta la próxima!
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